
Pio IX falleció el 7 de febrero de 1878
Cuando los masones intentaron profanar el cuerpo de Pío IX y los católicos (también españoles) no cedieron
El 7 de febrero la Iglesia recuerda la muerte de un Papa que no solo reconoció como dogma la Inmaculada Concepción de María, sino que combatió firmemente contra la sociedad secreta más extendida en el mundo
En la noche del 12 al 13 de julio de 1881, Roma fue testigo de un episodio único en la historia. El cortejo fúnebre del Papa Pío IX, fallecido en 1878, se dirigía desde el Vaticano hacia la basílica de san Lorenzo Extramuros, cumpliendo así su última voluntad. Lo que debía ser una solemne procesión se convirtió en un enfrentamiento directo con grupos anticlericales que buscaban profanar el cuerpo del pontífice.
Elegido Papa en 1846, Pío IX comenzó su pontificado con una imagen de reformista y liberal, ganándose las simpatías de muchos en Italia, especialmente en los ambientes patrióticos. Sin embargo, la situación política en el país cambiaría drásticamente, y él mismo se vería obligado a tomar decisiones más firmes frente a los movimientos radicales.
En 1848, la presión de los patriotas italianos y la creciente influencia de la masonería lo llevaron a distanciarse de los grupos liberales. La situación empeoró con los motines en Roma y la proclamación de la República Romana, lo que obligó a Pío IX a exiliarse en Gaeta. En ese tiempo, la Iglesia sufrió el saqueo de sus bienes más preciados, y el Papa fue testigo de la lucha del movimiento masónico contra la autoridad papal.
«La fuerza de un león y la ternura de una madre»
Durante su pontificado, que se extendió por más de 31 años, Pío IX enfrentó numerosos desafíos. Uno de los eventos más significativos fue la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción en 1854, que afirma que la Virgen María fue concebida sin pecado original. Además, en 1869, convocó el Concilio Vaticano I, donde se definió el dogma de la infalibilidad papal cuando el Pontífice proclama ex cathedra enseñanzas sobre fe y moral.
Aunque fue conocido por su firmeza, el beato José Baldo llegaría a sintetizar su vida aseverando que «tuvo la fuerza del león y al mismo tiempo la amabilidad, la ternura y la suavidad de una madre». Pío IX no solo luchó contra la invasión de las fuerzas laicas sobre la Iglesia, sino que se convirtió en el objetivo principal de la masonería, que durante su pontificado intentó, de todas las maneras posibles, socavar la autoridad del Vaticano. Y Pío IX, lejos de ceder ante las presiones, respondió con una batalla sin tregua, elevando la lucha contra el ateísmo y el cientificismo a una de las prioridades más altas de su papado.
Para él, la masonería no era solo una organización secreta. Era el centro de todo lo que él veía como un ataque a la fe y los valores cristianos. En sus encíclicas, como Qui Pluribus, y discursos, denunció «hombres ligados por una unión nefanda» que corrompían las costumbres y sembraban el racionalismo que se enfrentaba directamente a la fe en Cristo. Según Pío IX, los males que acechaban a la sociedad provenían del ateísmo que había nacido en la Revolución Francesa y que era defendido por la masonería.
La respuesta de esta sociedad secreta fue feroz. Convocaron un «anticoncilio masónico» en un intento por desafiar la autoridad del Papa, promoviendo el rechazo absoluto a la infalibilidad papal y declarando que la Iglesia católica era una «mentira» y su reino «un delito». Pero Pío IX no se amedrentó. Refugió a la Iglesia en la espiritualidad popular, dio impulso a las procesiones, a la devoción mariana, reconociendo las apariciones de La Salette y Lourdes, consolidó la unidad en torno a la Cátedra Romana y designó a san José como Patrono de la Iglesia Universal.

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Cuando la noticia llegó a España
La figura de Pío IX no dejó indiferente a nadie. Defendió la independencia de la Iglesia frente al naciente Estado italiano, resistiendo la pérdida de los Estados Pontificios y rechazando presiones políticas que buscaban someter al papado, lo que le granjeó tanto una inmensa popularidad como enemigos acérrimos. Incluso después de su muerte, el 7 de febrero de 1878, la hostilidad en su contra no cesó.
El episodio más impactante ocurrió cuando su féretro fue trasladado del Vaticano al cementerio del Verano, que pertenece a la iglesia de san Lorenzo. Durante el recorrido, grupos de masones organizaron una violenta manifestación lanzando piedras, insultos y blasfemias contra el cortejo fúnebre, mientras los fieles respondieron con oraciones y cánticos religiosos. El momento más tenso tuvo lugar en el puente Sant’Angelo, donde al grito de «¡muerte al Papa, muerte a los curas!», los manifestantes intentaron arrojar el ataúd al Tíber. Sin embargo, los fieles reaccionaron con firmeza, protegiendo los restos del pontífice y frustrando el intento de profanación.

Cuando el diario español «El siglo futuro» publicó la noticia de la profanación de Pío IX
Este pasaje tiene una historia interesante. No sería hasta 1882 que la noticia llegaría a la península ibérica, un año después del escándalo, y la respuesta fue contundente. Un ejemplo claro de esta resistencia se dio en Fuenlabrada, que se levantó en rechazo ante tal atropello, ofreciendo su adhesión incondicional al Vicario de Cristo.
Las protestas de los vecinos se publicaron el 18 de marzo de 1882 en el diario católico El Siglo Futuro. No solo los religiosos estuvieron al frente de esta protesta, sino que también se unieron autoridades civiles como Eustaquio de la Vieja, alcalde de Fuenlabrada en 1861-62, y Tiburcio González, concejal del municipio.
Curiosamente, la devoción de los españoles por Pío IX también se reflejó de una manera bastante dulce. Y es que, para rendir homenaje al personaje, en algún momento después de 1897, se creó un dulce que adoptó una forma muy significativa: una silueta de crema coronada con una capa tostada, representando la cabeza de un Papa: el píonono.