
Teatro Romano de Mérida
'El guion': una herramienta indispensable para entender la narrativa
El lector que sin aspirar a escribir se sumerja en este texto, ya no volverá a ver una película, serie o leer una novela de igual forma
Quizás Robert McKee escribiera El guion pensando en facilitar el camino a las siguientes generaciones de guionistas y literatos –algo que consiguió– pero además lo cierto es que le salió un compendio de herramientas, que ya sentara Aristóteles, para que audiencias y lectores desarrollen el buen gusto, la sensibilidad y el pensamiento crítico ante la obra narrativa construida con belleza.

ALBA (2025). 554 Páginas
El guion. Sustancia, estructura, estilo y principios de la escritura de guiones
Por favor, imagínese junto a sus seres queridos; ellos y usted se encuentran sentados en la cávea o gradas de un teatro romano en la Hispania del siglo II. Algo alejado a ustedes se halla un cesto pestilente cubierto por un paño. Olvídelo por el momento.
Ahora mismo hay algo peor que el olor a cebolla podrida, y es que la obra que se representa en el pulpitum o escenario es más mala que la carne de pescuezo; es toda una suerte de tópicos y torpezas, personajes planos, giros previsibles vistos ya mil y una vez, y los diálogos… ¡qué diálogos! Todo un espanto.
Pero sentado junto a usted, un anciano cargado de sabiduría le explica cómo ya cinco siglos antes en el reino de Macedonia, Aristóteles enseñaba a Alejandro Magno los secretos del buen hacer en la narrativa con su obra titulada Poética.
Y mientras ese despropósito se desarrolla por actores abandonados a su fortuna, el anciano le explica los mecanismos de la narrativa; lo que falla en la obra, los trucos y trampas que utiliza el autor y dejan vendidos a unos actores en el pulpitum.
«Sapere aude» o atrévete a saber; recuerde el dicho latino.
Imagínese ahora que se encuentra el momento presente moviéndose incómodo en la butaca de un cine. Usted se menea, bosteza y suspira porque la película es un refrito sin alma que parece diseñado por la inteligencia artificial. Le están robando su tiempo; sí, además de los euros por la entrada.
Pero hoy es su día de suerte. Junto a usted se encuentra un anciano algo cascarrabias, Robert McKee, que por momentos con muy buen humor le está desvelando todos los misterios del arte de la narración.
Estos conocimientos los va a poder aplicar al teatro, a la novela, al cine o a las series de televisión. Y de su mano descubrirá todos los géneros, desde la comedia al documental.
«Scientia est lux», o el conocimiento es luz, que nos recuerda el dicho latino.
Puede seguir dejando volar su imaginación, y sentirse estar en cualquier corral de comedias bajo el reinado de Felipe III. No olvide que los españoles tenemos el Siglo de Oro y ninguna otra nación disfruta de algo parecido en su tradición cultural.
Usted contempla El alcalde de Zalamea y descubre cómo le atrapa la verdadera personalidad del protagonista por las decisiones que toma ante dilemas y cómo cuanto mayor es la presión que sufre el personaje, más y más le atrapará.
Al igual que si su protagonista habita en una galaxia lejana y se llama Luke y un malvado Darth Vader le dice a que se rinda, ya que no tiene escapatoria y le pide que se una a su causa porque en realidad, él es su padre… Y usted se llena de gozo al saber por qué hijos y sobrinos ven entusiasmados ese dilema moral que entre la espada y la pared nos pregunta; qué harías tú.
Y usted comprueba de la mano de Robert McKee que los principios narrativos se mantienen inalterables desde hace dos mil trescientos años de narrativa, pero las normas siempre fracasan. Y ya reconoce al verdadero artista; aquel que escribe o dirige desde el interior de su alma hacia afuera, y además es un maestro de la forma y la técnica.
Pero dado que la excelencia no abunda, pero sí el fraude y la impostura, imagínese de nuevo en ese teatro de la Hispania del siglo II. La obra ha terminado con un Deux ex machina –no podía ser de otra forma– que consiste en la aparición de los dioses para solucionar tal sindios que no hay personajes humanos capaces de arreglar. Es el truco más barato, piensa usted que ya conoce las herramientas narrativas y ya no le dan gato por liebre.
Tras la representación el autor –ignorante de su destino– sale a recibir una ovación inmerecida, pero usted gracias a su conocimiento de la narrativa sabe que le ha robado su tiempo y, lo que es peor, ha insultado su inteligencia.
En pie toma aire y grita con todas sus fuerzas; «nemo me impune lacessit!», o ¡nadie me ofende sin castigo! Descubre el paño que oculta aquel cesto maloliente y, junto a sus seres queridos saca y arroja cebollas podridas al impostor. A escalabrar.
Pero lo más probable es que usted se encuentre en el siglo XXI en una sala de cine, y en vez de arrojar nada, sea usted más de Maquiavelo para tener la frialdad de recomendar a su peor enemigo el bodrio que se acaba de tragar.
Aunque también puede que se encuentre en el salón de su hogar, y tras haber escuchado cómo su nuevo Pepito Grillo le iba susurrando al oído todos los desmanes narrativos cometidos en esa serie; usted, con la fina sonrisa de una Gioconda, se anima y cancela la suscripción a esa plataforma de pago.
Haga lo que haga, recuerde el dicho latino «scientia est lux» o, el conocimiento es luz, porque después de haber disfrutado acompañando a Robert McKee por los mecanismos de la narrativa, ya no volverá a ver una película, serie, o leer una novela de la misma manera.
Usted ya conoce los principios que rigen la narrativa, aquello que ha funcionado durante veintitrés siglos y funcionará en los siguientes. Y entenderá como obras de arte verdaderas como la película Sacrificio de Andrei Tarkovski son sencillamente inabarcables, y cómo su contemplación le elevan el espíritu.
Disfrute de su libertad recientemente ganada.