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27 de abril de 2024

Jesús se encuentra con su Madre

Jesús se encuentra con su MadreEdward Arthur

El Viacrucis de Gerardo Diego (Estaciones tercera, cuarta y quinta)

El poeta ha recurrido al continuo hipérbaton para poder solventar el problemas que plantea la distribución de rimas consonantes, en un verdadero ejercicio de maestría versificatoria

La primera décima de la tercera estación, escrita en segunda persona, presenta a Jesús avanzando a duras penas por la Calle de la Amargura -o Vía Dolorosa-, camino del Calvario; pero el peso de la cruz le hace caer («tus divinas rodillas / se hincan en la tierra roja»), pero nadie la auxilia («Y no hay nadie que te acoja»), y vuelve a a ponerse en pie mientras recibe fuertes latigazos a manos de sus verdugos («el látigo del blasfemo»). Tal vez lo más impresionante de la décima, más que la propia caída de Jesús, sea la fuerza plástica con que se describen los latigazos que recibe, metafóricamente convertidos en «ráfagas sonoras», expresión con ribetes sinestésicos, en la que pueden escucharse los chasquidos del látigo sacudido en el aire que golpea el torso de Jesús. Cinco oraciones simples conforman la décima, a razón de dos versos por oración, separadas por un punto que coincide con la pausa versal. Sin embargo, el poeta ha recurrido al continuo hipérbaton para poder solventar el problemas que plantea la distribución de rimas consonantes, en un verdadero ejercicio de maestría versificatoria. De los cinco adjetivos empleados, cuatro están en posición final de verso («rodillas divinas», «tierra roja», «ráfagas sonoras» y «esfuerzo supremo»). Algo similar ocurre con los verbos: de los cinco empleados, cuatro están a final de verso, lo cual es poco frecuente («declinas», «te acongoja», «imploras», «incorporas»). Y, de esta manera, «cuadra» a la perfección el esquema tímbrico de la rima consonante que exige la décima: a(-ója) b(-ínas) b(-ínas) a(-ója / a(-ója) c(-óras) / c(-óras) d(-éno) d(-éno) c(-óras).

Tercera Estación
[Jesús cae por primera vez]

A tan bárbara congoja
y pesadumbre declinas,
y tus rodillas divinas
se hincan en la tierra roja.
Y no hay nadie que te acoja.
En vano un auxilio imploras.
Vibra en ráfagas sonoras
el látigo del blasfemo.
Y en un esfuerzo supremo
lentamente te incorporas.

Evangelio de San Juan, 1:19

«El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo. Y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por esto vine yo bautizando con agua».
Diego se sirve de esta segunda estrofa para recordar, parafraseando a Juan el Bautista, que quien está caído en el suelo por el peso de la cruz -aludida con el nombre «bandera»- con la que carga es precisamente «el Cordero de Dios», que le ha encomendado quitar los pecados del mundo «Ya el Cordero se ofrecía / por el mundo y sus pecados»). Y tal es su «mansedumbre» -su humildad y dulzura- que «a una fiera venciera y humillaría» (suponemos que el vocablo «fiera» tiene en el contexto el significado de «persona cruel o de carácter malo y violento»). Y resulta altamente eficaz desde un punto de vista gramatical y estilístico la combinación de dos verbos cuyos tiempos y modos implican eventualidad: el imperfecto de subjuntivo «venciera» y el condicional simple «humillaría», ambos unidos por la copula «y». La disminución de adjetivos (tan asolo dos tres: «dulce» -que forma parte de la aposición explicativa «el dulce evangelista», referida a Juan-, el predicativo «tendido» y el participio con valor adjetival «atropellados») se debe al mayor dinamismo de la estrofa. Por lo demás, la décima no ofrece grandes dificultades para lograr la consonancia de las rimas, aun cuando se haya recurrido a formas verbales: a(-éra) b(-ísta) b(-ísta) a(-éra) / a(-éra) c(-ía) / c(-ía) d(-ádos) d(-ádos) c(-ía)
Como el cordero que viera
Juan, el dulce evangelista,
así estás ante mi vista
tendido con tu bandera.
Tu mansedumbre a una fiera
venciera y humillaría.
Ya el Cordero se ofrecía
por el mundo y sus pecados.
Con mis pies atropellados
como a un estorbo le hería.

