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25 de abril de 2024

Ángel Barahona

Las mentiras de 'El País' contra el cardenal Pell

Los presos, tras conocerle durante el vergonzoso tiempo que lo mantuvieron en prisión ,reconocieron en su trato su inocencia

Actualizada 04:30

El cardenal Pell fue un hombre de fe que encarnó al Siervo de Yahvé a la perfección en el seguimiento de su Maestro: acusado injustamente, perseguido con mentiras, aceptando su martirio en vida con entereza, todo por amor a Cristo y a la Iglesia. Nos dio signos concretos de fe a través de los sufrimientos por los procesos que tuvo que pasar y del injusto encarcelamiento. Nunca usó los medios a su alcance para rebelarse contra la injusticia, nunca pronunció una palabra de ira o de resentimiento, sino que abrazó su Cruz unido a Cristo. La Iglesia ha perdido a un gran hombre.
Cuando empezó su martirio, el diario El País asumió sobre sus espaldas una causa noble, que coincide con la de algunos grupos parlamentarios que buscan que se haga justicia a las víctimas de abusos en la Iglesia y solo en la Iglesia. La idea partió de lo que se hizo en Irlanda, Australia, Francia, etc. Nada que decir sobre la nobleza de la investigación en sí misma que parte de la iniciativa del mismo Papa Francisco. En lo que sí hay algo que decir es en la ética del proceso mediático y el manejo de los datos. Se supone que la fiabilidad de la información, que da credibilidad a un periódico o a un medio de información, es la objetividad, el cuidado exquisito de que la información sea veraz y que no se sesgue intencionalmente en sentido ideológico la evaluación del resultado. Además de esto sabemos que la omisión dice tanto o más que la información.
Todas estas condiciones fueron violadas. En el diario El País, en el apartado de Sociedad del 6 de febrero de 2022, venía un artículo sobre los abusos en la Iglesia, encabezado por una gran foto del Cardenal Pell de 2018, que no se nombra en el texto del artículo, del que no se dice que fuera absuelto porque no se encontraron pruebas del delito, y del que tampoco se dice que al salir de la cárcel –donde se supone que con este tipo de delincuentes la cárcel se ensaña– fuera aplaudido y vitoreado. Lo que los medios y los jueces de dudosa honestidad, no hicieron, lo hizo «el pueblo» – los presos tras conocerle durante el vergonzoso tiempo que lo mantuvieron en prisión reconocieron en su trato su inocencia–. Víctima de una injusticia implacable y de un ensañamiento injustificado.
En el caso del uso victimario del Cardenal Pell, sucede como en las víctimas bíblicas: Abel, José, Job, las víctimas, las que padecen el mal, reivindican su inocencia, aceptan cargar con la culpa, pero defienden su intachabilidad. No han trasgredido ninguna regla. Por tanto, no tienen nada que pagar a ningún dios/estado/medio ni deben nada a la comunidad. La defensa a ultranza de su honestidad las lleva igualmente al cadalso. Porque nadie, después de este episodio, tan cacareado cuando se le acusó sin presunción de inocencia, dijo nada al respecto cuando fue exonerado. ¿Silencio culpable? ¿Acusa que algo queda, que da lo mismo lo que suceda?
Cuando la injusticia se cierne en el horizonte de nuestra historia y el enemigo se mueve contra nosotros, es hora de escuchar la Palabra de Dios encerrada en estos eventos, y «entender y calcular» lo que nos espera: en el tsunami que viene a nuestro encuentro, no podemos olvidar que el amor de Dios espera hacerse carne en nosotros para que completemos la pasión de Cristo y podamos darnos (lo cual tiene una clara connotación sacrificial) por la salvación -que no la salud- de cada hombre. La misma palabra que tuvo que cumplirse en Jesús se ha cumplido en el Cardenal Pell. Morir por – hipér-, este es el primer y último significado de la vida de un cristiano, el valor que la sostiene y la hace fructífera.
Esto es lo que nos dice Péguy en su libro El misterio de los santos inocentes, que están escondidos detrás de los brazos extendidos del Hijo crucificado: «Es una gracia para aquellos que conocen a Dios sufrir aflicciones, sufriendo injustamente; qué gloria sería de hecho, soportar el castigo si has fallado, pero si al hacer el bien soportas pacientemente el sufrimiento, esto será agradable ante Dios».
En la ofrenda (entrega) de Cristo a todos los hombres, en el cumplimiento misterioso de este amor a través de los siglos en los mártires conocidos y desconocidos, en las heridas del Cuerpo de la Iglesia de Cristo que está cargando con el pecado del mundo, en la lista interminable de los que han sido tratados como corderos y de aquellos que discreta y silenciosamente llevan los estigmas del Siervo de Yavéh, cada dolor inocente encuentra su significado. Los abusados y los abusadores solo son «salvados» por Cristo. Lo cual no quiere decir que no tengan que comparecer ante los tribunales humanos y dar cuentas de lo que han hecho y de lo que les han hecho para que no vuelva a suceder. Pero lo injustificable es la falta de ética en los medios que presumen de objetividad. En la noticia del 12 de enero de 2023 el mismo periódico que le condenó sin atenerse a la falta de pruebas, insiste en dar por sentado morbosamente un hecho que nunca se pudo probar. Calumnia que algo queda. El linchamiento mediático después de una absolución judicial no tiene justificación, por eso es un inocente de nuevo crucificado. El Papa Francisco, que es implacable con los abusos, nunca creyó en la culpabilidad de Pell, por eso siempre le invitó a apelar y le mantuvo en el G9.
«Qué misterio el sufrimiento de tantas personas inocentes que llevan sobre sí el pecado de otros, incesto, violencia sin precedentes […]. Dios se hizo hombre para llevar el sufrimiento de todos los inocentes. Él es el inocente total, el cordero llevado al matadero sin abrir la boca, el que lleva los pecados de todos sobre sí mismo» (Kiko Arguello, El sufrimiento de los inocentes).
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