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20 de abril de 2024

todavía la vidaNieves B. Jiménez

Encadenar desesperanzas en el telediario

Sé que la vida puede ofrecer cosas todos los días. Pero echo de menos más curiosidad. Mirar más a la persona que tenemos al lado

Actualizada 04:00

Esta semana se despedía de Madrid La voluntad de creer, de Pablo Messiez. ¿Cómo? ¿Qué usted es de los pocos que no ha asistido al, hasta ahora, exitazo de la cartelera teatral? No teman, prometen gira. Messiez nos sitúa ante algo tan fino que haría saltar por los aires la delgada línea entre lo real y lo ficticio. Creencia y razón. La vida y la muerte. Tras verla, confirmo: mi voluntad de creer es mayor. Así como el deseo de hacer con nuestra vida algo grande. Es la fe quien nos motiva la voluntad de seguir un ideal. Cuántos valores se están aparcando mientras nuestra parálisis ante el horror crece... Sartre hablaba de la mala fe, que no es tener mala idea hacia el otro, sino creer lo que te quieres creer. Messiez gira, efectivamente, sobre la fe, «¿qué hace que podamos creer en algo?». ¿Qué relación hay entre voluntad y fe? El texto surge desde la transcripción del juicio a Juana de Arco. Cuando le preguntan: «¿Cómo sabía que era la voz de san Miguel la que escuchaba?», y contesta: «Porque tenía voz de ángel». «¿Y cómo sabe usted que era una voz de ángel?», y la respuesta de Juana de Arco, «porque tuve la voluntad de creerlo». Ahí está todo. La evolución de lo irracional con lo racional. ¡Pero si hasta para esto de vivir es más que conveniente acogernos a la voluntad de creer…! Messiez cuenta que comenzó en el teatro por el pánico a morir, «que se acabara todo». Con 12 añitos, «al leer un artículo sobre Bernard Shaw, en la escuela, para análisis de texto. Decía que la única manera de vencer a la muerte era quedar en el recuerdo de los otros». La angustia se apoderó de él, «¡nacer para morir! ¡qué sentido tenía todo esto!». Un ir muriendo acompañado o hacerse un García Márquez en toda regla, «escribo para que me quieran más».
El otoño es época de renovación. Como el árbol va desprendiéndose de sus hojas así nuestra necesidad de limpiar restos que acabarían lastrándonos. ¿Y si os pregunto con aquel verso sin verano de Mary Oliver, «¿qué planeas hacer con tu salvaje y preciosa vida en otoño?»
Cada vez creo más en las capacidades humanitarias del hombre. Sé que la vida puede ofrecer cosas todos los días. Pero echo de menos más curiosidad. Mirar más a la persona que tenemos al lado. Busco historias que nos sacudan del desaliento. Que nos alumbren en estos tiempos de claroscuros. La sensación que produce abrir una ventana y ventilar la casa. Me acojo a todo aquello que me proporcione paz, ahora que sin remedio ponemos un telediario y vamos encadenando historias desesperanzadas. Créanme, a veces pasan cosas inesperadas y alguien te devuelve la esperanza. Desde recibir libros preciosos como Cumbres Borrascosas, de Emily Brontë, «impactante apasionado y terrible», según William Somerset Maugham y «árida y nudosa como la raíz del brezo», como señalaba Charlotte Brontë. Cualquier letra que clava mi vida de Manuel Alejandro o Juan Carlos Calderón, ¡esa Procuro olvidarte! Y quiero besos como el de Cary Grant a Ingrid Bergman en Encadenados. Cada vez estoy más convencida de que la vida no tiene sentido si de alguna manera no devuelves todo lo que te ha dado. Y, Messiez, por cierto, sigo cuestionándome aquello de tu obra, «sólo actúa quien tiene voluntad de creer».
Si de aridez se componía aquel libro de Brontë, grite, llore, ría a carcajadas y resurja de sus cenizas. Los afectos y las ilusiones suelen limar la aridez de la vida.
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