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18 de abril de 2024

Ricardo Franco

La bondad del fruto inesperado de su vientre

Una aproximación delicada al aborto, que, como dice nuestro columnista, es «esa palabra referida a un acto que trasciende lo legal y a una mentalidad sobre la existencia»

Actualizada 05:00

En el ruido diario de la guerra (a)cultural que padecemos, el ataque y el contraataque dialéctico va dejando atrás el sentido real de las palabras y, sobre todo, a las personas de buena voluntad que, en la pasión desaforada, caen malheridos buscando un poco la verdad y otro poco, para qué negarlo, llevar la razón.
Desde la retaguardia, los ideólogos y los expertos, eso grandes entendidos, nos lanzan a unos contra otros pertrechados con la propia palabra bien afilada y vuelta del revés para herir de muerte al adversario, sin dejarle tan siquiera levantar las manos en señal de rendición.
En el fragor de esta contienda ya no existe tanto el deseo de comprender, sino el de imponerse con una consigna superficial y simple, con el grito ensordecedor de una noción abstracta y difuminada de la verdad que, dificultosamente, aún sobrevive entre las ruinas de tanta opinión.
Yo mismo, al reflexionar, percibo esta dificultad en las palabras, como si estuvieran sucias, gastadas, dadas de sí por el mal uso, y hubiera que quitarles capas de podredumbre cuando me pregunto qué parte entiendo de cada una, si las uso adecuadamente y qué comprendéis, o qué queda en vosotros de lo que digo.

Las palabras, como las personas, sólo pueden respirar en la realidad y en el contexto que ellas nombranRichi Franco

Por eso, me parece que las palabras son sagradas y que tienen un alma dentro de sí. Y que su uso y comprensión no debería nunca alejarse de la experiencia real que todos estamos llamados a descubrir en la carne de los días para no mancharlas ni deformarlas en la horma estrecha de nuestra razón. Porque las palabras, como las personas, sólo pueden respirar en la realidad y en el contexto que ellas nombran y, en cierto sentido, mueren asfixiadas, cuando se manipulan y se tergiversan en los discursos para el propio interés o el engaño.
Podríamos hacer la prueba con cualquiera de ellas, pero últimamente, pienso mucho en una de esas palabras tan en boca de todos: el aborto; palabra referida inevitablemente a un acto que trasciende lo legal y a una mentalidad sobre la existencia. Y me pregunto qué noción de esa palabra se recibe, qué se respira en el ambiente, qué interpretación diaria de la vida hemos recibido y transmitido para que alguien pueda llegar a comprender, en la teoría y en la práctica, que esa aberración puede ser un derecho liberador. Y entonces pienso en una muchacha concreta, o en una madre cansada que recibe la noticia de un nuevo embarazo y todo su rostro se ilumina con un brillo especial porque se da cuenta de que está siendo habitada por alguien distinto a ella, alguien al que puede llamar hijo −su hijo−, que ya duerme en ella como dentro de un templo en el que la vida brota y se hace Historia a través de eslabones carnales, desde la sombra del pasado hasta la eternidad.

Pienso en esa otra muchacha que, angustiada y paralizada por el miedo a las circunstancias y los prejuicios, no sabe qué hacer y antepone una imagen abstracta del futuro para librarse del presenteRichi Franco

Y, al mismo tiempo, pienso también en esa otra muchacha que, angustiada y paralizada por el miedo a las circunstancias y los prejuicios, no sabe qué hacer y antepone una imagen abstracta del futuro para librarse del presente, o comulga con un nefasto malentendido moralista del honor y de las formas, y decide que no es el momento, que no está todavía preparada, y busca a otro para borrar toda huella del imprevisto; aunque a veces, fugazmente, no pueda evitar imaginarse a sí misma como madre, dejando vivir a ese nuevo ser en el tiempo, dejándole un espacio afectivo, poniendo un nombre a los rasgos que vislumbra, enseñando a esa criatura a mirar el cielo y la caída del sol entre las nubes, mientras disfruta viendo cómo crece y se hace grande la bondad del fruto inesperado de su vientre. Pero enseguida vuelve, nerviosa, a esa decisión que, realmente, es una huida de aquella feliz posibilidad. Y, entonces, piensa en sí misma, se encierra en secreto y calcula, y mide los pros y los contras, buscando un alivio en la conciencia, que ya nunca sentirá.
Por eso, midiendo mucho la expresión, pues pisamos terreno minado, también pienso en otras palabras destrozadas en tantas guerras como son Compasión y Misericordia para todas esas mujeres que en su seno acunan el vacío inerte de sí mismas y ya sólo esperan, más que nuestros consejos o nuestras diatribas, la llamada de su hijo eterno, que vive para siempre en un abrazo infinito.
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