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A propósito de 'Laudate deum?Agustín domingo moratalla

Tecnocracia y desvinculación

Laudate Deum nos ha sabido a poco. Aunque una primera lectura rápida nos obliga a moderar expectativas, en el documento hay un tema en el que no se suelen detener quienes acuden con las gafas del ecologismo: la relación entre el nuevo poder global de las tecnologías y el debilitamiento casi indoloro de los vínculos sociales

Actualizada 04:30

Coincidiendo con el comienzo del Sínodo y la festividad de san Francisco, el Papa presentó la Exhortación apostólica Laudate Deum. El documento tiene que leerse en clave de continuidad con la Encíclica Laudato si, que hace ocho años marcó un punto de inflexión en la Doctrina Social de la Iglesia. Aquel documento profético del año 2015 nos recordaba el compromiso de la Iglesia con el humanismo integral y nos invitaba al cuidado de la casa común. Era la referencia básica para interpretar las 15 páginas que ahora nos ofrece Francisco.

No se puede comparar aquel documento de 246 párrafos con este de apenas 73. Laudate Deum nos ha sabido a poco. Aunque una primera lectura rápida nos obliga a moderar expectativas, en el documento hay un tema en el que no se suelen detener quienes acuden con las gafas del ecologismo: la relación entre el nuevo poder global de las tecnologías y el debilitamiento casi indoloro de los vínculos sociales. La ecología superficial minusvalora la crisis climática porque piensa al ser humano como consumidor, usuario o ciudadano; recordemos la importancia casi exclusiva que concede al consumo. La ecología profunda sobrevalora la crisis climática minusvalorando o despreciando a la persona como sujeto responsable, dejando de lado categorías como las de conciencia, obligación, vínculos sociales o historia.

Propongo evitar estas simplificaciones leyendo el documento en clave biopersonalista y en continuidad con el conjunto de la doctrina social de la Iglesia de las últimas décadas. Entonces, tanto esta breve exhortación como aquella larga encíclica, aparecen en el horizonte de la responsabilidad solidaria. Precisamente un horizonte ético, político y cultural cuyos mimbres se han ido tejiendo con los hilos conceptuales del «humanismo integral» (Maritain), del «desarrollo integral» (Pablo VI), del «desarrollo humano integral» (Benedicto XVI) y, por último, con el «cuidado integral de la creación» calificado como «cuidado de la casa común» (Francisco).

La «lógica de emparchar»

Para quienes realizan una lectura ligera, Francisco no añade nada nuevo a las controversias hemipléjicas sobre el cambio climático, como si el complejo imperativo de la responsabilidad histórica ante el que nos encontramos exigiera únicamente echar remiendos, poner parches, tiritas o ideologías partidistas con las que tapar agujeros. El propio uso rioplatense del castellano que hace Francisco le lleva a utilizar la expresión «lógica de emparchar» recordándonos la dinámica del proceso histórico en el que nos encontramos. La metáfora de la «bola de nieve» que utiliza varias veces (nn. 17 y 57) y los juicios con los que describe la situación («el mundo que nos acoge se va desmoronando y quizá acercándose a un punto de quiebra», n. 2), tienen que leerse con el mismo tempo musical grave que Hans Jonas utilizó en su libro El principio responsabilidad (1979).

Esta urgencia o forzosidad histórica para edificar la casa común en clave de responsabilidad solidaria podría ser una clave interpretativa novedosa. Acondicionar el planeta y convertirlo en un espacio habitable fue la meta de la ética de los valores de M. Scheler. A diferencia del tono reactivo y claramente arengador de Jonas cuando nos pide que la responsabilidad se convierta en el imperativo de los nuevos tiempos, el tono de Francisco en este y sus anteriores textos es más cuidadoso y rioplatense. No basta con apelar a la responsabilidad para evitar los daños y prevenir los riesgos de la crisis climática, debemos apelar a las condiciones de habitabilidad común, esto es, a una solidaridad que no es un asunto medioambiental sino antropológico y político con mayúsculas, propio de una gran política. Una solidaridad real y verdaderamente humana. Demasiado humana, diría Nietzsche, para dejarlo únicamente en manos de los ecologismos.

Para ello hay que repensar el uso del poder (nn. 24-28) porque no todo aumento de poder constituye un progreso para la humanidad (n. 24). Sin esta clave nietzscheana de la exhortación, la lectura puede resultar incompleta. Es importante atender a los recursos naturales que requiere el desarrollo tecnológico (energías, combustibles fósiles, litio, silicio), pero no quedarnos únicamente en ellos. Francisco critica «la obsesión por acrecentar el poder humano más allá de lo imaginable» (n.22). Nos recuerda que con ello damos la espalda al don de la vida y la cultura del cuidado, generado nuevas esclavitudes. Deténganse los lectores en la tiranía de las pantallas y la tóxica fiebre de digitalizar todos los procesos para comprobar que las nuevas esclavitudes indoloras están servidas.

El paradigma tecnocrático

Esta clave exige poner en el centro de la reflexión lo que la exhortación llama «paradigma tecnocrático». El Superhombre de Nietzsche no sólo anuncia la muerte de Dios, sino que es fruto de un modo de pensar, un modo de sentir y un modo de actuar en el que los humanos se olvidan de Dios y se permiten hasta celebrar la muerte de Dios. Aunque ahora sería el momento de relacionar esta «muerte de Dios» de Nietzsche con el «olvido del ser» de Heidegger, propongo leer la exhortación con los términos de una ética de cuidado integral dado que este concepto nos permite tender el puente que necesitamos entre el principio de responsabilidad de Hans Jonas, el principio esperanza de Charles Peguy, Ernest Bloch o Jürgen Moltmann. Por eso hay que leer con mucho detalle el acento en el paradigma tecnocrático, algo que «se retroalimenta monstruosamente» (n.21)

En este punto, Francisco podría haber recordado la necesidad de una Algor-Ética para atender al buen uso de las aplicaciones de la Inteligencia Artificial, podría haberse referido a las nuevas esclavitudes algorítmicas o incluso podría haberse atrevido a liderar la Ética política que necesitan sociedades digitalizadas divididas entre el modelo chino (control del estado) y el modelo americano (autocontrol empresarial). Sin embargo, ha ido con más cuidado en estos temas acudiendo rápidamente a lo que ha llamado el aguijón ético (29-33), precisamente después de repensar el uso del poder (24-28).

Nos hubiera gustado, también, encontrarnos una exhortación que presente la diferencia entre el «poder real» y lo que sería un «poder disfrazado» (n. 29); entre una gestión tóxica y una gestión justa de residuos nucleares (n.30); entre una competitividad desvinculante de los científicos y una potente cooperación en los análisis y prácticas de la Economía para integrar a los descartados (n. 31); entre una sociedad que abusa de la meritocracia y una sociedad que reconoce la dimensión moral de la virtud, el reconocimiento o la donación (n.32). Nos hubiera gustado que Francisco desarrollase con mayor potencia las tres líneas donde recupera la pregunta por el sentido y la responsabilidad ante las futuras generaciones (n.33). Aunque es una pena que no haya desarrollado estas cuestiones éticas, al menos nos plantea la desvinculación social que está generando la tecnocracia y esboza el horizonte de una reconfiguración del multilateralismo (nn. 37-43). Pero esta es otra historia que tendrá que ser contada en otra ocasión.

  • Agustín Domingo Moratalla es catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Valencia
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