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04 de mayo de 2024

Luis Meseguer, durante su entrevista

Luis Meseguer, durante su entrevistaJosé María Visiers

El efecto avestruz

Luis Meseguer, compositor católico: «Seamos honestos, se han empobrecido los cantos en la Misa»

El joven compositor lamenta el «empobrecimiento» de los cantos y la música durante las celebraciones litúrgicas católicas y trabaja para recuperar en este ámbito el sentido de lo sacro

La música ha tenido desde hace muchos siglos un papel nuclear en la vivencia de la fe cristiana, sea en las grandes composiciones clásicas –del Magnificat de Bach al Réquiem de Mozart, por ejemplo– o en fenómenos actuales como Hakuna o Hillsong. En esta tradición se inscribe el joven compositor catalán Luis Meseguer, autor de piezas como Angelus, Sanctus o Liturgia misal, para órgano.
El también fundador y director de la revista de arte sacro contemporáneo Transfiguración visita esta semana El Efecto Avestruz, el programa de entrevistas de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), para reflexionar sobre cómo estamos usando la música en la liturgia, dónde está el equilibrio entre lo elevado y lo popular y si Simon & Garfunkel tienen cabida en misa.
–Empecemos aclarando los términos: ¿música religiosa y música sacra son lo mismo?
–Para mí, el nombre de cada una alude a lo que es. La música religiosa está hecha para la religión, pero la música sacra tiene un valor añadido: es sagrada, ungida. Decía el filósofo Mircea Eliade que cuando un objeto es sagrado es también otra cosa: una piedra sagrada es una piedra, pero también te habla de algo más allá de ella misma, como un dedo que apunta al cielo.
–Según tu perspectiva, ¿Hakuna o las canciones de worship serían música sacra?
–Es música que podría sonar en la radio… Quizá la letra sí, pero en lo instrumental no encuentro los elementos que apuntan más allá. Es música que puede ayudar mucho en una Adoración Eucarística, para la devoción popular o para la evangelización… pero hay otros momentos, por ejemplo, durante la liturgia, en la que veo difícil compaginarlo. Para entender esto mejor, podemos buscar modelos de cómo se manifiesta lo sagrado en el arte, y creo que el mejor modelo es el pasaje de la Transfiguración, cuando Jesús se manifiesta como divino.
–¿En qué sentido?
–En la Transfiguración se cumplen tres elementos, que han de darse también en el arte sacro. Primero, hay misterio, cuando a Jesús le brilla todo el cuerpo y se oye una voz, aparece una nube… Todo esto nos habla de que estamos frente a algo extraordinario, que no es terrenal. Segundo, hay majestad, hay algo terrible que llena de miedo a los apóstoles y les hace caer rostro en tierra, algo que les supera. Y el tercer elemento son las tres tiendas: Pedro dice que está muy a gusto y quiere levantar tres tiendas. En la música worship encuentro las tres tiendas, la intimidad, la cercanía, pero echo en falta el misterio y la majestad.
–Hablabas de la liturgia. Retomemos un debate eclesial algo viejo pero aún latente: guitarras en misa, ¿sí o no?
–La reforma litúrgica del siglo XX puso mucho acento en la participación del pueblo, y fue algo realmente necesario, permitió redescubrir el aspecto comunitario de las celebraciones y su dimensión social… pero seamos honestos: lo que ha pasado en la práctica es que para conseguirlo se han empobrecido los cantos, y es una pena. ¿Esto significa que hay que hacer cosas difíciles? No, hay que conseguir un equilibrio en el que la gente pueda participar, pueda cantar, y a la vez haya un buen nivel musical.
–Hablabas de los tres elementos necesarios, como marco teórico. En la práctica, ¿cómo debería ser esta nueva propuesta musical litúrgica?
–Primero de todo, tiene que partir de la Palabra. La liturgia tiene unos textos muy claros -el Kyrie Eleison, el Agnus Dei, el Sanctus- que han de guiar cómo debe ser la música. Por ejemplo, cuando adaptamos la letra de una canción de Simon & Garfunkel esto no ocurre: la letra no ha generado la música, sino que primero había una música y hemos encajado la letra. Y sobre el estilo… Hay que tener en cuenta que la Eucaristía es una fiesta y, como señala Scott Hahn en La cena del Cordero, es sobre todo una boda. La boda entre Jesús, el esposo, y nosotros, la Iglesia. Es algo muy solemne, pero esto no quiere decir que tenga que ser una celebración aburrida. Seriedad no significa aburrimiento, pero sí significa que hay que cumplir unos estándares, ser elegantes. Con tu novia irás en bermudas a tomar una cerveza, pero el día de la boda te vestirás, como símbolo de respeto y amor por ella.
–Dado que muchos fieles no tenemos esta sensibilidad musical, ¿puede haber un equilibrio entre cercanía al pueblo y respeto a la liturgia?
–Aquí el problema es que estemos en nuestra torre de marfil intentando meter con calzador un lenguaje musical que al pueblo le puede chocar, y que sea imposible de encajar. ¿Dónde está el equilibrio? No sé si tengo respuesta, pero puedo dar algunos matices. Por ejemplo, creo que la música worship de la que hablábamos antes es muy dulce. Es pegadiza, capta la atención… pero existe el peligro, si solo comes dulce, de que se te atrofie la sensibilidad y no seas capaz de comer otra cosa. Entonces, lo que hay que hacer, según mi criterio, es ir introduciendo pequeños inputs de cosas diferentes que despierten la curiosidad y abran un poco las ventanas. Por ejemplo, en vez del canto habitual del santo, poner el Sanctus de Schubert. No todo tiene que ser Mozart ni todo tiene que ser worship. Puede haber una mezcla escogiendo lo mejor de cada género. Es una posibilidad; yo lo he hecho en varios coros y ha funcionado bastante bien: gente que solo quería cantar Hakuna y han descubierto y disfrutado el Veni Creator Spiritus gregoriano.
–Además de componer, has fundado la revista Transfiguración junto a la Fundación Vía del Arte. ¿Tiene sentido dedicar una publicación al arte sacro en un mundo -a priori- tan materialista?
Transfiguración es una revista anual que quiere recoger el fenómeno del arte sacro actual, analizándolo como algo global: no solo el arte litúrgico, sino también el arte donde se manifiesta lo sagrado. Sí hay interés por parte de los artistas en lo sagrado: por ejemplo, en su último álbum, Motomami, Rosalía concluye una canción con un audio de su abuela diciendo en catalán que Dios es lo más importante para ella.
–La propia revista quiere ser una obra de arte.
–Sí, por el diseño, por la encuadernación, por el gramaje… También tiene colaboraciones de artistas: por ejemplo, el primer volumen trata sobre la luz, y contamos con la colaboración de una fotógrafa que imprime sobre pan de oro, lo que te habla de toda esa tradición de fondos dorados e iconos bizantinos. Como obsequio, a los suscriptores se les entrega una radiografía del Niño Jesús, que simboliza el nacimiento de la revista: el primer número, decía, trata sobre la luz, y si pones esta lámina a contraluz, puedes ver cómo la luz se filtra a través de Jesús y llega hasta ti.
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