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03 de mayo de 2024

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Carrozas en el Orgullo LGTBIQ+Europa Press

El Debate de las Ideas

La dimensión política del amor

Buscando protegernos, y amparados por una estúpida prudencia –la misma que teme a la libertad–, hemos teorizado y nos hemos obligado a pensarnos como individuos y no como personas

Los filósofos de la sospecha también han desconfiado del amor, concibiéndolo como una herramienta de dinámicas de poder. Desde esta perspectiva, una familia es una estructura de poder. Un poema romántico, un instrumento del patriarcado. El matrimonio, un ritual de sumisión. Y esta idea ha permeado en nuestra sociedad.
Cuanto más hablamos de amor, menos creemos en el amor. Esta es una de las paradojas de Occidente. ¿Qué es el amor en la época del amor libre y del love is love?
Hoy, el único amor moralmente lícito es aquel sin épica, fugaz, igualitario y superficial. Fácil de acceder y fácil de romper, como todo lo demás. Un producto de consumo en el cual nos obligamos lo justo por partes iguales. Hoy, el amor no compromete, se prueba.
Esto no siempre fue así. De hecho, uno de los pilares sobre los que se construyó Occidente fue la convicción de que estábamos llamados a amar como dioses, es decir, a un amor eterno, gratuito y voluntario.

Hoy diríamos que sin libertad no se puede amar, pero en realidad, el amor antecede y sobrevive a la libertad

Es más: antes de que la Modernidad nos liberara de nuestras raíces, de la necesidad de unirnos, de darnos y de crear, y dejáramos de ser personas para empezar a ser individuos, lo que nos definía eran las relaciones de amor que nos precedían, aquellas en las que participábamos y las que se derivaban de las mismas. Ser «hijo de ...», «marido de …» o «padre de …» configuraba nuestra identidad y nuestra libertad.
Hoy diríamos que sin libertad no se puede amar, pero en realidad, el amor antecede y sobrevive a la libertad. Se nos puede quitar la libertad en vida, pero sólo se nos puede quitar la capacidad de amar con la vida. Sin amor, uno no puede ser plenamente libre. Sin amor, ¿podemos despegarnos de nuestros instintos primarios? Sin amor, ¿podemos dar nuestra vida por alguien?
Nuestro ser está sediento de amor. Las nuevas clerecías nos advertirán sobre los peligros e imposibilidades de confiar en amores eternos. Ciertamente, si aspiramos a una vida de autonomía, liberados de cualquier dependencia humana y ser dependientes exclusivamente de las mariposas en nuestro estómago, el amor es nauseabundo. No obstante, hoy ya sabemos que la foto del individuo autónomo –por la gracia de Uber Eats– y con acceso a las mieles de un amor superficial y liberado de compromisos –por la gracia de Instagram y Tinder– no es exactamente la imagen de una humanidad en apogeo.
Si aspiramos a que alguien decida dar un salto al vacío y nos quiera, debemos asumir nosotros mismos este riesgo; el riesgo de una entrega de cuerpo y corazón, que tiene más sentido y es más poderosa que cualquier instinto. La humanidad por la que vale la pena luchar es una comida familiar, el correteo de un niño debajo de las sábanas de sus padres en una mañana de verano o la celebración de un gol con los amigos. La mayor experiencia de humanidad es compartida y explicada por el amor. Pero hay más. Los actos que elevan lo humano por encima de lo animal, los actos que nos permiten rozar lo divino y que hacen que la libertad cobre más sentido, se explican solamente a través del amor. El amor es real, es lo más real. Leonardo Polo se atrevía a decir que era la perfección originaria del acto de ser persona. Y si no lo es, Maximiliano Kolbe no es un mártir, sino un loco; Sophie Scholl no es una heroína, sino una tarada; y mi abuelo no es un enamorado, sino un esclavo.
Es innegable que precisamente por la grandeza de la promesa del amor, el escozor que genera su traición es grande. Buscando protegernos, y amparados por una estúpida prudencia –la misma que teme a la libertad–, hemos teorizado y nos hemos obligado a pensarnos como individuos y no como personas. En otras palabras, hemos diseñado nuestras sociedades como si el amor no existiera. Pero si la ternura en la mirada entre ancianos esposos, la comida familiar o la amistad sincera son valiosos y nos hacen mejores, en otras palabras, si sentimos que el amor en mayúsculas es variable explicativa de lo que eleva lo humano ¿no deberíamos, cómo comunidad política, protegerlo?
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