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Pablo Sánchez Bergasa, ingeniero

Pablo Sánchez Bergasa, ingenieroCedida

Pablo, el Premio Princesa de Girona que conquistó al Rey con sus incubadoras de bajo coste: «Decidí confiar»

Hoy, su ONG lleva instaladas 230 incubadoras en África, Asia e Iberoamérica. Y con ellas, miles de bebés han sobrevivido a sus primeras horas de vida

Desde bien pequeño sentía una vena «muy ingenieril». Le encantaba entender cómo funcionaban las cosas por dentro. Esto, sumado a su gran pasión por ayudar, le hicieron a Pablo Sánchez Bergasa ganar en 2025 el Premio Princesa de Girona Social. ¿El motivo? La creación de unas incubadoras de bajo coste ya presentes en 35 países con pocos recursos. Este proyecto emocionó al Rey Felipe VI, quien confesó que cuando se confía en el talento joven, este encuentra su camino y tiene el poder de «transformar el presente».

Nació en 1993 y estudió Ingeniería Industrial en Pamplona. Durante su época universitaria tuvo un profesor que le cambió la vida. Se traba de Eugenio Gubia. Era de esos docentes apasionados que transmitían la electrónica como algo precioso. Gracias a él, Pablo montó un pequeño taller en casa y empezó a hacer proyectos, «aunque fueran sencillos o inútiles, como una lámpara que se encendía con dos palmadas», le ayudaron a adquirir conocimientos que luego tendrían un propósito, revela a El Debate el ingeniero.

Mientras trabajaba en distintas empresas, se enteró por redes sociales de un proyecto que, según su parecer, podía marcar un antes y un después en un mundo en el que más de un millón y medio de niños prematuros mueren cada año por una de las causas más evitables: la falta de incubadoras. En ese momento, pensó que todo lo aprendido podía aplicarse a algo que «realmente merecía la pena», pero le dio a «me gusta» y pasó a otra cosa. Sin embargo, la vida insiste cuando algo te pertenece, y eso fue justo lo que le pasó.

Aunque la idea había quedado en un segundo plano, le volvió cuando un compañero que trabajaba en BQ, empresa en la que estaba, le comentó que colaboraba como voluntario en la creación de estas herramientas para salvar vidas. En ese momento lo vio claro y le preguntó si necesitaban a alguien para la parte electrónica. Le dijo que sí, y aquella misma tarde conoció al grupo y empezó a colaborar en su tiempo libre: «Éramos un equipo de ingenieros que trabajábamos cuando podíamos, pero el tiempo libre es frágil».

Pablo, que también ha participado recientemente en la 19ª edición del Congreso para Jóvenes Lo Que De Verdad Importa de Madrid, destinado a contar historias de vida inspiradoras que invitan a reflexionar a los jóvenes sobre las cosas que de verdad importan en la vida, dedicó todos sus esfuerzos a este bonito proyecto, pero el creador inicial del proyecto fue padre y otro se marchó a Estados Unidos, por lo que el avance se estancó. En ese preciso momento se planteó si comprometerse de verdad o abandonar el proyecto.

Bebé en una de las incubadoras creadas por Pablo

Bebé en una de las incubadoras creadas por PabloCedida

Su decisión de comprometerse por completo estaba anclada en una imagen de infancia. Una tarde, de pequeño, se hizo una brecha en la cabeza mientras jugaba solo en un parque. Mientras sangraba en el suelo se acercó una pareja. En vez de ayudarle y preguntarse si estaba bien, decidieron mirar para otro lado e irse. «Ese recuerdo me volvió en el momento clave: ahora yo era la pareja, y este proyecto era ese niño. No quería mirar hacia otro lado», confiesa a este medio.

Decidió continuar, y durante cuatro años dedicó fines de semana y noches hasta lograr un prototipo digno para enviar a países en desarrollo. En 2015, en la Universidad CEU San Pablo de Madrid, le propusieron a Alejandro Escario hacer un trabajo de fin de máster sobre una incubadora de bajo coste. Ganó el premio al mejor proyecto, pero era algo rudimentario: estaba hecho de madera. A raíz de la noticia, varios ingenieros –entre ellos Pablo–se unieron para transformarlo en un diseño verdaderamente útil: «Necesitábamos un algo apto para que la vida de un bebé pudiera depender de él».

Gracias a su esfuerzo –y al de todo el equipo– consiguió diseñar una incubadora capaz de cumplir estándares médicos reales, que costara 350 euros en materiales y que pudiera sostenerse por unos 1.500 euros en coste total. Una diferencia notable frente a los 35.000–40.000 euros «que cuesta una incubadora tradicional en Europa».

Hoy, su ONG lleva instaladas 230 incubadoras en África, Asia e Iberoamérica. Y con ellas, miles de bebés han sobrevivido a sus primeras horas de vida.

Una financiación que no llegaba

La andadura no fue nada fácil. El equipo buscaba financiación para seguir y se presentaron a una beca europea de cinco millones de euros: «Nos habían dicho que teníamos muchas posibilidades, pero en Navidad nos rechazaron. Fue un golpe fuerte».

Sin embargo, los planes del Señor están muy bien marcados. Tras este rechazo, pablo se fue a descansar unos días a la residencia del Padre Alegre en Barcelona. Las hermanas que residen allí viven de la Providencia y nunca les falta nada. Aquello le inspiró: «Decidí seguir adelante sin tener un euro». Dos semanas después les comunicaron que eran finalistas del Premio Princesa de Girona, y un mes más tarde lo ganaron. Aunque no es una fuente económica directa, confiesa, ha sido «un altavoz enorme» que les ha abierto puertas.

Pablo con el Rey de España

Pablo con el Rey de EspañaCedida

Tras recibir el galardón dejó su empleo para dedicarse a tiempo completo al proyecto, junto a otra compañera. También les ha dado mucha visibilidad y han podido lanzar un crowdfunding que lleva ya unos 120.000 euros. Sin embargo, no es suficiente. Para lograrlo necesitarían que alguna fundación o empresa apoyara el proyecto.

Por último, confiesa que «no hace falta hacer cosas grandes para que una vida merezca la pena. Cada persona está llamada a algo distinto, y lo pequeño también es valioso. Que cada uno descubra su llamada… y que se la juegue».

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