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20 de abril de 2024

Jorge Bender saluda a su antiguo profesor y ahora Santo Padre Francisco

Jorge Bender saluda a su antiguo profesor en el colegio de los jesuitas de Buenos Aires, el Papa FranciscoFacebook

Jorge Bender: el alumno alpinista del Papa Francisco que lo dejó todo por irse a África

La gratificación por el trabajo para el franciscano está en «ver la alegría de la gente y la capacidad de ese pueblo para celebrar con poco"

El franciscano Jorge Bender es casi un argentino al uso. Le fascina Boca Junior, el asado y el mate. Pero, además, es un enamorado de la montaña, a la que siempre ha ascendido atraído por su belleza y en la que ha celebrado con gusto la misa, como en la cima del Aconcagua, a seis mil metros de altura. Después bajó, siguiendo la atracción que le producía África y sus gentes.
Inquieto, emprendedor, infatigable, fray Jorge Alberto Bender abandonó todo para irse a Mozambique. «Sí, me enamoré de África», ha declarado a Clarín este antiguo alumno de Jorge Bergoglio, el Papa Francisco.

La premonición

«Mis padres tenían la fantasía de tener un hijo sacerdote. Y mientras bautizaban al primer hijo, mi mamá le dijo al cura: ‘Me gustaría que él sea sacerdote’. A lo que el cura respondió: ‘No, señora. Su séptimo hijo va a ser sacerdote’. El día que me ordené, mi mamá contó esta conversación y quedó en la historia», cuenta Bender, que no sintió presión alguna por parte de sus padres, ya que «siempre fueron muy respetuosos de nuestras vocaciones, de nuestras novias y novios». Aunque tuvo «alguna noviecita», a los quince años percibió la llamada de Dios, que «desde el comienzo» sintió con mucha fuerza.

Alumno del Papa

En el Colegio Máximo de los Jesuitas en San Miguel (Buenos Aires) conoció a Jorge Bergoglio, el hoy Papa Francisco, a quien tuvo como rector y profesor de varias asignaturas.
«Jorge nos contaba cuentos en una fuente que teníamos ahí. Era agradable en ese sentido. Pero siempre fue muy escueto. Tiene una precisión muy grande, Ahora que es Papa lo fuimos a ver dos veces y apoya todos nuestros proyectos», reconoce Bender.
África siempre fue un imán para Bender, cuando «veía su realidad en las noticias o en alguna película, y le parecía un desafío ir a trabajar en aquel continente». Llegó por primera vez al continente en 2006, precisamente a Maputo (Mozambique), donde convivió con comunidades de pescadores frente al océano Índico.
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Ahora, el franciscano vive en Jécua, una aldea de apenas trescientos habitantes, a la que llegó en enero de 2020 para el Proyecto Agropecuario San Francisco.
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«Nos asignan un terreno de doscientas hectáreas. Partimos de la nada. Vivimos con electricidad gracias a paneles solares que producen energía. Tenemos heladera y cocinamos con leña», cuenta el religioso, que ya proyecta una escuela autosustentable.

La belleza dignifica

Todos los días, tras el desayuno, Bender destina un tiempo para escribir, «como crónica de lo que vamos viviendo». Después reza un poco y lee la palabra de Dios antes de celebrar misa a las seis, y ponerse enseguida a trabajar la tierra: «Yo hago de todo. Lo que más me gusta es trabajar la tierra. El lema que usamos es: ‘La belleza dignifica’. Pobres, pero dignos. Y de regreso a casa, me baño con agua fría, por eso es rápido y sin pensar. Cenamos y me acuesto a las nueve de la noche».
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Bender afirma que su adaptación fue muy buena, «lo que no quiere decir que no haya sido todo fácil. Hay que entrar en puntas de pie, descalzo metafóricamente, porque es una cultura diferente. Eso es respeto. Los frailes que me recibieron son franciscanos nacidos allí y hablaban en portugués. Las celebraciones se hacen en portugués y se traducen a la lengua local. La homilía y las lecturas son bilingües».

El respeto a la cultura

Aunque reconoce que come menos que en Argentina, «mucho arroz y la yima, que es una harina de maíz blanco tipo polenta, pero muy finita, y un poco de pollo», han conseguido también mejorar la comida gracias al proyecto de pesca.
Al mismo tiempo, hicieron «dos perforaciones para extraer agua potable con bombas solares y una cisterna para recoger el agua en época lluviosa» ya que, según relata, «la gente camina muchísimo para buscar agua, ya sea para beber, cocinar o lavar».
Otra de las mejoras ha sido el «gallinero grande para la cría de gallinas, patos y pavos, y un molino harinero para la molienda de maíz blanco: uno de los alimentos básicos de las familias. Una pocilga para cría de cerdos y una gran huerta orgánica donde estamos experimentando las cosas que mejor crecen: papas, cebollas, pimientos, acelga, remolachas, repollo, lechuga». La comunidad ya ha plantado muchos árboles frutales: cítricos, paltas, papayas, banana y otros. pero la idea de Bender es «plantar un millón de árboles, construir una bio-fábrica para la producción de bokashi y bio-fertilizantes».

La escuela

Entre los muchos proyectos está el de la creación del Instituto de Formación Agraria San Francisco, con internado para formar pequeños emprendedores que sepan trabajar la tierra y que, entre otros negocios, En puedan llevar un «restaurante con producción propia y cabañas para recibir turistas que quieran hacer turismo solidario» o «una reserva natural para la preservación de animales de pequeño porte como gacelas, liebres y otros».

El subsidio permanente, en el fondo, denigra, porque no permite el desarrolloJorge Bender

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«Me evangeliza a mí»

La ilusión de Bender es hacer de Jécua «un vergel para que muchas comunidades puedan mejorar su día a día, su alimentación, su educación», porque a su juicio, «el trabajo dignifica, te da felicidad, porque es una manera de mejorar la vida».
¿Cómo se concretarán todos esos sueños? «Poco a poco lo vamos a ir logrando», afirma el franciscano que reconoce partir al principio del apoyo de un mecenas para la maquinaria y la infraestructura, con «un capital inicial para mover los proyectos, pero nuestra intención es no depender de ayudas externas. Tienen que ser autosustentables. Si la cosa no funciona, me vuelvo porque estaría cayendo en lo que critico». Porque Jorge Bender sabe que «el subsidio permanente, en el fondo, denigra, no permite el desarrollo. El asistencialismo, si no es acompañado de medios para el crecimiento, no sirve para nada». La gratificación final para este franciscano enamorado de Mozambique está en «ver la alegría de la gente. La capacidad de ese pueblo para celebrar con poco. Eso me evangeliza a mí», finaliza Bender, a quien le quedan por ver muchos proyectos de Dios a través de su entrega.
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