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Cátedra de Teología Joseph RatzingerAlejandra Corredera

Cuando la razón se vuelve contra el hombre

Una concepción cientificista de la razón es un reduccionismo que alcanza la cuota de lo irracional

​¿Dios puede ser líquido? Creer sin puntos de referencia

¿La ciencia resuelve los interrogantes más profundos de la existencia? ¿Necesita complementarse con otras perspectivas para abarcar el misterio de lo humano? ¿El cristianismo responde a los desafíos de la modernidad? Estas son preguntas que el lector podría plantearse al buscar el punto de convergencia entre lo divino, lo humano, la ciencia, la razón y la fe. Aunque nuestra sociedad secularizada haya experimentado un declive de las prácticas religiosas y la privatización de la religión, Dios sigue teniendo algo que decir.

El origen del conflicto secular radica en la deformación del concepto de razón que se produjo tras la Ilustración. Según los autores modernos, lo racional se limita a aquello que puede ser probado mediante experimentos, combinando la matemática con el método empírico. Esta corriente cataloga como irracional todo lo que no responda a estos estándares, convirtiendo a la razón técnica en la única medida para todos los aspectos de la vida humana. Excluidos los factores «subjetivos», la técnica, entronada como el único criterio de verdad, se convierte en un elemento vacío de contenido moral, cultural o religioso.

El origen del conflicto secular radica en la deformación del concepto de razón que se produjo tras la Ilustración

Este racionalismo científico, lejos de comprender al hombre de forma integral incurre en un reduccionismo al dar la espalda a los interrogantes propiamente humanos. El sentido de la vida, el fin último, el bien, la trascendencia o la belleza no pueden demostrarse empíricamente, por lo que no disponen de un espacio en la razón. Entonces, ¿dónde queda la moral? La moral, junto a la religión, está enmudecida y confinada al ámbito privado. «Liberados» de conceptos absolutos como el bien y el mal, el nuevo criterio se reduce al «poder hacer», lo que paradójicamente atenta contra la libertad del hombre. En la práctica, esta idea radical de la libertad presenta contradicciones evidentes. Al fin y al cabo, la bomba atómica, las cámaras de gas, las armas, la producción y selección de hombres, entre otros ejemplos, son producto de un desarrollo tecnológico que no ha ido acompañado de un desarrollo moral. La libertad requiere de una medida moral que le sirva de presupuesto para impedir que el poder del hombre se transforme en un poder de destrucción. En otras palabras, la razón práctica requiere de la razón moral para no volverse irracional.

Además, la técnica nunca es solo técnica porque no implica únicamente el cómo hacer, sino también lleva intrínseco el porqué de la acción humana. De este modo, una ciencia carente de contenido moral termina sometida al poder del más fuerte, convirtiéndose en una herramienta de dominación ideológica.

La razón práctica requiere de la razón moral para no volverse irracional

Curiosamente, esta razón positiva se define como autosuficiente al afirmar que por sí misma basta para explicar el hombre y el mundo. Sin embargo, posee una limitación en su propia configuración dado que es fruto de una coyuntura cultural determinada. Según la tesis de la cultura ilustrada y laica de Europa, la identidad europea es un producto de normas y contenidos racionales, que son independientes a la religión que ha sido predominante en el continente, el cristianismo. Es decir, que los fundamentos de Europa no residen en sus raíces cristianas y Dios no tiene lugar en la construcción de su identidad. Si fuese tal el caso, la razón positiva aspiraría a ser común a todos los hombres, es decir, tendría como pretensión la universalidad. De esta forma, podría exportarse a cualquier contexto histórico sin necesidad de unos presupuestos sociológicos o religiosos concretos. No obstante, resulta impensable que la total neutralidad religiosa del Estado se pueda implantar en la mayoría de los contextos históricos.

Razón positiva es fruto de una coyuntura cultural determinada

Pese a que en Occidente se haya extendido la idea de que la razón positivista es la universal, las culturas profundamente religiosas del mundo consideran que justamente esa exclusión de lo divino es el ataque más profundo a sus convicciones. El rechazo que generan por parte de estas tradiciones culturales los intentos de «matar a Dios» en la esfera pública permite comprender los problemas de integración en las sociedades cosmopolitas y las nuevas caras del fundamentalismo étnico y religioso.

Por ello, Benedicto XVI subrayó la necesidad de ampliar el concepto de razón, evitando su confinamiento al método científico y apostando por una razón humanista en armonía con la religión. De hecho, la razón y la fe están llamadas a purificarse recíprocamente; como afirmó el propio Ratzinger en su obra Fe, verdad y tolerancia: «La razón sin la fe no sanará, pero la fe sin la razón no será humana».

* Alejandra Corredera es profesora colaboradora en la Universidad CEU Cardenal Herrera. Graduada en Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales con Diploma Universitario de Experto en Marketing y Comunicación Política. Actualmente, realiza el Máster en Estudios Humanísticos y Sociales de la Universidad Abat Oliba CEU. Es miembro del grupo de investigación Religión, Sociedad y Política, colaboradora del Instituto de la Familia en la sede de la UCH-CEU y de la Cátedra de Teología Joseph Ratzinger.

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