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06 de mayo de 2024

El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, tras la ceremonia de entrega de Premio Cervantes

El presidente del gobierno, Pedro Sánchez, tras la ceremonia de entrega del Premio CervantesEFE

La ¿inquietante? obsesión de Pedro Sánchez por los libros sobre inteligencia artificial

El presidente del Gobierno ha enviado un audio donde habla de sus lecturas favoritas, todas ellas relacionadas con esta tecnología

A José Luis Rodríguez Zapatero le gusta, sobre todos los escritores, Jorge Luis Borges, un escritor conservador. Incluso escribió un ensayo el año pasado sobre el argentino titulado No voy a traicionar a Borges. Una afición que no debe de ser muy antigua, pues en tiempos anteriores, cuando era presidente, reconoció que su escritor favorito era Stieg Larsson, el superventas creador de la saga Millenium.

Hitler y las novelas del Oeste

Uno piensa en los políticos y también piensa en los libros que les «pegan», pero casi nunca coinciden las lecturas con la idea preconcebida. A Mariano Rajoy, brillante orador, uno le presuponía lecturas clásicas habituales, pero no van precisamente por ahí sus mayores gustos, al menos que se sepa.
Joseph Brodsky dijo en su discurso de aceptación del Nobel en 1987 que «lo primero que habría que preguntar a un posible dueño de nuestros destinos no es cómo imagina el curso de su política exterior, sino cuál es su actitud frente a Stendhal, Dickens, Dostoievski...». Una reflexión basada quizá en una esperanza y en la habitual no coincidencia de las inclinaciones.

'La era de la inteligencia artificial'

A Hitler le gustaba leer a Karl May para relajarse, un autor de novelas baratas del Oeste. A Stalin le gustaba el propio Brodsky, a quien tuvo en el punto de mira sin disparar nunca, y también los clásicos de todos los tiempos. Incluso llegó a escribir versos, como Mao. A Salvador Illa le gusta Josep Pla, el escritor más catalanista y menos, según la más que posible mirada del político socialista, de todos los escritores catalanes.
A Pedro Sánchez le gusta leer sobre inteligencia artificial. En un audio enviado a una cadena de radio ha explicado sus últimas lecturas, todas ellas directamente relacionadas con esta tecnología. La era de la inteligencia artificial y nuestro futuro humano del exsecretario de Estado estadounidense Henry Kissinger, un libro, según Sánchez, donde se analiza «con rigor» los riesgos de la inteligencia artificial.

Sánchez y la ética

Si uno no puede confiar en las palabras de Sánchez, como tantas veces se ha encargado y se sigue encargando de demostrar, tampoco debería confiar en el «rigor» que dice tener el libro de Kissinger: «Plantea preguntas atrevidas y soluciones sobre las implicaciones de la inteligencia artificial en la ética, en la geopolítica, en la economía y en la ciencia. Y también invita a tomar partido para maximizar las oportunidades y limitar los riesgos de este avance para la humanidad que representa la inteligencia artificial», ha dicho.
Puede resultar un tanto inquietante esa habitual verborrea globalista mezclada con las variadas complejidades que trae la inteligencia artificial, incluido el término «ética» en su diatriba. Sobre Un verdor terrible de Benjamin Labatut, el novedoso y extraño artefacto también relacionado con la inteligencia artificial, el presidente ha dicho que le «fascinó la forma que tiene de escribir tan abrumadora sobre las vidas de algunos de los científicos más relevantes del siglo XX y sobre las paradojas del progreso».
Y otro libro tiene en proyecto Sánchez: Superinteligencia de Nick Bostrom, el libro que impresionó a Bill Gates por las consecuencias imprevisibles y fatales de una inteligencia artificial sin control tal y cómo se reflejaban en la película Terminator.
A Pedro Sánchez le interesa la inteligencia artificial, sin que esto tenga mucho de inquietante (incluso porque en realidad puede ser un interés falso, promocionado sin embargo con una intención política, aunque nunca se sabe), teniendo en cuenta que a Hitler le gustaban las novelas del Oeste y a Stalin la poesía y los relatos de Flaubert. Quizá alguien podría preguntarle al presidente, como decía Brodsky, ya puestos, cuál es su actitud frente a Stendhal, Dickens o Dostoievski.
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