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28 de marzo de 2024

Todavía la vidaNieves B. Jiménez

Nos salva un rostro

No es fácil hablar de la belleza absoluta porque las palabras quedan insignificantes ante su grandeza. Pero la belleza salva. Y nos salva la fe que no es efímera ni frágil, a pesar de nuestras dudas

Actualizada 13:21

Cuando septiembre deja atrás los calores, llega la dulzura del clima, la claridad en el aire, hay palmeras, magnolios y en los muros de iglesias y torres tonos calientes y canelas, según las horas. No lo digo yo, lo dice el poeta Jorge Guillén de paseo por mi ciudad.
«De todos los maestros que tuve como guías aprendí que sus ideas no surgen sólo por una crisis espiritual personal, sino más bien por la crisis espiritual del tiempo que les tocó vivir», contaba César Antonio de Molina a Jordi Corominas. Y suscribo. Un amigo profesor asistía estupefacto a un momento surrealista. Una compañera consultaba al guía de un museo si además de la exposición no hacían actividades divertidas para entretener a los adolescentes. Vamos, daba por descontado que los chavales se aburrirían tan pronto comenzaran a ver algo cultural. El grado de tontuna es galáctico. Define esta sociedad vacía, de jóvenes insatisfechos con una necesidad imperiosa de llenar su tiempo con actividades de usar y tirar. Eso sí, súbelo siempre a Instagram.
«¿Cómo se puede pensar que toda nuestra existencia no vale para nada?», continuaba De Molina. Si paseas por el Coliseo sabes que Séneca vivía cerca. Llámenme cursi pero me gusta sentir cuando piso ese suelo el paso de aquellos antiguos. Cuando camino por el centro de Murcia sé que Jorge Guillén vivía cerca de mi casa, en el palacio del Marqués de Ordoño, durante su etapa como profesor de literatura en la universidad. Un palacio tan espectacular que Salzillo lo copió para representar el Palacio de Herodes en su belén. Precisamente tengo entre mis manos Los misterios de Salzillo, de Antonio Botías, ya por la sexta edición. Un recomendable relato sobre las leyendas que rodean al genial imaginero que 233 años después de su muerte sigue dando mucho que hablar. De la mano de Botías conocemos el legendario origen de algunas de las tallas más famosas de la imaginería como La Dolorosa o el Ángel de la Oración cuyo boceto encontró Salzillo sobre su mesa tras cobijar a un mendigo en su casa; descubrimos la gran trascendencia que a través de la historia ha tenido Nuestro Padre Jesús Nazareno; el devenir de las imágenes durante la Guerra Civil o el primer estudio científico realizado a los restos del escultor más representativo del siglo XVIII español. Todo en una época, «donde la información religiosa cobraba más importancia que en la actualidad y en la que rumores sin confirmar terminaban convertidos en leyendas».
Un sinfín de episodios como el extendido rumor de que Nuestro Padre Jesús lloraba sangre. O el uso de los dátiles de la palmera de la Oración para remediar la infertilidad femenina. Y si hubo Oro de Moscú también las tallas de Salzillo casi acaban en Rusia. Acudiendo a las Actas de la Junta de Incautación y Protección del tesoro artístico del gobierno republicano sabemos que fueron acusados de sacar las tallas fuera de Murcia. Nada más lejos. Fueron precisamente los que evitaron que eso sucediera.
No es fácil hablar de la belleza absoluta porque las palabras quedan insignificantes ante su grandeza. Pero la belleza salva. Y nos salva la fe que no es efímera ni frágil, a pesar de nuestras dudas. En cada oración en silencio, en cada acto de generosidad, nos salva el rostro de Jesús que contemplamos en el paño de La Verónica. Deje que entre la luz reflejada en la cara del Ángel en la luminosa mañana. Su contemplación impresiona porque al igual que Ovidio «no quiero consumir mi alma con continuas preocupaciones, que, no obstante, irrumpen y penetran a donde se les ha prohibido...».
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