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TribunaJuan Alfredo Obarrio Moreno

Pedro Sánchez o el elogio de la mentira

Con Sánchez la mentira, la impostura y la corrupción se han convertido en protagonistas de una triste historia, que tiene más de tragedia que de vodevil.

La idea de que los hombres corruptos se presentan como respetables se ejemplifica en un cuento de titulado La lección del Ladrón. En él se narra cómo un Rey de la India, deseoso de aprender todos los secretos del robo, hizo llamar a un famoso ladrón para que le diese lecciones sobre este dudoso arte. El ladrón se mostró escandalizado. Unos minutos después, el Rey se dio cuenta de que le faltaba un precioso anillo, por lo que no dudó en encarcelar y condenar al ladrón a la pena capital. Llegada la noche, el Rey, bajó hasta su celda, donde oyó al prisionero rezar con fervor. Convencido de su inocencia, decidió soltarlo. Una vez liberado, fue llevado ante el soberano. En su presencia, hizo aparecer el anillo de oro, colocándolo en su mano. El Rey, sorprendido, le preguntó por las razones de su comportamiento. «Me has pedido que te diese unas lecciones –le dijo el ladrón–. He aquí la primera: un ladrón siempre tiene que parecer un ciudadano honrado, respetuoso con las leyes y las creencias. Y la segunda: es absolutamente esencial que afirme su inocencia, incluso contra la más extrema evidencia ¿Quieres que demos la tercera lección?» A la vista del relato, uno tiene la sensación de que el pueblo español está deseoso de recibir esa tercera lección.

No puedo aventurar que Pedro Sánchez entre de lleno a formar parte de la Historia universal de la infamia (Borges), pero sí de nuestra más reciente historia. ¿Qué hay de verdad en sus promesas? Nada. No puede quedar rastro alguno, porque lo apócrifo es su seña identitaria. Su quehacer político se ciñe a las palabras que leemos en Macbeth: «Un cuento contado por un loco, lleno de ruido y de furia, y carente de sentido». Su desdén y su arrogancia han propiciado malos tiempos para la política, y aún peores para la coherencia y la verdad. Su delatora hemeroteca demuestra que su esquizoide deseo de permanencia en el poder le lleva a tomar decisiones que no benefician a España, solo a su deseo de perpetuarse, con sus más de seiscientos asesores, en al frente del Gobierno.

Como buen camaleón, no duda en buscar el mejor ropaje para la ocasión. Justo cuando la corrupción salpica a todas las esferas del Gobierno, hasta cercar a sus ámbitos más íntimos, se saca un nuevo conejo de la chistera. Esta vez es Israel. Pero al falsario, como al enajenado, se le ven pronto las costuras. Si tanto le preocupa la defensa de la paz y de la vida, cabe preguntarse: ¿Por qué no exige a Hamas la devolución de los rehenes israelíes, como ha preconizado González? ¿Por qué no reprueba los miles de misiles que Hezbolá lanza sobre Israel? ¿Qué medidas tomaría si otro pueblo nos atacara? ¿Qué postura adoptó cuando parte de su Gobierno justificó la masacre perpetrada por Hamás, en la que se llegó a degollar a mujeres –muchas de ellas embarazadas– y a niños? Ni exigió dimisiones ni reprobó públicamente a quienes respaldaron tal brutalidad. ¿Por qué no habla del genocidio que se comete contra los cristianos en tantos países de África, como, por ejemplo, Senegal? ¿Acaso los cristianos no somos dignos de defensa pública? ¿Por qué no enarbola la bandera feminista y la LGTBI contra países en los que son perseguidos, torturados y hasta ejecutados? ¿Es que las mujeres y los homosexuales no merecen el mismo respeto que exigimos en occidente? En estos casos, nuestro previsible Premio Noble de la Paz, se acoge a un ominoso silencio.

Es lógico que este funesto malabarista de la política se guarde de pronunciarse al respecto. ¿Qué ganaría con ello? Ningún voto, todo lo contario, recibiría las críticas de entrañables personajes como Susana Díaz, más conocida por definir a Espartaco como gran sindicalista –¡y yo sin saberlo!– que por realizar una gestión mínimamente coherente. Comprenderán que no me crea su repentina defensa del pueblo palestino. La única bandera que de verdad enarbola es la de la mentira, una mentira que en sus labios no muere, sólo hiede. Les doy una prueba. Leemos en El Debate que este gobierno ha entregado 8,6 millones a una ONG que secunda a Ibon Meñika, a la sazón exrecaudador de ETA, quien lidera las protestas violentas contra Israel. Todo un ejemplo de honestidad y coherencia política.

Por desgracia, de la mentira política no es el único culpable. Con ZP España se instaló en una peligrosa bipolarización, a la que contribuyó, notablemente, Podemos. Llegó el simpar Rajoy. ¿Hizo algo para cambiar el rumbo de la política? Nada. Asentó todas y cada una de las leyes ideológicas del otrora PSOE. Para él, la economía lo era todo. Una vez más, la derecha española traicionaba a sus sufridos votantes, dejando a su partido huérfano de ideas y de dignidad. Por último, llegó el ínclito Sánchez, con su troupe a cuestas. Con él, la mentira, la impostura y la corrupción se han convertido en protagonistas de una triste historia, que tiene más de tragedia que de vodevil.

Es hora ya de poner freno a este «Himalaya de falsedades» (Besteiro). De ti y de mí depende.

Juan Alfredo Obarrio Moreno es catedrático de Derecho Romano

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