Alfonso Ussía, un auténtico maestro
Nuestro Alfonso de Llodio Muñoz-Dry, como se denominó en ese texto, reconocía que era el más feo de los diez hermanos, una mezcla de helecho y de junquera, sin avergonzarse en absoluto por ello. Hay que tener una personalidad a prueba de bomba para autodefinirse de esa manera
No es frecuente que entre un discípulo y su maestro no haya diferencias de edad. Alfonso Ussía y yo nacimos el mismo año, en 1948, el de la Declaración de los Derechos del Hombre, cosa no menor, desde luego. Fuimos furibundos lectores, los dos, del mejor escritor inglés de género de humor como fué Woodehouse cuyo espíritu nos inundó como necesaria vacuna contra cualquier asomo de depresión y tristeza vital que pudiera empañar el sentido de nuestra conducta. Las peripecias de Bertie Buster y su criado Jeeves, el castillo de Blandings donde lord Ensword adora su cerda como Emperatriz y afronta la incómoda presencia de la mayoría de sus familiares, o el optimismo irreductible de Stanley Featherstone Ukridge , al que lo mismo le da por criar gallinas o adiestrar perros ignorando todo lo que se pueda saber sobre estas cuestiones.
Me sorprendió conocer la coincidencia de que nuestro primer coche fue un Seat 127, cosa no extraña en los setenta, pero que el color fuera amarillo, en ambos casos, era curioso. Disfruté en mis veranos guipuzcoanos, a orillas del Bidasoa, de la amistad de alguno de sus primos, los Ussía Lizasoain, los Muñoz-Seca Blanc, y los Cardelús Muñoz-Seca.
En alguna ocasión nos enfrentamos en el fútbol escolar, mi colegio del Recuerdo contra el suyo del Pilar, de la calle Castelló, reconociendo con estricta justicia, por mi parte, que ganábamos en todos los duelos que tuvimos, sobre todo superando la dificultad de su campo que mantenía la inclinación del nivel de la calle, a la que no estábamos acostumbrados los jesuíticos.
Este maestro de las letras periodísticas me asombró cuando leí sus primeros artículos donde evidentemente, como acostumbraba decir, era parcial, subjetivo, sesgado y ajeno al equilibrio y al dogma porque su sentido del humor tenía, sobre todo, la intención clara de molestar a cierto tipo de lector. Cuando publicó Carpe diem, confesiones de un pollo de barra, advirtió de antemano que podría levantar ampollas, por algunas susceptibilidades estúpidas, a aquellos que se diesen por ofendidos, por el prurito de hacerse los importantes. Nuestro Alfonso de Llodio Muñoz-Dry, como se denominó en ese texto, reconocía que era el más feo de los diez hermanos, una mezcla de helecho y de junquera, sin avergonzarse en absoluto por ello. Hay que tener una personalidad a prueba de bomba para autodefinirse de esa manera. Una inteligente forma de superar las situaciones ridículas de los formalismos sociales que todos hemos podido encontrar en el colegio, los enamoramientos, las fiestas sociales, la mili y otras tantas cosas.
Muchas veces hablaba de todo eso en los programas de radio a los que fue tan asiduo. Le escuchaba siempre que podía en Antena Tres con Miguel Angel Nieto y Maira Gomez Kemp. Se dejaba caer por ahí alguna vez mi admirado Santiago Amón, que fue su profesor de tantas cosas en el último colegio de Alfonso, comentando con admiración la pulcritud de los zapatos burdeos que lucía su alumno, su fino humor y capacidad de sátira que mostraba en sus respuestas. Capacidad que, explicó nuestro maestro Ussía, aprendió de los epigramas del escritor aragonés Marcial, en los que zahería a los aprovechados, degenerados, hipócritas y en general a toda la comedia humana que le rodeaba, como, también, hizo él con estos mismos elementos de nuestra sociedad actual. Incluso alargó su pluma con el clero vasco, aquél que fue afín a los asesinos de ETA y sus cómplices, generándole sus palabras muchos contratiempos en el ejercicio de la profesión periodística.
No se amilanaba ante nada cuando se trataba de defender sin tapujos la verdad y la lealtad, la calidad humana y la honestidad valiente en su vida. Recuerdo el verano de 2006: acudía con mi mujer a Ruiloba para comer con mis consuegros Santi y Mari Carmen, su hija, Begoña y el nuestro, Borja. Dimos un paseo después hacia el campo de bolos y, allí estaba Alfonso con dos guardaespaldas, comentando con sus amigos los lances del juego y asumiendo con gallardía su protección obligada. Los terroristas le habían amenazado con privarle de la vida y de la libertad. Esos mismos, cuyos amigos sostienen la falsa mayoría parlamentaria del presidente del gobierno actual y a los que nunca dio tregua en su desprecio. A todos nos dio una lección de valor con su postura firme, sin asomo de sospecha. Encontró un refugio contra estos sinsabores en su querida Montaña santanderina y en la escritura.
Cuando las cosas le retorcían por dentro se refugiaba en el personaje del marqués de Sotoancho al que le resultaba en ocasiones difícil de controlar. Incluso, se atrevió Ussía, a contradecir a todo un premio Nobel, afirmando que a los personajes literarios hay que darles cuerda y que vayan por donde quiera su naturaleza . Ese ambiente de La Jaralera se inspiraba en sus propias vivencias, en el trato con la sociedad andaluza, sus lecturas de Wodehouse y su capacidad innata, pícara y burlesca, satírica y finamente irónica, para entender las situaciones de la vida. Empleo sus palabras afirmando que el humor que más apreciaba es el que provocaba la sonrisa más que la carcajada. Sobre todo, destapando las enormes contradicciones de la naturaleza humana. Por ello en alguno de los capítulos de Sotoancho introduce al grupo feminista Femen y a los comunistas dogmáticos, sosteniendo que son los peores enemigos del sentido del humor por creer que todo lo que no sea comulgar con sus ideas y opiniones debe ser exterminado de la vida social desde su misma raíz. Tampoco excluía de esta caterva al fascismo de la mamá de Sotoancho a la que manda a dar un paseo «flotando por el éter», como describió magistralmente Don Pedro Muñoz Seca en el epitafio del matrimonio que regentaba la portería de su casa y que a todo un señor obispo no le pareció oportuno.
En fin, maestro Ussía, te llevaré por siempre en mi memoria agradecida, casi tanto como la tuya con Mingote, Luis Sánchez Polak y Antonio Ozores.
- Luis Javier Montoto de Simón es médico y escritor