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16 de abril de 2024

Antonio Gala en la Feria del Libro de 1998

Antonio Gala en la Feria del Libro de 1998SFGP

Antonio Gala (1930-2023)

El lírico de éxito que al fin logró ser un cartujo

Fue expulsado de la Orden por incompatibilidad manifiesta y terminó abrazando la literatura y la vida

Antonio Gala en 1989

Antonio Gala Velasco

Nació el 2 de octubre de 1930 en Brazatortas (Ciudad Real) y murió en Córdoba el 28 de mayo de 2023

Tras una fulgurante carrera académica, el poeta infantil se convirtió en algo más que poeta: dramaturgo, guionista y novelista adulto

Antonio Gala, nombre real, pero artístico como de lentejuelas, siempre quiso ser poeta. Eso es lo que siempre dijo que era, a pesar de ser muchas cosas más, no todas literarias. Licenciado en Derecho, en Económicas, en Filosofía y Letras y en Ciencias Políticas, siguió escalando esa montaña académica, impulsado por su padre, hasta que se plantó para ser verdaderamente poeta, algo que consiguió pronto, no sin las también prontas dificultades de los inicios bohemios como profesor por horas, panadero y hasta albañil.
El lirismo, que no suele dar de comer, sino casi todo lo contrario, a él sí le sacó de la precariedad. Cántico fue la revista en que se introdujo con sus versos precoces, las líneas que le llevaron a la dramaturgia poética en Los Verdes Campos del Edén, la obra con la que ganó el Premio Calderón de la Barca y el Ciudad de Barcelona a mediados de los 60. Este reconocimiento le permitió olvidarse de la cuestión alimenticia para siempre y ser un autor de teatro de éxito, no tanto de crítica, durante más de dos décadas, al final de las cuales probó, nuevamente con éxito, en la novela.
Por El Manuscrito Carmesí, su primera obra de narrativa (histórica) ganó el Premio Planeta en 1990 y con La Pasión Turca, de 1992, todo el mundo que no le había puesto cara al autor lo hizo. Habitual en la televisión, no solo como guionista, sino como protagonista en programas y entrevistas, brilló como personaje público, figura habitual de los medios, atildada de bastón, pañuelo al cuello y jerseys de cachemira, educada, culta y refinada, su aparición visual y personal multiplicó una fama que apuntaló con sus artículos periodísticos.
En 2002 creó su propia fundación para jóvenes creadores: «En el Convento del Corpus Christi, construido y crecido biológicamente en Córdoba, en el siglo XVII, donde durante siglos se levantó la reflexión y el amor más espiritual, se instalarán las ansias, los deseos, los proyectos, el temblor y la luz de jóvenes creadores que llevarán después, vayan adonde vayan, el fértil recuerdo de su estancia. De ahí que el lema de la casa sea un versículo del Cantar de los Cantares: Pone me ut signaculum super cor tuum», escribió.
Más allá de la lírica que envolvió todo su mundo fue un hombre de izquierdas, si es que se puede decir así, tan simplemente, que, por ejemplo, se posicionó contra la entrada de España en la OTAN. Nunca se puso al lado de ningún partido y más allá de consideraciones personales, de amistades o enemistades, de gustos o de disgustos, de admiraciones o de desagrados, fue bueno en el sentido más esencial, quizá, en buena medida, porque con él algunos fueron malos. Siguió viviendo sin rencor y con deleite, delicado y no tanto, según cuentan las leyendas, hasta que al final de todo logró cumplir su deseo juvenil fallido de retirarse y morir en un convento.
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