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Enrique García-Máiquez

Yo ya (no) lo dije

Nos conviene estar muy vigilantes para que no nos vendan todavía el arroz recalentado de la superioridad moral, los mismos que han estado apoyando a Pedro Sánchez y a sus cuadrillas de chantajistas, corruptos y rijosos

En España el coraje cívico lo dan con la jubilación, como el famoso reloj. O dicho en castizo: «A toro pasado, todos somos Manolete». Son cosas que siempre provocan vergüenza ajena y, cuando uno, como es mi caso, siente la patria, también producen dolor. Aquí todo el mundo quieto para salir en la foto, o aplaudiendo a Ábalos a rabiar en el Congreso, o diciendo que Santos Cerdán era un santo, etc., hasta que ya estás fuera y no te pueden echar y entonces eres el más bravo.

Se dice mucho eso de que las ratas abandonan las primeras el barco que se hunde; y yo no creo que merezca la pena repetirlo más porque se las ve. Pero sí nos conviene estar muy vigilantes para que no nos vendan todavía el arroz recalentado de la superioridad moral, los mismos que han estado hasta ayer mismo apoyando a Pedro Sánchez y a sus cuadrillas de chantajistas, corruptos y rijosos.

Esta vez lo deberían tener más difícil porque no cabe fingir sorpresa: «¡Qué escándalo, qué escándalo, he descubierto que aquí se juega!». La corrupción más gorda de Sánchez no fue la que hicieron con los millones de euros bajo manta sus secretarios generales y sus fontaneras. La corrupción originaria e inicial fue el pacto con Bildu y las amnistías y los indultos. Con luz y taquígrafos y con los afónicos avisos de los que no dábamos crédito. De modo que todo estaba a la vista de los políticos que lo sostuvieron con sus votos, como Ana Oramas, que ahora se rasga las vestiduras, y de los periodistas, columnistas e incluso escritores que defendieron a Pedro Sánchez hasta ayer mismo.

A todos estos se les ha pasado el arroz de la dignidad política. Es siempre muy impertinente avisar con el clásico «Yo ya lo dije», así que muchos nos tendremos que morder los puños para no recordar por activa y por pasiva lo que escribimos una y otra vez, atónitos. La relación íntima de Sánchez con la mentira no iba a traer nada bueno, como así ha sido. Pero yo estoy dispuesto a no dar la matraca con mi hemeroteca… con la condición de que tantos que no dijeron ni mu se lo recuerden íntimamente a sí mismos cada vez que vuelvan a tener la tentación de pontificar y se digan: «Yo ya no lo dije». ¿Verán que han perdido la vez?

Por mí, siendo sincero, podría no refundarse la izquierda, sino fundirse. Y que el PP, que lo está deseando, como es lógico y coherente, ocupase su lugar. Pero si quiere refundarse el PSOE desde las ruinas en que lo va a dejar el paso de Pedro, tendrá que buscarse refundadores que no hayan participado de este aquelarre. Y otros pensadores de cabecera, intelectuales, tertulianos, palmeros, cineastas y cantantes.

Por supuesto, lo que yo digo tiene una importancia menor y los refundadores van a intentar enfundarse en una dignidad herida y a correr con el empujón de una oportuna amnesia. O sea, darle la vuelta a las fundas. No sabían, no, nada, nunca, jamás. Qué escándalo, qué escándalo, y aquí tiene «sus ganancias, señor». El problema de esto, que pasará, es que la raíz volverá a ser, al más puro estilo Pedro Sánchez, la mentira, esto es, una manipulada memoria histórica, aunque sea de cosas que hemos visto y vivido. Sobre eso, no se puede construir nada digno ni firme. Y la lata es que, entonces, los que lo decíamos desde el principio de Sánchez, tendremos que volver a repetirnos. Yo ya lo dije y, si los que no lo dijeron siguen sin decirlo, tendré que volver a decirlo. Ustedes tendrán que derrochar paciencia. Aunque entrenados a estos gobernantes, políticos, intelectuales y periodistas, la tienen de sobra.

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