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17 de mayo de 2024

Alejandro y Aristóteles. El notable filósofo se ocupó de la formación intelectual y académica de Alejandro durante cinco años

Alejandro y Aristóteles

El Debate de las Ideas

Comiendo solo: Aristóteles y la cultura de la comida

Desde la cena religiosa hasta la comida familiar, el sentido de comunidad y socialización corre por las venas de los hábitos alimentarios culturales

Aristóteles identificó los hábitos alimentarios del hombre como una de las piedras angulares de la civilización, una de las dos actividades que ponen de manifiesto la naturaleza excelsa (y bárbara) del hombre. La importancia de la alimentación para la condición humana es evidente para todos. Pero, ¿qué importancia tiene el comer desde la perspectiva de la religión, los filósofos de la Antigüedad y el modo de vida tradicional?
Tradicionalmente, comer ha sido una experiencia social, ritual y comunitaria. Desde la cena religiosa hasta la comida familiar, el sentido de comunidad y socialización corre por las venas de los hábitos alimentarios culturales. En la comida comunitaria, los individuos se reúnen en una unidad. De la atomización a la cohesión social. El caos de las vidas egocéntricas reunido en una armonía en la que la convergencia hacia el orden se manifiesta como salida del caos y de la desarmonía que nos rodea.
Hace cincuenta años, por no hablar de hace cien, habría sido inconcebible que una familia no tuviera una hora establecida para la comida familiar. Hoy en día es común que incluso en las familias que no han experimentado un divorcio se haya perdido la importancia de la comida familiar, ya que cada miembro, aislado e individualizado, come según su propio horario y basándose en los rugidos de sus propios apetitos. Esto refleja nuestra creciente atomización incluso en lugares donde –superficialmente– aún parece que exista una unidad que ofrece una ilusión de cohesión y unidad.
La frecuencia de las comidas familiares es difícil de calibrar. Pero incluso si las familias declaran comer juntas con cierta frecuencia, ¿cuántas de estas comidas son ordenadas, sociales y prolongadas en lugar de desordenadas, atomizadas y rápidas; priorizando el consumo rápido para volver a nuestras «ocupadas» y desarticuladas vidas? ¿Cuántas personas comen deprisa, se distraen con sus teléfonos o simplemente quieren pasar a la siguiente actividad lo antes posible?
El problema con los hábitos modernos relativos a la comida no es primariamente la falta de modales, sino una cultura de consumismo y atomización en la que la misión es comer lo más rápido y asocialmente posible para pasar al siguiente deseo del cuerpo. Un acontecimiento social es siempre algo íntimo y que requiere tiempo, dos cosas de las que la «sociedad» moderna desea alejarse. El concepto de sociedad implica la idea de intimidad. Sociedad viene de la palabra latina socius, que significaba amigo. Un amigo es alguien a quien conoces, alguien con quien pasas tiempo, alguien que desempeña un papel íntimo en tu vida.
La importancia de la amistad ya era conocida por los antiguos filósofos. Aristóteles señaló en su Ética que la amistad era entrega. Los amigos se amaban unos a otros por sí mismos y buscaban siempre lo mejor para el otro. San Agustín sostenía que la amistad era una de las necesidades de la vida temporal que se basaba en la confianza entre las partes y que traicionar esa confianza era uno de los «pecados» más abominables que se podían cometer (de ahí que la traición a la confianza de amigos, benefactores y familiares se castigue tan duramente en el Infierno de Dante).
En vez de dedicar tiempo a los amigos y la familia, lo malgastamos en nosotros mismos. ¿Cuántas veces vuelve uno a casa del trabajo e inmediatamente busca algo de comer para saciar sus deseos en lugar de esperar a la comida familiar, que nos exige esperar a los demás? Además, la naturaleza de la comida impulsiva y momentánea pone de relieve la esclavitud del yo a las pasiones. Uno no ha dominado sus deseos si éstos deben saciarse cuando ellos le fuerzan a hacerlo. Al carecer de autocontrol y al ceder a un deseo impulsivo y momentáneo, el individuo expresa que sólo le importa su propio yo. Saciar el deseo personal sin preocuparse de los demás expresa que no importa nada más en el mundo que uno mismo y sus propios deseos.
A los modernos se nos dice que «el tiempo es oro». Y lo que es más pernicioso, asociamos el tiempo a nuestros deseos fugaces. Una hora invertida en la comida familiar es una hora perdida que uno podría haber «disfrutado» jugando a videojuegos, paseándose por las redes sociales o despotricando sobre la situación política para asegurarse cientos o miles de «me gusta» de personas sin rostro a las que nunca has conocido. Las horas dedicadas a desayunar, comer o cenar con amigos son horas perdidas en las que uno podría haber «disfrutado» del aislamiento solitario y dado rienda suelta a cualquier deseo que le lleve a su siguiente fugaz tarea.
