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26 de abril de 2024

Armando Zerolo
cartas de la ribera

Putin y Cirilo, la extraña pareja

Esto es lo que está pasando en Rusia: una Iglesia viva, que había recogido en sus odres el mosto del cordero prensado en el lagar de la persecución y la ignominia, ha dejado que el caldo se vierta por los suelos

Actualizada 18:56

La guerra en Ucrania nos ha devuelto una pregunta cuya respuesta parece que no termina de estar clara: ¿se puede defender la fe con el poder?
Los vínculos que el gobierno de Putin ha ido construyendo con el patriarca de Moscú desde su llegada al poder hace dos décadas son visibles. Desde la consagración de la catedral de Cristo Salvador en 2000, dinamitada en los años 30 y sustituida por el Palacio de los Soviets, hasta la construcción de la catedral Principal de las Fuerzas Armadas Rusas, construida para el 75º aniversario de la victoria en la Gran Guerra Patria (Segunda Guerra Mundial), han pasado veinte años.
Dos décadas de forja, yunque y martillo, para soldar una alianza con vocación de Imperio. Veinte años de un proyecto que muestra que la relación entre el poder y la fe funciona mejor en una dirección que en la otra. Mientras que para el poder el apoyo de la fe son las alas del águila de San Juan que vuela alto, todo lo ve, y a todo alcanza; para la fe, el poder es el lastre que le impide elevarse.
Putin ha sido inteligente, pero no santo. Ha comprendido que para el crecimiento de su poder autoritario era mucho más útil construir una catedral que dinamitarla. Los bolcheviques eran demasiado intelectuales, burgueses de traje negro y cuello blanco, «pijos» como Trotsky, como para comprender que el poder desnudo no es sexy. Aunque solo sea por mero pragmatismo, si lo que se pretende es el uso indiscriminado del poder, lo mejor es vestirlo de una fina túnica que muestre sus contornos sin enseñarlos. El arte de la insinuación es parte de la erótica del poder. Los leninistas no lo entendieron, y por eso parecían, o frígidos, o pornográficos. El Kremlin hoy es un poco más erótico, más sugerente y atractivo con sus vestiduras de oro que con los monos azules bolcheviques.

La relación entre el poder y la fe no es bidireccional. Beneficia mucho a uno, y perjudica mucho al otro

Lo que no creo es que se pueda decir lo mismo en el sentido contrario. A la Iglesia le quedan muy mal los ropajes civiles, y un altar vestido con tela mimetizada no quedaría bien ni en la gala de los Óscar. Cirilo I de Moscú se ha dejado abrazar por el oso del Kremlin. Podría ser comprensible que la Iglesia buscase algo de protección después de un siglo de persecuciones, pero ya se sabe que es jugar con fuego. Cuando la autoridad religiosa pacta con el poder, el rostro visible de Cristo transmuta en la cara de un soldado romano.
Esto es lo que está pasando en Rusia. Una Iglesia viva, que había recogido en sus odres el mosto del cordero prensado en el lagar de la persecución y la ignominia, ha dejado que el caldo se vierta por los suelos. El abrazo del oso ha vaciado el pellejo y ha dejado en cueros al pueblo. No se puede servir a dos señores. Putin y Cirilo han decidido jugar juntos al mismo juego, pensando que esto era un partido de dobles, pero en realidad el poder le ha hecho la cama a la Iglesia, y Cirilo se ha dormido en el sueño de los justos.
La sensación de ser minoría, de no conservar el poder que consolide una posición dominante en el espacio público, no debería permitir que nos tienten las manos que el poder nos tiende. Algunos se habrán deslumbrado por una Rusia que «apoya» la religión, y habrán creído que su «cristiandad» soñada se hacía realidad. No era más que el espejismo que produce el calor del poder. Pero el signo inequívoco de la verdad de la Iglesia es que siempre acaba poniéndose del lado de los débiles y contra los poderosos.
La relación entre el poder y la fe no es bidireccional. Beneficia mucho a uno, y perjudica mucho al otro. Es una relación parasitaria, no simbiótica.
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