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04 de mayo de 2024

Ayaan Hirsi Ali

Ayaan Hirsi Ali

El Debate de las Ideas

Por qué Ayaan Hirsi Ali se ha convertido

Lo que ha hecho es dar el paso, obvio y necesario: la necesidad de un orden sagrado y además no teme decirlo

Ayaan Hirsi Ali, ex musulmana y ahora ex atea, ha declarado recientemente que se ha convertido al cristianismo. Desde luego, motivo de gran alegría.
Y también un fascinante signo de los tiempos. El testimonio que ha publicado explicando su conversión es un tanto extraño: sólo menciona a Jesús una vez. Sin embargo, tampoco sería razonable esperar que un converso reciente ofrezca un relato elaborado de la unión hipostática en los primeros días de fe. Por eso se catequiza a los discípulos: la conversión no implica una infusión de conocimientos doctrinales exhaustivos. Y cualquiera que sean las lagunas en su declaración, la autenticidad de su profesión será asunto de quien esté a cargo de la comunidad cristiana a la que se adhiera.
Esto es lo que hace que su testimonio público sea un signo de los tiempos: afirma que se convirtió en parte porque se dio cuenta de que una cultura verdaderamente humanista –y con ello me refiero a una cultura que trata a los seres humanos como personas, no como cosas– debe basarse en alguna concepción del orden sagrado tal como se expone en el cristianismo, con su afirmación de que todos están hechos a imagen de Dios. «La civilización occidental está amenazada por tres fuerzas diferentes pero relacionadas», escribe. Estas son el resurgimiento del autoritarismo en China y Rusia, el islamismo global y «la propagación viral de la ideología woke». Declara que se hizo cristiana en parte porque reconoció que «no podemos luchar contra estas fuerzas formidables» con herramientas seculares modernas; más bien, sólo podemos derrotar a estos enemigos si estamos unidos por un «deseo de mantener el legado de la tradición judeocristiana», con sus «ideas e instituciones diseñadas para salvaguardar la vida humana, la libertad y la dignidad».
En los últimos años se han alzado voces inesperadas contra las costumbres de nuestro tiempo, sobre todo en el ámbito de la ética sexual y su pariente cercano, la ética de la encarnación. Mary Harrington ha escrito contra las tendencias deshumanizadoras que acechan bajo la superficie de una sociedad que considera legítimos el transgenerismo y el transhumanismo. Louise Perry ha señalado que, a pesar de su toda su propaganda, la revolución sexual es una muy mala noticia para las mujeres y para los niños. Los cristianos conservadores llevan años diciendo estas cosas. Pero como Harrington y Perry son feministas y no están «lastradas» por ningún compromiso religioso, sus voces han sonado más alto y han tenido más impacto. Para nuestra sociedad ellas saben más que los ingenuos y simplones creyentes.
Y ahora tenemos a Ayaan Hirsi Ali. También preocupada por cómo Occidente está desmantelando sus propias normas culturales tradicionales y por cómo pretende sustituirlas. Otros autores se han manifestado antes en ese mismo sentido. Philip Rieff y Sir Roger Scruton son dos de los que me vienen ahora a la mente. Pero la impresión que ambos dejan es que, sí, creen que Dios es una muy buena idea para fundamentar una cultura civilizada, pero no están del todo seguros de que exista. Lo que Ali ha hecho es dar el siguiente paso, obvio y necesario: la necesidad de un orden sagrado y además no teme decirlo. Será interesante ver si aquellos otros que han analizado tan astutamente las enfermedades mortales que atenazan a Occidente en estos momentos siguen su ejemplo.
Sin embargo, existe aquí un desafío para el cristianismo: el perenne problema de la conexión entre lo trascendente y lo inmanente, resuelto con demasiada frecuencia en la historia de la Iglesia instrumentalizando el Evangelio al servicio del activismo social. Esta ha sido siempre la vulnerabilidad del protestantismo liberal, con su tradicional apoyo al consenso moral dominante. Ya sea tocando el tambor del anticomunismo en la década de 1950 o enarbolando la bandera del arco iris desde el campanario de la iglesia en la década de 2020, los protestantes liberales no ofrecen tanto una crítica profética al poder secular como un lenguaje religioso con el que se puede expresar ese mismo poder. El progresismo actual, comprometido con la ruptura de todas las categorías estables, es una criatura mucho más complicada de expresar a través de un lenguaje cristiano, lo que significa que hay que desechar mucho más del lenguaje tradicional. El hombre y la mujer. Dios como Padre. Jesús como varón. Todos estos principios ofrecían poca o ninguna amenaza al anticomunismo, pero afectan a la política identitaria moderna. El desechar todos esos principios nos habla de la falta de sentido de lo trascendente, de hecho, de cualquier sentido de lo sagrado, en las formas liberales del cristianismo.
Sin embargo, el protestantismo liberal está agonizando y las principales denominaciones se están fracturando y desintegrando a un ritmo vertiginoso. Y hoy también debemos tener cuidado de que la verdad del Evangelio no se instrumentalice al servicio de una campaña cultural diferente incluso, por ejemplo, una causa tan digna como la de oponerse a los activistas culturales de izquierdas que pretenden acabar con todo, desde la paternidad hasta los derechos de la mujer. La omisión más llamativa en el testimonio de Ali es lo único necesario para evitarlo: el sentido de lo trascendente. Dios no existe porque sea útil para combatir el wokismo o cualquier otra amenaza a la civilización occidental. Es útil porque existe, en santidad y trascendencia.
Con esto no pretendo en absoluto poner en duda el testimonio de Ali. De hecho, sus palabras son motivo de regocijo, no de crítica cínica. Ojalá sean también un valiente ejemplo que puedan seguir otros que ven los problemas de la cultura occidental con tanta claridad como ella. Escribo esto simplemente para hacerme eco de las palabras del Apóstol Pablo, cuya comprensión de este mundo estaba arraigada en su comprensión y preocupación por las glorias del otro. Incluso el colapso de la civilización occidental sería una aflicción leve y momentánea a la luz del peso de la gloria eterna que está por venir.
  • Carl Trueman es profesor de estudios bíblicos y religiosos en el Grove City College y miembro del Ethics and Public Policy Center.
  • Publicado en First Things Why Ayaan Hirsi Ali Became a Christian | Carl R. Trueman | First Things
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