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02 de mayo de 2024

noches del sacromonteRicardo Franco

¿Qué será resucitar? Sólo Cristo lo sabe

Si miráramos con sencillez nuestra vida, no encontraríamos otra palabra más bella que la de 'resucitar' para describir lo que que esperamos cada instante

Actualizada 08:54

Si no sabemos qué significado tiene una palabra, esta deja de usarse o se usa mal; o sucede con ella que se conoce de oídas, pero cae en la desgracia del tópico. ¿Qué significará realmente resucitar? No sé si lo sabemos.
Si se lee, o se piensa despacio, 'resucitar' es una de esas palabras que deja un tanto enmudecido. La palabra viene de atrás; de una historia que recuerda a un sacrificio en nombre de lo legalmente establecido; a unos romanos y unos judíos que se tornan camaradas para acabar con un hombre y abandonarlo en una colina como un perro destripado, a los pies de su madre y con casi todos sus amigos dados a la fuga.
También nos recuerda unas tradiciones que se conservan para bendecir a la hostelería y a los gobernantes que, en su gran magnificencia, nos dejan sacar a la calle la talla del Cristo de los Gitanos o a la Macarena, en ese breve desbordamiento anual de fervor religioso, en un país que sólo cree ya en el descanso del dinero y en la espera del próximo puente. Pero, por desgracia, si alguien preguntara a cualquiera qué entiende por resucitar, (que ya en sí sería un milagro tal diálogo), o qué tiene que ver el presente real, el de ahora, con dicho acontecimiento en la Palestina de hace dos mil años, el sonrojo y la incomodidad se adueñarían de la conversación.
Porque resucitar, como acto de volver a la vida, es una de esas palabras que, junto a 'misericordia', 'perdón', 'fraternidad' o 'eternidad' sólo pueden ser reconocidas a través del tacto y de los ojos, ya que muestra una realidad que no sabemos reproducir, y a la que no alcanzamos con sesudas explicaciones, o con el manido intercambio de ideas en el que nadie se escucha.
Y sin embargo, si miráramos con sencillez nuestra vida, (que también sería otro milagro) no encontraríamos otra palabra más bella que esta de 'resucitar', para describir lo que somos y lo que esperamos cada instante de nuestra impotente existencia.
De hecho, para empezar, no hacemos otra cosa que vivir una pequeña resurrección cada mañana, tras el peregrinaje nocturno por la sombra del sueño, aunque después haya días en los que querríamos volver al sepulcro caliente de la cama, tras comprobar que el mundo sigue tal y como lo hemos dejado. Pero, de momento, quedémonos con ese milagro del despertar, que nos coge siempre tan dormidos...
Y de hecho, no hacemos otra cosa que resucitar, (ser revividos) cuando experimentamos que a nuestro corazón medio muerto, le nace un brote nuevo e inesperado de esperanza en un amor que no termine en la nada; que sea sincero, gratuito y sin otro interés que el de crecer hacia la luz. Pero, este sí que es otro milagro indescriptible, que nos coge siempre haciendo cuentas sobre lo debido a la moral.
Y, de hecho, no hacemos otra cosa que resucitar, (ser llamados de la tumba) cuando somos mirados por alguien que redescubre y abraza nuestro valor infinito, invisible hasta ese momento para nosotros mismos, que ya no esperamos nada; que nos coge de vuelta de todo, excepto de reconocer que la vida que manipulamos, distraídos, se nos escapa a chorros por el tiempo y no sabemos quien se ocupa de recogerla con mimo, una vez vertida para siempre.
Y, de hecho, no hacemos otra cosa que resucitar (volver a nacer) cuando deseamos, secretamente, algo más de cada uno de los días que se marchan, fugaces, por el trabajo o los disgustos, o la dejadez o el cansancio, dejando tan poco de lo prometido en la bolsa de la satisfacción, aunque le intentemos poner un poquito más de voluntad y otro poquito de buenas intenciones, mientras esperamos la muerte como Cristo, pero sin querer nombrarla en absoluto para no romper el hechizo de la ilusión.
En fin. Tengo para mí y para terminar esta larga columna, que no sabemos qué es resucitar, a menos que hayamos sentido antes un poco cada día esa muerte y sepamos, de algún modo, que necesitamos a alguien más poderoso que nosotros para venir a reanimarnos.
Y tengo también para mí, que no alcanzamos otra experiencia que la de la decadencia y la de la mortecina costumbre sobre las cosas que terminan descansando en algún nicho. Pero, llegado a este punto, tampoco puedo dejar de desear con todo el ansia de mi alma humana, con todo el anhelo de mi vida, que todo aquello que amo, que todas las músicas que me conmovieron, que todos los paisajes que han amanecido ante mis ojos, que todos los artistas, los pintores, los poetas, los místicos, los músicos, los escritores, y todas aquellas personas que se me han dado a lo largo de este camino, que se han perdido o se perderán irremediablemente, como se pierde la bendita inocencia de la niñez, retornen vivos algún día.
Quizá sea mañana; o quizá ya estén resurgiendo de los abismos y los limbos del olvido junto a Jesús, y puedan cantarme y bailarme, y pintarme y escribirme, y hablarme. Y me digan que ni yo ni las personas que más amo, somos seres llamados a un vacío sin fin, tras el apagamiento de todos los deseos. Ese es el cristianismo que me interesa. El de la vida desbocada. El de la llama que brota de la pavesa. El de la Resurrección.
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