Cuarta estación

Apenas se ha levantado Jesús de su primera caída, cuando encuentra a su Madre, «una doliente mujer», en la Calle de la Amargura. Y el poeta sigue poetizando los hechos hablándole directamente a Jesús, lo que hace más emotivo dicho encuentro: «Tu Madre te quiere ver / retratado en sus pupilas». Y es el propio Jesús quien la consuela. Y a partir de aquí, Diego recurre a las oraciones exclamativas, de tal manera que el clímax poético, paralelo a la acción dramática, se desborda: ese «doble corazón», esas «dos almas gemelas» explicitan el cruce de unas miradas teñidas de aflicción. De hecho, el poeta recurre a una locución verbal en la que ha cambiado «vestiduras» por «telas» («¡Cómo se rasgan las telas…!»), que entre los hebreos es una forma de manifestar un profundo dolor. Llama la atención el elevado número de palabras -ya sean nombres, adjetivos o verbos- en las que está presente el fonema consonántico lateral alveolar /l/ («las filas», «doliente», «pupilas», ”lento”, «destilas», «le hablas», «la consuelas», «las telas», «doble». «almas», «gemelas»); algo que va a facilitar la rima consonante, pues para lograr la combinación de rimas de la décima se han empleado seis palabras con el fonema /l/: «filas/pupilas/destilas» y «consuelas/telas/gemelas»; las dos rimas restantes son agudas, con palabras terminadas en /-ér/ («Mujer/ver») y en /-ón/ («corazón/pasión»).

[Jesús encuentra a su Madre María]

Se ha abierto paso en las filas
una doliente Mujer.
Tu Madre te quiere ver
retratado en sus pupilas.
Lento, tu mirar destilas
y le hablas y la consuelas.
¡Cómo se rasgan las telas
de ese doble corazón!
¡Quién medirá la pasión
de esas dos almas gemelas!

El poeta recurre ahora a tres interrogaciones retóricas: en la primera clama por una injusticia de dimensión universal: «¿Cuándo en el mundo se ha visto / tal escena de agonía?»; y en la segunda y tercera se interroga a sí mismo, que es una manera retórica de expresar su disconformidad implicándose directamente como si fuera un espectador más de una tragedia que se representa ante tus ojos: «¿Y yo, firme, lo resisto? / ¿Mi alma ha de quedar ajena?» Porque lo que el poeta contempla es a Cristo y a María llorando el uno por la otra y viceversa; y es la estructura paralelística invertida semánticamente la que, a modo de retruécano, le da al texto una profunda trabazón interna, según el esquema siguiente:
  • Nombre (A1) + verbo (B1) + complemento nominal (C1)
  • Cristo llora por María.
  • Nombre (A2) + verbo (B2) + complemento nominal (C2)
  • María llora por Cristo.
En los versos finales de la décima, el poeta se dirige a ambos («Nazareno, Nazarena») suplicándoles que le permitan compartir su pena -la de los dos: «esa doble pena loca»-; y se cierra con un original verso en el que la aliteración del fonema bilabial oclusivo sordo /p/ ayuda a sugerir el carácter agresivo de la pena que a todos aflige, en una oración enunciativa en la que el presente de indicativo adquiere un carácter performativo, en tanto en cuanto las palabras del poeta tienen consecuencias reales: «que quiero penar mi pena». La décima vuelve a presentar una perfecta estructura con rimas que facilitan la andadura rítmica de los octosílabos: a(-ísto) b(-ía) b(-ía), a(-ísto) /a (-ísto c(-éna) / c(-éna) d(-óca) d(-óca) c(-éna)
¿Cuándo en el mundo se ha visto
tal escena de agonía?
Cristo llora por María.
María llora por Cristo.
¿Y yo, firme, lo resisto?
¿Mi alma ha de quedar ajena?
Nazareno, Nazarena,
dadme siquiera una poca
de esa doble pena loca,
que quiero penar mi pena.