Comer juntos, como acontecimiento social, requiere mucho tiempo porque se trata de una experiencia íntima en la que se experimenta y reaviva la amistad, la verdadera amistad, y el amor se sitúa en el centro de la mesa. Es, a su manera, una llamada al sacrificio, a sacrificar el propio tiempo por los demás. A sacrificar los propios deseos impetuosos para pasar tiempo con los demás. El aspecto de sacrificio que implica la comida social es la razón por la que tradicionalmente se rezaba antes y después de las comidas oraciones que reconocían este aspecto. Se quería expresar así el sacrificio de las manos que preparaban la comida. Y el sacrificio es la máxima expresión del amor en la tradición cristiana.
La expresión de agradecimiento antes y después de la comida va más allá de uno mismo. Reconoce el sacrificio que otros han hecho para preparar la comida, su regalo a los demás. Lo menos que se puede hacer para corresponder a este sentimiento es dar las gracias a quienes trabajaron con amor para preparar la comida que une a varias personas. La acción de gracias después de la comida también reconoce al otro, incluso después de haberse saciado personalmente con la comida y la buena compañía.
Aristóteles tenía razón cuando sostenía que los hábitos relativos al comer eran uno de los distintivos de la excelencia del ser humano. Civilización viene de la palabra latina civitas, ciudad, y la ciudad se ordena a algo más grande que uno mismo. Todas las civilizaciones se ordenan a algo. La cultura proviene de este ordenamiento porque cultura, cultus, significa cuidado y alabanza. A lo que un pueblo se ordena es a lo que le importa, y lo que le importa es lo que valora de modo público. Su forma de actuar es reflejo de lo que realmente les importa.
Una civilización ordenada a uno mismo y a los deseos de uno mismo es una cultura hueca, nihilista y destructiva. Trata a los demás como instrumentos para sus propios fines egocéntricos. Utiliza el alma y la subjetividad del ser humano para la autocomplacencia y el placer propio. Sitúa el yo en el centro del universo, sin necesidad de sacrificarse por los demás y, por lo tanto, sin necesidad de amar a los demás. Como tal, no hay tiempo entregado a los demás. Todo el tiempo es dedicado a uno mismo.
El cristianismo entendió la centralidad de la comida y el amor y el sacrificio que atravesaban el simbolismo ordenador y vivificante de la comida. Porque ¿quién ofreció el mayor sacrificio al ofrecerse a sí mismo como la comida para curar y dar vida al mundo sino Cristo? La comida –la Eucaristía– es el punto central de la liturgia cristiana. Es íntima. Es personal. Es sacrificial. Además, la comida pone orden en el caos. Atrae al yo aislado, caótico y alienado a la Mesa que trae orden, amor y vida al mundo.
La Mesa cristiana es también filial por naturaleza. El cristiano pertenece a una familia temporal, pero también a la Familia eterna y divina que trasciende el espacio y el tiempo. Los cristianos se reúnen como una sola familia en torno a la Mesa del sacrificio y del amor, donde el deseo es verdaderamente saciado; el orden, la paz y la alegría se encuentran finalmente en la Mesa de la Cena del Señor. El sacrificio amoroso de Cristo es el mayor don de sí mismo al mundo y el unirse a esta comida reorienta el corazón desde el yo hacia los demás, hacia el orden, la solidaridad y el amor.
En la sociedad moderna, que no es más que una parodia corrompida de lo que es la verdadera sociedad, el sacrificio y el dolor no tienen ninguna función. Este evitar a toda costa el dolor, que conduce a evitar el sacrificio, es lo que une a los filósofos liberales desde Hobbes y Locke hasta Mill y Rawls. También la sociedad moderna refleja lo que le importa y valora. Y lo que a la sociedad moderna le importa y valora es el yo aislado y atomizado, aislado del mundo de las relaciones y de la intimidad.
Si el amor exige sacrificio y el sacrificio significa entrega de uno mismo al otro, la filosofía moderna trata de destruir el amor porque el sacrificio conduce al dolor y el sacrificio sitúa a otro, en lugar de a uno mismo, en el centro de la vida. Por tanto, el mundo moderno tiende a evitar a Cristo; no tiene sitio para él como el Hijo de Dios encarnado que se sacrifica. (Cuando Cristo aparece, lo hace transformado en portavoz del último zeitgeist liberal). También por eso el mundo moderno tiende a comer solo; no tiene sitio para los demás, para el sacrificio que conlleva preparar y llevar a cabo una comida en comunidad, y no contempla dar las gracias a los demás porque esto suplantaría al yo como lo que a uno más le importa y valora.
El auge de la sociedad consumista que alimenta los apetitos de los individuos desordenados coincide con la comida rápida, barata y producida en masa. El triunfo de McDonalds no es el triunfo del capitalismo corporativo, sino el triunfo del individuo liberado cuya única preocupación en la vida es alimentar sus propios deseos.
A medida que nuestro mundo se despersonaliza, se aísla y se atomiza, nuestros hábitos relativos a la comida –nuestra cultura de la comida– reflejan esta nueva realidad: la pérdida de sociabilidad; la pérdida de relaciones; el declive de la familia. La comida que nos llama al orden nos da vida a quienes participamos en ella y reúne a las personas en relaciones íntimas, sitúa a los otros, a la acción de gracias y a la amistad en el centro del mundo. La comida familiar, y la Eucaristía cristiana, siguen siendo la fuente de la verdadera transformación de la cultura hacia las cosas permanentes y la piedra angular de la civilización.
  • Paul Krause en The Imaginative Conservative
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