
Pío XI
La misión secreta del Papa Pío XI en la Rusia bolchevique
tres años cumplía ya la ejecución del último Romanov. Tras la caída del régimen zarista imperial, la revolución bolchevique había devastado Rusia. El hambre y las epidemias estaban a la orden del día en aquel verano de 1921. La guerra civil masacraba el país, cuando todavía se cobraba la resaca de la Gran Guerra y las Revoluciones de Febrero y Octubre.
En la cúpula de san Pedro veían la situación rusa desde la distancia, pero no podían evitar sentir una profunda preocupación. La idea ya empezó a ser cultivada por Benedicto XV, y su sucesor, Pío XI no dudó en hacerla real: socorrer al pueblo ruso a través de una misión especial, enviada al recién creado Estado Soviético por la Santa Sede y financiada por los cristianos de todo el mundo.

Lenin y Trotski entre un grupo de seguidores soviéticos
La situación entre Rusia y el Vaticano era tensa. En 1921, tras las peticiones de libertad religiosa de la Santa Sede, se ejecutaron en Rusia a veintiocho obispos y 6.775 sacerdotes. Al principio los cristianos se manifestaban, pero poco después el gobierno leninista acabó silenciándolos. Pese a este contexto, durante la primavera de 1922, el cardenal Gasparri, reconocido diplomático del Vaticano y Secretario de Estado, se reunió con el representante soviético en Italia, Vaclav Vorovsky. Tras largas horas de diálogo, ese 12 de marzo de 1921 se firmó un acuerdo por el cual doce religiosos católicos podían partir hacia los territorios rusos para socorrer al pueblo.
La misión no tardó en convertirse un hecho. Ese mismo verano los doce religiosos elegidos emprendieron su viaje hacia Rusia. Se repartieron por diferentes puntos estratégicos del país: Moscú, Krasnodar, Eupatoria, Džankoj, Rostov y Orenburg. Según lo acordado entre Gasparri y Vorovsky, este servicio humanitario enviado por la Santa Sede no podía tener fines religiosos, sin embargo, en la práctica era inevitable.
Hambruna en Rusia durante la Guerra Civil
Los elegidos de Pío XI para esta misión no se encargaron únicamente de la ayuda humanitaria al pueblo ruso. Es cierto que la mayor parte del tiempo lo dedicaban a proporcionarles alimentos y medicinas, para paliar la hambruna y las epidemias. Sin embargo, otra de sus misiones fue la búsqueda de los desaparecidos durante el transcurso de la I Guerra Mundial y la Guerra Civil. Tampoco se mostraron indiferentes ante las persecuciones bolcheviques contra los cristianos, ayudando tanto a católicos como a ortodoxos a huir de los soviéticos que atentaban contra sus vidas, sin hacer ningún tipo de distinción entre filiaciones religiosas.
Terror contra los cristianos
Estos doce enviados comprendieron que su labor no era simplemente humanitaria, sino que debían informar a la Santa Sede de la situación que se estaba viviendo, especialmente sobre las persecuciones contra los cristianos. Había comenzado ya una campaña liderada por Lenin de expropiación de los bienes religiosos, en teoría destinados a sofocar la hambruna que sufría el país. Esto supuso el arresto y la ejecución de numerosos obispos, sacerdotes y laicos, entre quienes destaca el metropolitano Benjamín de Petrogrado, asesinado en esa misma ciudad por su negativa a entregar reliquias sagradas al gobierno soviético.
Además de informar al Sumo Pontífice de todo lo que estaba sucediendo en aquella devastada Rusia, los misioneros fueron capaces de mostrar la cercanía del Papa con los afectados. Así, Edmund Walsh, director de esta misión, pudo acercar los mensajes de apoyo del Vaticano a numerosos creyentes, como por ejemplo al arzobispo Cieplak, arrestado y encarcelado en Moscú por motivos meramente religiosos.

Tropas soviéticas
La miseria seguía presente en los territorios rusos, pero con el pretexto de que la peor fase ya había pasado, el gobierno leninista liquidó completamente la misión. Se frustraba así el deseo de la Santa Sede de crear una expedición permanente en la Unión Soviética.
Cuando se cumple el centenario de esta misión especial que salvó miles de vidas se demuestra como la violencia, las armas y el terror no son las únicas opciones cuando la guerra llama a la puerta. El diálogo y la caridad son caminos factibles para lidiar con los problemas. Una vez más la Historia da la razón a la paz y enseña que estos valores son necesarios para la reconciliación.