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27 de julio de 2024

Con el Adviento empieza el año litúrgico

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Qué es el Adviento y cómo deben prepararse los cristianos para la Navidad

Según el Catecismo de la Iglesia católica, con esta liturgia «la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador»

Cada año, las cuatro semanas anteriores al nacimiento de Jesús se celebra el tiempo litúrgico del Adviento. Según el Catecismo de la Iglesia católica, con esta liturgia «la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida». Este 2023, el Adviento comienza el domingo 3 de diciembre. Su propio nombre indica de qué se trata, pues el término se deriva del latín adventus, que quiere decir llegada.

Las semanas que preceden a la Navidad son para adecentar el alma para que Jesús nazca en cada uno. Como ha afirmado el Papa Francisco, es un tiempo de cambio, de transformación, de dar respuestas y soluciones, de encuentro y esperanza alegre. «El Señor es lo que nos sostiene incluso en los momentos más difíciles y dolorosos de nuestra vida: Dios viene. ¡No lo olvidemos nunca!», aseguró el Santo Padre en el Ángelus del primer domingo de Adviento del pasado año.

Si hay una figura modelo para vivir esta espera, según Ramón Navarro Gómez (director del secretariado de la Comisión Episcopal para la Liturgia), esta es la Virgen María, «tan presente sobre todo al comienzo de ese tiempo, en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, y al final del mismo». El prefacio IV del Adviento, recuerda: «en el seno virginal de la hija de Sion ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles, y ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz».

Además de María, otras dos voces resuenan con fuerza durante el Adviento: Isaías y Juan el bautista. El segundo lunes de Adviento, por ejemplo, se lee el capítulo 35, donde se habla de la salvación de Dios, que se presenta como una transformación, un cambio: «El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrará la estepa y florecerá, germinará y florecerá como flor de narciso, festejará con gozo y cantos de júbilo», (Is 35, 1).

O el martes de la semana I, donde resuena majestuosa la profecía sobre el renuevo que brota en el tronco seco: «Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago», (Is 11,1), con todas las consecuencias de esa novedad: el lobo y el cordero que habitan juntos, el ternero que pace con el león, el niño que mete la mano hacia la madriguera del áspid sin recibir daño: «Nadie causará daño ni estrago por todo mi monte santo: porque está lleno el país del conocimiento del Señor». O la maravillosa profecía de Isaías (2, 1-5), que leemos el mismo lunes de la primera semana: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra». Junto a Isaías tenemos también la figura de Juan el Bautista, que no solo nos invita a salir al encuentro del Señor y preparar sus caminos, sino a hacerlo con una conversión concreta, en la que el prójimo no queda excluido: «¿Qué debemos hacer?» (Lucas 3, 10-18).

Con el Adviento da comienzo el nuevo año litúrgico y se prepara la Navidad, por ello es un tiempo cimentado en la esperanza. Sin esta vuelta a Cristo, sin permitir que este niño nazca en nosotros, el resto del año carecería de sentido. Precisamente es el comienzo para tener presente esta segunda venida de Cristo, durante todo el año, para ser conscientes de que hay que estar preparados, no sólo en este tiempo.

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