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27 de abril de 2024

Nieves B. Jiménez
Todavía la vida

La felicidad de lo trivial

De repente, hay una edad en la memoria en la que uno empieza a tener muy presente lo que ha vivido. Paseo la mirada por escenas de la vida y entonces recuerdo a esa niña dando de comer a las palomas

Actualizada 09:57

A veces, me gusta coger una hoja del limonero y llevarla en mi mano para sentir su aroma. Me da energía. Llámalo la felicidad de lo trivial, «vivir sin hacer nada. Cuidar lo que no importe, la carta que le escribes a un amigo...», apuntaba De Villena. Sé que cada día es un milagro porque quien no ha conocido el dolor no conoce la alegría. Porque sale el sol. Y la luna. Porque (aún) tenemos mares y cae la lluvia… Aquellas emociones de la infancia siguen almacenadas en mi interior. Entonces valoro la fuerza espiritual que hay en mí. En nosotros. Cuando te acercas a todo aquello que nos ha construido en nuestros primeros años y configura toda una trama de paisajes, olores, se remueve nuestro sistema emocional. Con la evocación de lo vivido, diálogo a cielo abierto con las magnolias del jardín, el mirlo en la rama y con la primavera que anuncia el verano.
Desde esta terraza del paseo, con casi 35 grados, veo a un grupo de ejecutivos engominados pidiendo cafés y tostadas con aceite y tomate. El camarero sale gritando a espantar las palomas que picotean sobre las mesas y en las cabezas de las señoras que llegan de la peluquería. Le interrumpe el repartidor de Amazon que, cargado de cajas, casi se lleva un manotazo del camarero espantapalomas que agita frenético los brazos como un ventilador. Las palomas vuelven. ¿Comparten las tostadas de los ejecutivos? Comparten. Algunos niños se ponen perdidos las camisetas con helado de chocolate. Unos novios se besan. Un clown hace pompas de jabón. Y recuerdo a aquellos que ya estaban antes de que nosotros llegáramos. Las etapas vitales influyen en lo que vivimos. De repente, hay una edad en la memoria en la que uno empieza a tener muy presente lo que ha vivido. Paseo la mirada por escenas de la vida y entonces recuerdo a esa niña dando de comer a las palomas cerca del centenario ficus. Es una magnífica terapia recordar a la niña que una fue –sus miedos y aspiraciones–, es lo que permite reconocerse en quien se es ahora.

El secreto del éxito está en ser y no en tener. En aportar lo máximo y ser agradecida

Esto de ser feliz es un poco como la cocina. Me explico. No soy nada partidaria de términos como «instant», «fast energy» o «flash mood», esas ampollas de belleza instantánea. Tiempo. Cariño. La tecnología ha terminado esclavizándonos. ¿Quién no recuerda llegar a casa y preguntar si había llamado alguien? Se ha perdido esa emoción de bajar a la cabina y llamar con 50 pesetas. En medio de esta coctelería emocional siempre he tenido presente el arte de los sonidos. Mientras no paraba de dibujar y devorar tebeos, la banda sonora original de mi vida tiene parrafadas, ruidos y susurros, efectos especiales y una colección interminable de músicas que conviven muy bien y se ceden el paso amigablemente, como las películas que he visto y casi me aprendí de memoria, repetidas durante años y años, en invierno y en verano.
Sigo sin entender esa manía que os ha entrado por ser felices por obligación. «Como anhelo no es malo, como obligación parece la causa de los males, una condena», coincido con Ray Loriga. Os cobijáis en frases de autoayuda insustanciales. Ya, a mí también me encantó el «quiero el cuento de hadas» que soñaba Vivian en Pretty Woman. Soy consciente que cada día la tarea está aún a medio hacer, que hay que continuar sin abandonos, sin piruetas ni cayendo en escepticismos. Siempre con lo que recomienda el Eclesiastés, capítulo 8, vers. 15: «Por tanto, alabé yo la alegría, que no tiene el hombre bien debajo del sol, sino que coma y beba y sea alegre; y que esto se le quede de su trabajo los días de su vida que Dios le dio debajo del sol».
Teniendo todo esto claro, concluyo como los ingleses, sigo «feliz en mis zapatos» agregándole un toque Carmen Maura: «soy muy positiva. Además, soy malísima con la memoria. He llegado a estar hablando con alguien y que me recuerde mi representante que me llevaba mal con él. Lo mejor en ese sentido es que me olvido de lo negativo». El secreto del éxito está en ser y no en tener. En aportar lo máximo y ser agradecida. Y llegado el día hacer todo lo posible para no decir lo de Borges, «cometí el peor pecado que uno puede cometer, no he sido feliz» porque logré ser una implacable gestora de mi tiempo. Considero que es lo más valioso que nos queda.
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