Leonardo DiCaprio protagoniza Una batalla tras otra, que se estrena este viernes en los cines
Crítica de cine
'Una batalla tras otra', la nueva película de DiCaprio: una interesante caricatura de la América polarizada
Paul Thomas Anderson presenta en su película, magníficamente rodada, un mundo polarizado y violento
El director Paul Thomas Anderson, al que debemos títulos con tanta personalidad dramática y visual como Magnolia, Pozos de ambición, El hilo invisible o Licorice Pizza, se inspira ahora para su nueva película en la novela Vineland, de Thomas Pynchon, ambientada en los movimientos radicales setenteros. El propio Anderson ha adaptado la novela para traer la historia al presente y situarla en el contexto social y político actual en Estados Unidos.
La película presenta un mundo polarizado, radicalizado y extremadamente violento, que quiere retratar la lectura hipercrítica que hace el director de la América de Donald Trump. En uno de los extremos están los defensores de la América pura, WASP, supremacista, sin inmigrantes, sin mestizaje. En el otro están los grupos antisistema que han cruzado la línea roja del terrorismo y la revolución armada. En el film, los primeros están representados por la asociación Amantes de la Navidad, formada por personas muy influyentes del mundo de las finanzas o de las Fuerzas Armadas, y a la que lucha por pertenecer el tarado oficial Steven J. Lockjaw (Sean Penn); los segundos, por el grupo terrorista El 75 francés, liderado por la fanática Perfidia (Teyana Taylor), que es la pareja del siempre apocado Bob (Leonardo DiCaprio). La trama se pone en marcha cuando tras varios atentados, por fin Lockjaw consigue detener a Perfidia, con la que está sexualmente obsesionado, y le ofrece la libertad a cambio de la delación de sus amigos.
Una batalla tras otra es, sin duda, un juicio sobre el presente con aire de distopía. De hecho, viene a decir, vivimos ya en una distopía abocada a la mutua destrucción de los seres humanos. Sin embargo, la película nos ofrece un paradójico y vulnerable punto de esperanza que se encarna en la relación paternofilial entre Bob y Willa (Chase Infiniti). Ese vínculo de amor, gratuito, generoso, libre, fuerte, protector y capaz de sacrificio, es lo único valioso en ese infierno de odio y crispación. Esta trama, que trata de la búsqueda de Willa por parte de Bob, atraviesa el film, enmarañada entre las otras tramas, como la única aventura verdaderamente humana de todo el argumento. En ese planteamiento P. T. Anderson se alinea con muchos directores –Alexander Payne, Paul Haggis, González Iñárritu…-, que en los últimos años han propuesto los vínculos como único camino transitable en un mundo que se va a pique.
La película, rodada magníficamente y montada de maravilla, es de tacto muy duro y afilado, rozando la sordidez en el primer tercio del film, sobre todo en el plano sexual –más sugerido que explícito-. La banda sonora de Jonny Greenwood –el compositor habitual de las cintas de P. T. Anderson- contribuye a crear esa sensación metálica y cortante de la puesta en escena. Además, la cinta tiene un cierto punto de caricatura, que se nota especialmente en el tratamiento de algunos personajes, como el de Sean Penn. Pero el conjunto es, sin duda, apabullante, hipnótico y poderoso.