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28 de marzo de 2024

El carácter españolAmando de Miguel

El carácter español y la simpatía

Actualizada 04:00

La simpatía no es una forma simplificada del amor, como aseguran los clásicos (Max Sheler). La relación amorosa se orienta hacia una persona determinada, aunque pueda darse, aisladamente, en el deseo o en la imaginación. En cambio, el sujeto muestra o despierta simpatías (en plural) frente a muchas personas.
La simpatía es una cualidad que parece innata, espontánea, que no discrimina; pero, se muestra más en unas personas que otras. Se ve muy condicionada por la cultura o el ambiente donde se mueve el sujeto. En principio, la cultura española fomenta su cultivo y destaca las personas que se llevan bien con todo el mundo. Es algo que se ve facilitado por la expresión de la lengua castellana. La cual permite una conversación distendida entre dos personas que no se conocen e, incluso, que ignoran sus respectivos nombres. Una cosa, así, es muy difícil que se pueda producir en la cultura anglicana. En inglés, cuesta mucho romper el hielo de una conversación entre dos interlocutores que no se conocen. Recuérdese el extremo del balbuceo del inglés británico, practicado por la clase alta. El tiempo imperativo en inglés se hace cuesta arriba; hay que completarlo con el añadido temeroso de «¿quieres?».
La empatía es la primera fase de una relación simpática: sentir algo parecido a lo que experimenta el otro cercano, identificarse, mínimamente, con ese individuo. El salto definitivo es hacer ver a los demás, de modo expresivo, que se produce tal identificación. Todo lo cual facilita los intercambios sociales. Hay personas que consiguen con facilidad el cumplimiento de tales condiciones. En ese caso, se puede decir que el sujeto genera, transmite o despierta simpatías. Es una especie de don, de faceta de la personalidad, difícilmente, cultivable.
El modo de hablar simpático se ve favorecido, en la lengua castellana, por la introducción de los superlativos; por ejemplo, el «por supuestísimo». Otro recurso es la creciente facilidad para el tuteo.
En nuestra cultura, hay, también, una simpatía forzada, como parte de la cortesía. Decimos, entonces, que el sujeto «se hace el simpático», que es, casi, un reproche. Los españoles somos duchos en el arte de la representación teatral o teatrera. Un caso especial es el de los individuos envidiosos, que suelen mostrarse muy simpáticos y obsequiosos. La simpatía verdadera exige ser natural, espontánea.
En la historia política de la España contemporánea, podemos señalar epónimos que desbordan simpatía y otros muchos que la contienen o se la guardan. Unos y otros pueden gozar del oportuno carisma para sus respectivos partidarios. Esta es una doble lista provisional. Simpáticos: Antonio Cánovas, Antonio Maura, Miguel Primo de Rivera, Indalecio Prieto, Felipe González. Antipáticos: Francesc Cambó, Manuel Azaña, Leopoldo Calvo Sotelo, Pedro Sánchez. Naturalmente, el lector puede confeccionar otras listas alternativas. Empero, nadie duda de que se den esos dos tipos polares de personalidades públicas.
No es fácil dilucidar si los españoles, en general, son más bien simpáticos o antipáticos. Lo que sí se puede concluir es que la cultura o el lenguaje común de los españoles resaltan la virtud de la simpatía, aunque sea, forzando un poco las cosas. Hay que repetirlo: el tipo simpático puede generar envidia por parte de los demás cercanos, y, por tanto, resentimiento. Es un coste ineludible.
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