Antonio, tractorista de 66 años en la entrevista con Mowlihawk
Antonio, agricultor de 66 años, revela por qué los jóvenes no trabajan en el campo: «No salen las cuentas»
La dureza de la vida dedicada a la agricultura y la ganadería va más allá de las exigencias requeridas en cualquier otra profesión.
La apreciación desde fuera, en la que únicamente se valora el trabajo en contacto con la naturaleza, al aire libre y lejos del estrés de las grandes urbes, olvida en muchos casos el grado de implicación que necesitan las labores agrarias.
Una de las expresiones más repetidas en este entorno es que «no hay domingos ni festivos», ya que en la mayor parte de los casos la actividad ha de ser desarrollada todos los días sin excepción.
Este grado de obligaciones no es nuevo para agrarios como Antonio, un tractorista de 66 años y dedicado desde hace más de 50 al campo, que explica en una charla en el canal de You Tube de Mowlihawk las dificultades que impiden que los jóvenes den el relevo a la generación de agricultores que vive sus últimos tiempos como profesionales.
«Soy un autóctono, nacido en Camarma (Madrid), agricultor activo y nada, trabajando hemos hecho de todos. Soy ganadero también, de todo un poco, lo que se hacía en los pueblos», apunta Antonio como breve presentación, en la que ya advierte del riesgo que corren tradiciones milenarias como la agricultura y la ganadería: «Esto está muy perdido y los jóvenes lo van a tener muy complicado», asevera.
El discurso de Antonio alude al incremento de los costes de producción y de las exigencias burocráticas, que a su vez, indica, condicionan la productividad, por lo tanto la rentabilidad es cada vez más limitada: «No salen las cuentas».
El agricultor madrileño destaca que, desde que comenzó a trabajar en el campo, ha hecho sacrificios como «trabajar 16 o 17 horas seguidas durante años (...) sin puertas ni horarios», y que pese a ello, nada te asegura un beneficio concreto, ya que los agrarios viven pendientes del cielo: «Este año puede ser otro año catastrófico (...) Cosechamos en junio y hasta septiembre no sabemos a qué precio nos van a pagar», lamenta, en referencia a la incertidumbre sobre los rendimientos y los precios que va a obtener por su trabajo.
Una de las apreciaciones más crudas de Antonio está puesta en lo que viene: «No consigo personas que quieran trabajar. Cuando esta generación se acabe, el campo no tendrá futuro». Los bajos sueldos, las interminables jornadas y la falta de estabilidad hacen que los jóvenes se alejen y opten por otros trabajos. Él mismo lo reconoce: «Conozco tractoristas que hasta el año pasado apenas cobraban 1.000 euros», lo que demuestra lo poco atractivo que resulta el campo para las nuevas generaciones con esas condiciones.