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25 de abril de 2024

todavía la vidaNieves B. Jiménez

Evitemos los actos vulgares

Descartaré la cobardía que impide ser feliz. Aplaudiré el entusiasmo en las personas brillantes y veré cómo triunfan

Actualizada 04:00

«El escritor de periódicos no puede olvidar que escribe en hojas de otoño», Manuel Alcántara dixit. Leo a mi admirada Rosa Palo celebrando su cumpleaños en el Nápoles más otoñal, «calaíca hasta los huesos llego al hotel. Me cambio, me tiro a la calle para ver al Cristo Velato de Sansevero y me he vuelto a calar». El colmo para los que vivimos en el rincón de España donde las nubes pasan de largo, «¿sabes esa cosa de las pelis románticas en las que a la protagonista le cae el diluvio universal y ella sigue ideala con wet look cojonudo? Pues no es verdad». Ay, amiga, ese look del que usted me habla del final de Desayuno con diamantes soy yo mojada, pero sin gato y sin novio… Que todo placer sea fugaz, ya decía Eliot que el ser humano no soporta mucha realidad.
Como no olvido lo de supervitaminarse y mineralizarse, tiro de mitos. ¡Baroja! Quién mejor mantiene el tipo y el secreto de su éxito. Ahora que acudís a libros de autoayuda o consultáis con la almohada ya avisaba en La busca, «hay que buscar un fin para emanciparse de esta existencia mezquina… y, si no, lanzarse a la vida trágica». Si mi guía es Groucho Marx, «la felicidad está hecha de pequeñas cosas», ya saben, una pequeña mansión, un pequeño yate, apuesto por Baroja y el mar, empezando por el Cantábrico, que no es cosa menor, o dicho de otra manera, es cosa mayor.
Y no es casualidad con un tío, Juan de Aguirre, navegante en barcos piratas e historias escuchadas en el puerto de San Sebastián, «mi tía Cesárea, en la novela tía Úrsula, vivía en una calle que da al muelle». El mar, destino al que te llevan tus inquietudes, aventuras, tesoros y naufragios al ritmo apasionado del oleaje de la vida. Las inquietudes de Shanti Andía narra la existencia marina de Shanti pero sobre todo es nostalgia por el mar y los recuerdos juveniles. La casualidad me encuentra con el pintor Severo Almansa. Su conversación, azogue para la historia principal que es la vida: «Recogíamos algas de la playa, las secábamos al sol y rellenábamos con ellas las fundas de los colchones. El cabrero nos surtía de leche por las mañanas. Y los domingos, un personaje singular en bici-carro nos proporcionaba bollos de crema y piononos. De adolescente, subíamos al Mosqui para ver las citas que, los amigos, escribían con tiza en la pizarra de los menús: «Hoy, caldero». «Antonio, a las 4 en casa de Blanquita. Llévate los discos». Hoy, tengo guasap. Ni un spoiler, «hoy que a casi nadie le ocurre algo digno de ser contado y la generalidad de los hombres nadamos en el océano de la vulgaridad», continúo con Baroja.
Nacer junto al mar le parecía augurio de libertad y cambio. Y también a una que se ha criado corriendo por la playa, buceando aventurándome hasta lo más profundo en busca de rocas que me sorprendían con pulpos, magres… porque «antes era ingenuo, hoy un desengañado; y he vivido en medio de los acontecimientos y los acontecimientos me han escamoteado la vida». En Local Hero, veo a Burt Lancaster desde la bahía: «El mar ya no es lo que era» aka la vida. Quizá caigo en el error del personaje.
Llevaré la contraria a don Pío, pues. Evitaré la vulgaridad, ya toca que nuestras obras hablen por nosotros. Descartaré la cobardía que impide ser feliz. Aplaudiré el entusiasmo en las personas brillantes y veré cómo triunfan. Y luchando, porque no temo la muerte por ser muerte, sino porque es el fin de la batalla.
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