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16 de mayo de 2024

El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, en el consejo europeo de Cultura

El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, en el consejo europeo de CulturaEFE

Qué presagia en cinco puntos el nuevo ministro de Cultura después de solo 5 días en el cargo

Ernest Urtasun tuvo su primer acto como gobernante el pasado día 22 y ya ha dejado un rastro claro (y oscuro) de por dónde pueden ir sus pasos

Incluso antes de estos 5 días, el currículum de Ernest Urtasun ya anunciaba las líneas generales de su mandato y las intenciones de quienes (Yolanda Díaz) le eligieron para el cargo. Pocas conclusiones se pueden sacar en circunstancias normales después de tan poco tiempo, pero el nuevo ministro de Cultura ya ha dejado sentadas algunas de ellas, quizá la más notable y la que caracteriza todas las demás: el carácter político-ideológico de su etapa, en más que posible detrimento de lo práctico en vista de los antecedentes.

1. Acoso a la tauromaquia

Ya no es novedad sino la norma que un político de primera fila (y de cualquier fila) no haya trabajado nunca. También es el caso de Urtasun, dedicado a la política activista desde los tiempos de la Universidad. Un ministro de Cultura español antitaurino ya es una muesca en el revólver que debería borrar cualquier representante público en el ejercicio de su función. Más que una muesca, una frase completa: «La tauromaquia es una actividad injusta, sádica y despreciable que no merece ser legal en el ordenamiento jurídico». Una frase que ya ha despertado los recelos de un sector taurino en guardia ante la futura primera manifestación como titular a este respecto.

2. Ideologización de la cultura

Casi un lego en cuestiones culturales y lo mismo en cuestiones de gestión, casi lo único que promete (por lo que prometen sus capacidades y sus dedicaciones previas) es la ideologización de su ministerio y sus competencias. Y más allá del carácter general de sus opiniones generales, en la aterradora culminación que supuso la no condena de los salvajes atentados de Hamás como eurodiputado, a pesar de que dicha condena no exigía la aprobación de las políticas ni de las acciones de Israel. Una muestra del sectarismo atroz con el que Urtasun llega al cargo.

3. Demagogia como norma

Pocas veces unas primeras manifestaciones públicas indicaron la naturaleza verdadera de lo que posiblemente se avecina. El 22 de noviembre, Urtasun escribió en X: «La cultura es el aire que respiramos («la opción política más revolucionaria», añadió en otra publicación). Lo decía Montserrat Roig y es la máxima que guiará nuestra labor. Blindar la libertad de expresión, garantizar el acceso a la cultura, proteger la participación de la ciudadanía en la vida cultural del país. Hacia esa transformación vamos».
También pocas veces una metáfora ha sonado más literal: la cultura como aire, como nada, una «máxima» para «blindar» circunstancias y realidades ya plenamente reconocidas sin su concurso para una «transformación» vacía. Pura demagogia, aire con el que hacer respirar al siguiente punto:

4. «Oposición» como «Gobierno»

En el traspaso de carteras con su antecesor Iceta, ya dibujó casi en ese «aire», como Picasso (pero sin talento reconocible) pintaba el toro sobre el cristal, las características de su proceder como ministro, a pesar de ser ministro: la ubicación del enemigo permanente, por imaginario que sea, como coartada. En presencia de Iceta y de Díaz, dijo y escribió posteriormente que «vamos a conseguir construir un país mejor que levante la bandera de la cultura frente a la censura y el miedo. Empezamos». No se sabe qué va a hacer en realidad, cuáles son sus propósitos y sus proyectos para la legislatura que empieza, pero sí que va a hacer oposición «a la censura y el miedo»: palabras al «aire», «la cultura es aire», como dice que dijo Montserrat Roig, quien fue una escritora en lengua catalana, catalanista, feminista y miembro del PSUC en el que militaron los padres del propio ministro.

5. Cortinas de humo

Como conclusión de su primer viaje como ministro al consejo europeo de Cultura escribió: «Trabajaremos para reforzar la dimensión cultural de los videojuegos, mejorar las condiciones de los trabajadores/as de la cultura, como con el Estatuto del Artista, y proteger la libertad de los medios de comunicación». Palabras burocráticas que merecían algo más que burocracia, más concreción. El trabajo real que no se prevé si no es la introducción de la ideología.
No se sabe (o sí) qué es «reforzar la dimensión cultural de los videojuegos», pero suena regular teniendo que reforzar antes la «dimensión cultural» de los libros, por ejemplo. «Mejorar las condiciones de los artistas» ya se supone que se pretende, pero cómo se va a hacer es el quid, del mismo modo que el quid es cómo se va a «proteger la libertad de los medios de comunicación», sobre todo si esa protección pasa por la amenazante cláusula que permitiría espiar a periodistas y medios.
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