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Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa

Nuestra Señora de la Medalla Milagrosa

La impactante historia de la Medalla de la Milagrosa que promete gracias a todos los que la llevan

Detrás de esta devoción mariana que se celebra hoy, se encuentra una joven monja, santa Catalina Labouré, a quien la Virgen encomendó la tarea de difundir su mensaje

La devoción a la Medalla Milagrosa se extiende por todo el mundo y ha conquistado el corazón de santos como san Juan Pablo II, la Madre Teresa de Calcuta o santa Teresa de Lisieux. Pero pocos conocen que, en el origen de esta historia que ha marcado la vida espiritual de millones, se encuentra una joven religiosa parisina, humilde y desconocida, a quien la Virgen confió una misión sorprendente: llevar esta devoción al mundo entero.

En 1830, en París, en el convento de las Hijas de la Caridad, vivía una joven monja llamada Catalina. Una noche se despertó al oír la voz de un niño que la llamaba y le decía: «Todo el mundo duerme; venga a la capilla, la Santísima Virgen la espera».

La hermana siguió al niño y, al entrar en el oratorio, vio a una hermosa señora. Corrió a sentarse a su lado, puso las manos sobre su regazo y la Madre de Dios le compartió algunos consejos para su vida espiritual. La Virgen le confió ese 18 de julio una misión. «Te costará trabajo, pero lo vencerás pensando que lo haces para la gloria de Dios», le dijo. Estas vivencias se conocieron gracias a los escritos que la religiosa dejó.

Tan solo tenía 24 años y la tarea parecía sencilla: «Háblale con confianza y sencillez; ten confianza, no temas. Verás ciertas cosas; díselas. Recibirás inspiraciones en la oración». La Virgen le encomendó a Catalina que todo lo que ella experimentara se lo comentara a su director espiritual.

Meses después, la Madre de Dios volvió a la vida de la joven monja. La aparición ocurrió durante unas meditaciones: la vio dentro de un marco ovalado que se alzaba sobre un globo. Pisaba una serpiente y de sus manos salían rayos de luz, aunque algunos no llegaban a la tierra.

Significado de cada elemento de la Medalla Milagrosa

Significado de cada elemento de la Medalla MilagrosaMiMedalla

En el margen del marco había una inscripción: «Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros que acudimos a ti», leyó Catalina. Cuando la imagen rotó, Catalina vio un círculo con doce estrellas y la letra «M» en su interior, superpuesta con una cruz. Debajo, estaban las siluetas del Sagrado Corazón de Jesús y del Inmaculado Corazón de María.

«Recibirán grandes gracias»

La Virgen le pidió que tomara las imágenes que había contemplado y se las llevara a su padre confesor. Sobre los rayos que salían de sus manos, le explicó que eran «la imagen de las gracias de aquellos que se han olvidado de pedírmelas». Deberían ser impresas en plata y oro. «Todos aquellos que porten la medalla recibirán grandes gracias», le prometió María.

Durante dos años, el sacerdote conversó con la joven monja acerca de todas las experiencias que vivía y escuchó acerca de sus visiones. Cuando estuvo seguro, se lo comunicó al arzobispo de París, quien autorizó la fabricación de las medallas sin conocer la identidad de la vidente. Las primeras fueron elaboradas por el orfebre Adrien Vachette.

La Medalla Milagrosa comenzó a repartirse en la ciudad francesa durante momentos de extrema necesidad: la epidemia de cólera que asoló París en 1832, causando la muerte de 20.000 personas. Se le atribuyeron curaciones, lo que provocó una oleada de conversiones en la capital francesa.

Devoción de numerosos santos

Ocho meses antes de su muerte, y tras haber fallecido su antiguo confesor, Catalina le contó a su nueva superiora todas las apariciones con todo detalle —algo que hasta entonces era secreto entre la monja y el sacerdote, y que nadie más conocía—, y así se supo quién era la afortunada que había visto y oído a la Virgen. Por eso, cuando ella murió en 1876, todo el pueblo se volcó en sus funerales. Además, para esa fecha ya se habían distribuido más de un millón de Medallas Milagrosas.

Más tarde se supo que esta devoción también había llegado a santos tan importantes como el cura de Ars, Santa Bernardita Soubirous o Santa Teresa de Lisieux. San Maximiliano Kolbe, fundador de la Milicia de la Inmaculada, llegó a decir que las medallas eran su «munición» cuando las repartía. En 1947 el santo Padre Pío XII declaró santa a Catalina Labouré.

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