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29 de marzo de 2024

Noches del sacromonteRichi Franco

¿Se puede comprender la vida?

Afortunadamente, la vida es otra cosa más complicada que la que quieren hacernos ver los ciegos y, paradójicamente, tantos jóvenes hinchados de idealismo, que aprenden las palabras, pero no tienen la experiencia que les dé profundidad

Actualizada 05:51

Nadie nos avisó de que la vida se iba a perder entre valores, consignas y preocupaciones por la etiqueta y los modales para dar la patita a quien interesa y según la ocasión, y que ahora, en un empobrecimiento de la buena vida, llamamos ser educado y tener buenas formas.
Tampoco se nos avisó de que en la vida hay quien trata de que olvidemos «por nuestro bien» todas las cosas realmente buenas que nos han enseñado los ancestros, desde que alguno, el más inspirado de todos, se irguió y miró un atardecer para pintarlo o hacerle versos de amor cuando se reflejaba en la miel de los ojos de una amada.
Tampoco se nos dijo entre los planes de estudio, los idiomas, la excelencia –que no falte– y todo eso de la perspectiva del futuro que creemos poder manipular ilusoriamente con imágenes del pasado, que la vida, la gran vida, la maravillosa vida de la que nos ausentamos cuando duele, para ir detrás de planes mejores, se iba a ir perdiendo por las grietas de nuestros proyectos de distracción.
Y por supuesto, mirando los apuntes e intentando recordar las notas y esquemas de los temas que entraban en este examen, tampoco nos dijeron esa fórmula exacta del descanso sin ansia, ni esa reflexión debida para alcanzar el estado pacífico en el que la realidad deja de arañarte con sus uñas sucias de bestia parda, o ese estado de gracia beatífica por la que se puede juzgar por encima de las nubes, como esos que nunca se equivocan.
Sin embargo, afortunadamente, la vida es otra cosa mucho más complicada que la que quieren hacernos ver los ciegos y, paradójicamente, tantos jóvenes hinchados de idealismo, que aprenden las palabras, pero no tienen la experiencia que les dé profundidad, o los viejos enfermos de escepticismo porque las circunstancias nunca acompañaron a su expectativa.
Afortunadamente, la vida real se sale y se vierte por el borde de nuestros esquemas más rígidos, igual que se desborda el cielo ante la vista y, según vamos creciendo, las palabras con las que nombramos la experiencia se van ensanchando hasta exceder nuestra propia medida. Ni el joven sabe toda la verdad, ni el viejo agota su significado. Pero uno y otro pueden decir algo; incluso yo, que puedo ser tan insultante como la ignorancia del joven y tan insípido como el aburrimiento del viejo, puedo decir algo sobre la verdad, algo sobre la nostalgia y algo sobre el amor que a alguien le sirva aunque, por supuesto, yo no sea digno de tener esas palabras en mi boca.
Todos podemos hablar y podemos decir, con cierta lejanía de la verdad o de la muerte, en qué consiste la vida y dónde consisten las cosas que no vemos, es decir, donde encuentran su fundamento. Porque al asentarse en ese fundamento siempre terminan por exceder la medida del hombre para erigirse y erguirse como el hombre antiguo hacia un significado mayor; hacia otra realidad menos asfixiante, aunque real; hacia el eterno silencio del Misterio que nos precede, nos pregunta en medio del ruido y nos reclama a despertar de la ensoñación idealista de perfección y de pureza para atraernos a la realidad que él mismo está haciendo a cada instante, sin pedirnos permiso ni esperar a que comprendamos. Porque la vida, afortunadamente, con sus segundos, sus minutos, sus lagunas de distracciones y preocupaciones excede a nuestra verborrea y apariencia de entendimiento, y sólo puede comprenderse a la larga y abrazarse toda, sin censuras ni tachones, desde la ternura incomprensible de Dios, que a todos, un día, nos calla y nos pregunta: «pero, ¿tú me amas?».
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