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19 de abril de 2024

Carmen Sánchez Maíllo

El fermento creativo de la familia

Una sociedad envejecida, sin vínculos comunitarios, donde no nacidos y ancianos son eliminables en virtud de pseudo-derechos

Actualizada 13:02

El empeño evidente en cambiar una sociedad, la occidental, desmantelando los pilares esenciales que la sostienen no es nada nuevo, más bien tiene dos siglos largos en nuestra época contemporánea. La Revolución Francesa supuso la primera impugnación radical a dicha civilización, pero las inercias de largo recorrido de la civilización occidental no solo han sintetizado parte de la herencia revolucionaria, sino que también han permitido sortear los intentos de suicidio colectivo de la primera guerra mundial y la apuesta destructiva de la revolución soviética, así como la destrucción moral y humana que supuso la segunda Guerra Mundial, esquivando además la amenaza de la aniquilación nuclear en la posguerra.
La embestida en el siglo XXI contra la civilización occidental tiene un marcado carácter cultural. Un cóctel de la herencia intelectual de Gramsci, de los ecos del 68 y las pretensiones tecno-utópicas del post-humanismo constituyen los actuales arietes que impugnan el modo de vida que nace hace 2022 años. El objetivo principal se torna contra aquello que hace al hombre más hombre: la cultura. La permanente propaganda que cuestiona la naturaleza humana y su biología obedece a este designio. Ignoran los impugnadores que donde no hay cultura no florece la naturaleza. Una sociedad envejecida, sin vínculos comunitarios, donde no nacidos y ancianos son eliminables en virtud de pseudo-derechos, dónde la rotunda e ineliminable división biológica de hombre y mujer se considera superada, perderá toda su fuerza y se convertirá en un desierto invivible.
La desertización del mundo Occidental está en marcha. Nadie puede negarla, el crecimiento vegetativo negativo no es reversible a corto plazo en muchas naciones de Europa, el suicidio como causa de mortalidad avanza entre los más jóvenes, decisiones políticas que bajo el pretexto de cuidar el medio ambiente descapitalizan las industrias más consolidadas de muchos países, muestran a cualquier observador objetivo que, precisamente en Occidente hay quienes no tienen voluntad de futuro y que el presente que se está ofreciendo a las nuevas generaciones está sembrado de sal.
Sin embargo, desconocen todos aquellos que fomentan el desierto, poderosos de toda índole y nacionalidad, que el desierto tiene sus límites, que también tiene corrientes invisibles que terminan asegurando la vida. Ignoran los fermentos pacientes e invisibles que toda sociedad humana tiene y tendrá, las semillas de un caudal de vida que se resiste a no florecer. Como el Saccharomyces cerevisiae existe en todo el planeta y permite hacer pan en casi cualquier condición climática, la familia natural, fruto de la cultura y de la naturaleza, se constituye cada vez y de forma más evidente en el fermento invisible que toda sociedad necesita para hacer fecundas las tierras baldías del presente.
Este fermento requiere paciencia y tenacidad, no funciona con adulteraciones, pues la unión estable y hasta la muerte de un hombre y una mujer, tiene el potencial de superar cualquier obstáculo, sobrevivir a toda pandemia, hambruna o pretensión ideológica por potente y financiada que sea. Sobrevivió durante lo peor del sistema soviético, durante el momento más duro de la Revolución Cultural China y sobrevivirá, sin duda, a la obtusa ofensiva globalista que Occidente y todo el mundo padece.
Ser conscientes de su valor, no olvidar su cuidado, ser humildes en su conservación y pacientes en su cultivo. Esa es la vocación a la que muchos de nosotros hemos sido llamados.
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