Quinta estación

Evangelio de San Mateo: 27:32

«Y cuando salían, hallaron a un hombre de Cirene llamado Simón, al cual obligaron a que llevara la cruz».
La décima está perfectamente estructurada según la cronología de los hechos narrados. En primer lugar, Jesús ya no tiene la fortaleza necesaria para seguir caminando con la cruz a cuestas: el sendero es muy escabroso; la cruz con la que carga, muy pesada (el poeta recurre a la metonimia de la materia por el objeto: «madero» por cruz); y le vence la fatiga del esfuerzo. Adviértase la dureza de la adjetivación, que hace más patético el sufrimiento de Jesús, imagen a la que coadyuva la anteposición de los adjetivos, en plan epíteto, aunque sin carácter ornamental: «arduo sendero», «plúmbeo madero». En segundo lugar, la algarabía de la multitud, que presencia el paso de la comitiva como si de una celebración festiva se tratara; más aún: «obliga / a que prosiga el cortejo», recalca el poeta. Y, en tercer lugar, la irrupción de Simón de Cirene para hacerse cargo de la cruz y, de esta manera, posibilitar que el el «festejo» continúe. El verso «la muerte se detiene» ante el cireneo por sí mismo ya expresa con todo dramatismo cómo la muerte se cierne sobre Jesús. Y en cuanto a Simón de Cirene, un espectador más del drama, se mueve entre la lentitud y la estupefacción, situació n expresada por Diego con dos eficaces predicativos: «tardo y perplejo». Por lo demás, la décima vuelve a estar construida con sabia perfección, e incluso la rima consonante en /-éjo/ aporta un sonido desagradable al oído, acorde con la acción dramática: a(-íga) b(-éro) b(-éro) a(-íga) / a(-íga) c(-éjo) / c(-éjo) d(-éne) d(-éne) c(-éjo).

Quinta Estación
[Simón el Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz]

Ya no es posible que siga
Jesús el arduo sendero.
Le rinde el plúmbeo madero.
Le acongoja la fatiga.
Mas la muchedumbre obliga
a que prosiga el cortejo.
Dure hasta el fin del festejo.
Y la muerte se detiene
ante Simón de Cirene,
que acude tardo y perplejo.

Pudiendo, Jesús, morir,
¿por qué apoyo solicitas?
Sin duda es que necesitas
vivir aún para sufrir.
Yo también quise vivir,
vivir siempre, vivir fuerte.
Y grité: -Aléjate, muerte.
Ven Tú, Jesús cireneo.
Ayúdame, que en ti creo
y aún es tiempo de ofenderte.

Décima esta un tanto paradójica en su desarrollo conceptual: Jesus necesita vivir todavía -y no morir en la calle de la Agonía-, precisamente para prolongar su sufrimiento; por lo que en este caso la interrogación apelativa («¿por qué apoyo solicitas?») sí tiene contundente respuesta por parte del poeta, que toma la palabra entremezclándose con las acciones que relata; primero, en pretérito perfecto simple: «Yo también quise vivir. […] Y grité: -Aléjate muerte»; y después en presente, ya de imperativo («Ven Tú» […] Ayúdame), ya de indicativo: «en ti creo». El verso «Ven Tú, Jesús cireneo» tiene, pues, un significado claro: el poeta necesita convertir a Jesús en un Simón de Cirene, para que venga en su auxilio y le ayude a cargar con su propia cruz, porque «aún es tiempo de ofenderte». Y vuelven a la mente los versos finales del soneto de Lope de Vega -incluido en las Rimas sacras- que se inicia así: «Pastor que con tus silbos amorosos / me despertarte del profundo sueño…». Y este es el dramático segundo terceto: «Espera, pues, y escucha mis cuidados, / pero ¿cómo te digo que me esperes, / si estás para esperar los pies clavados?» y tampoco es casual que el poeta reitere cuatro veces el verbo «vivir», frente a «morir» y «muerte», vocablos que sin duda adquieren un significado trascendente. Asimismo, llama la atención la adverbialización del adjetivo «fuerte», que multiplica su carga expresiva («vivir fuerte»); y también el hecho de que ahora el poeta emplee el gentilicio «cireneo» en lugar de complemento nominal ”de Cirene” -como antes hizo-, lo cual viene pedido por exigencias de la rima consonante. La décima queda así: a(-ír) b(-ítas) b(-ítas) a(-ír) / a(-ír) c(-érte) / c(-érte) d(-éo) d(-éo) c(-érte).
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