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25 de abril de 2024

todavía la vidaNieves B. Jiménez

Cuánto nos cuesta dejarnos ayudar

A veces la vida se nos atraganta tanto que necesitamos unos golpes en el pecho para tomar aire

Actualizada 10:32

La colección de Adolfo Domínguez que acaba de llegar es, una vez más, un canto al diseño impecable y a materias con alma. En una pausa de la presentación fijé mi mirada en un mensaje que la ilustraba:
El paseo comienza en mi bosque / entre los árboles / huele a fresco. Me arropa su susurro, me acunan sus ramas. / Me despierto bruscamente en lo negro, pero no es la noche / en la oscura huella de la estupidez humana/ olor a quemado y a ausencia/ ¿Dónde están nuestros árboles? ¿En qué momento decidimos destruir? Veo un lugar repleto de cicatrices…/ Cenizas que gritan. El bosque quemado es el final de la vida y el comienzo del desierto.
La tierra fértil no cae del cielo así que no olvidemos que «el árbol es vida, la casa de todos los nidos, la posibilidad de descanso». Buscando una salida a este caos que vivimos, que agota y da vida, pienso en que hemos normalizado lo de pagar y pagar impuestos y conocer a diario catástrofes mundiales cuando el pan nuestro debería ser también aliviar, intercambiar abrazos e ideas que espoleen nuestro coraje.
Sé algo del amor y la muerte porque nos hemos mirado cara a cara, por ello detesto aquello de, «esto es lo que hay y no se puede hacer más». Y me inspiran las personas que luchan. Y las que no se dejan vencer. Y apunto frases que están llenas de esperanza como esta de Günhter Anders: «Desconozco la esperanza por principio, porque mi principio es: mientras haya aún la menor oportunidad de intervenir de manera útil en esta tremenda situación en que nos hemos metido, hay que aprovecharla». Tal vez tenga algo de esa Glenn Close del final de Las amistades peligrosas, desmaquillándose derrotada frente al espejo mientras cae por su rostro una lágrima. Todos somos esa intimidad.
Hace unos días viví una situación que casi torna en trágica. En la mesa contigua una señora riendo se atragantó. Comenzaron los golpes en la espalda mientras ella encarnada hasta saltarse las lágrimas. El último golpe fue tan violento que por fin empezó a toser… De repente, a su marido comenzó a faltarle la respiración a consecuencia del pánico. Paradójicamente, no se dejaba ayudar. Sólo quería verla a ella recuperada. A veces la vida se nos atraganta tanto que necesitamos unos golpes en el pecho para tomar aire.
Eso me llevó a pensar en cómo muchos no entendemos la vida sin acudir solícitos a una llamada de auxilio. Nos dejamos el alma ofreciendo nuestra ayuda. Pero ¡ay! cuando nos toca a nosotros, cuánto nos cuesta dejarnos ayudar. O, simplemente, que nos cojan la mano. Cuántos muy cerca permanecen callados y se están ahogando. ¿Qué nos lleva a no confesar que nos encontramos mal? ¿Tememos mostrar debilidad? La fortaleza es admitir que ya no puedes más. Hay más valentía en un hombre que se enfrenta a sus emociones que en el aventurero más intrépido, me decía el poeta Ortiz Poole. Hay palabras que parecen ya gastadas, pero siguen vinculadas a la dignidad del ser humano. Pedir ayuda están entre ellas.
Me han enseñado a no rendirme, a querer, a trabajar duro, a ser humilde, aprovechar cada soplo de energía, a tener humor y a ser persona. Emociones que nos mueven, nos alimentan y nos diferencian. Y qué importante es diferenciarse en un mundo cada vez más generalizado. Sabemos que la generación de nuestros hijos será la primera que vivirá en peores condiciones que sus padres. Tenemos, entre todos, el reto de superar esta crisis. Está en nuestras manos. ¿A qué esperamos?
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