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Luis E. Íñigo Fernández

El escritor e historiador Luis E. Íñigo

Entrevista: 'La secta republicana'

Luis E. Íñigo: «Sánchez juega el papel de Azaña como cabeza visible de un nuevo Frente Popular»

El autor publica La secta republicana (La Esfera de los Libros, 2025), la historia de la segunda República que acaba con algunos de los mitos de una izquierda que con su intransigencia acabó con la primera democracia en España

Poco se sabe de los entresijos de la Segunda República española. El relato dominante, hoy apuntalado por la sectaria (sectarismo por todas partes) Ley de Memoria Democrática, ha establecido durante décadas la impresión de pureza intocable del primer período democrático de la historia de España. Libro a libro la madeja se desenreda cada vez con mayor detalle y también con mayor sorpresa, si cabe.

En La secta republicana (La Esfera de los Libros, 2025) puede decirse que Luis E. Íñigo muestra el hilo en una línea sinuosa pero perfectamente visible separada del todo del conjunto. Una vieja cuestión de plena actualidad sepultada tras la pared de Franco, la única visible para un Gobierno con conexiones inocultables con un pasado oscuro que vuelve con toda su verdad, traído sin el sectarismo que el autor pone delante de los ojos del lector.

La secta republicana (La esfera de los libros, 2025)

La secta republicana (La Esfera de los Libros, 2025)

–César Antonio Molina dice que a Azaña lo machacaron por todos los lados. Usted le define como un republicano radical ¿Cómo definiría a Azaña en pocas palabras como aperitivo de su magnífico La secta republicana?

–Desde luego, Azaña no lo tuvo fácil. Conducir la nave del Estado en una era de crisis económicas, esperanzas populares exacerbadas y privilegiados poco dispuestos a renunciar a lo que consideraban sus derechos no era fácil. Pero su actitud política no fue la que habría necesitado un país como el que encontró en 1931. La coyuntura exigía diálogo y flexibilidad, no imposición y soberbia. Y Azaña, por encima de cualquier otra cosa, un hombre soberbio, muy pagado de su superioridad intelectual, que despreciaba sin matices a quienes consideraba que no se encontraban a su altura. Y, en realidad, apenas consideraba que nadie lo estuviera.

La izquierda venía a construir una España a su imagen y semejanza, no a pactar con quienes no pensaban como ellos, en especial los católicos

–En los albores de la República se dieron condiciones, digamos extraordinarias, de unión de la «izquierda» y de desunión de la «derecha», justo lo contrario de lo que siempre se dice que sucede ¿Pudo ser esto la esencia del fracaso de la República, su colapso y la Guerra como consecuencia definitiva?

–No tendría por qué haberlo sido si la izquierda hubiera puesto sus presuntas convicciones democráticas por delante de su nítida intención revolucionaria. Sus líderes no venían a pactar con las derechas para dar forma a un régimen democrático que diera cauce a la alternancia legítima en el poder a cualquier partido que, aceptando las reglas del juego electoral y parlamentario, ganase unos comicios de forma limpia. Venían para dar forma a una República asociada, de forma irrenunciable, a un conjunto de valores determinados cuya aceptación era condición sine qua non para gobernarla, valores necesariamente revolucionarios en lo político y lo cultural. Venían, en fin, a construir una España a su imagen y semejanza, no a pactar con quienes no pensaban como ellos, en especial los católicos.

El consenso de las izquierdas incluía aspectos como la posible socialización de la propiedad, el divorcio o la prohibición a las órdenes religiosas de ejercer la enseñanza que no compartían millones de españoles

–¿La República nació viciada a pesar de su legitimidad?

–Sí, porque la izquierda maniobró desde el principio para excluir a la derecha. Lo hizo mediante una ley electoral ultramayoritaria que aseguraba el triunfo de las grandes coaliciones, a sabiendas de que solo una era posible: la republicano-socialista, porque la derecha no tendría tiempo de organizar la suya. Y lo hizo mediante una Constitución que no era sino un programa de partido, fruto del consenso de las izquierdas, sin concesión alguna a las derechas, y que incluía aspectos como la posible socialización de la propiedad, el divorcio o la prohibición a las órdenes religiosas de ejercer el comercio, la industria y, sobre todo, la enseñanza que no compartían millones de españoles, y declarándola, además, intangible, con lo que prohibían de facto y de iure a futuros gobiernos de derecha no solo reformarla, sino ampliar un programa de gobierno distinto al suyo que, en una verdadera democracia, debía ser por completo legítimo. Esto suponía, en la práctica, excluir de la República a la mitad de los españoles, en especial a los católicos.

Tenían claro que la forma de traer la República no podía ser la que unos verdaderos demócratas habrían considerado, unas Cortes Constituyentes, sino un golpe revolucionario

–El primer Gobierno se formó de forma apresurada, ¿se diría que para aprovechar el impulso del júbilo que quienes mandaban no confiaban demasiado (o nada) que durase?

–Bueno, en realidad llevaba formado mucho tiempo, desde octubre de 1930, porque quienes lo formaban tenían claro que la forma de traer la República no podía ser la que unos verdaderos demócratas habrían considerado, unas Cortes Constituyentes, sino un golpe revolucionario con ayuda de los militares y los obreros organizados. Por supuesto, debían de ser conscientes de que la suya no se trataba de una alianza homogénea, pues fueron notables los desencuentros en el seno del Comité Revolucionario durante los meses anteriores a abril de 1931, y no cabe duda de que los ministros de izquierda sabían que, más pronto o más tarde, tendrían que romper al menos con los católicos, Alcalá-Zamora y Maura.

En lugar de impedir la quema de conventos, defendiendo así los derechos de la mitad de españoles que se sentían católicos, reaccionaron tarde y mal, sacando el Ejército a la calle cuando la situación se había ya desbordado por completo

–¿Cuál fue el inicio de la deriva republicana desde sus comienzos o intenciones moderadas hasta lo que usted llama «el triunfo del sectarismo»?

–El 11 de mayo de 1931, cuando el Gobierno en pleno, con excepción de Maura, fue incapaz de actuar como debía hacerlo un Gobierno democrático frente a la quema de conventos. En lugar de impedir los incendios, defendiendo así los derechos de la mitad de españoles que se sentían católicos, reaccionaron tarde y mal, sacando el Ejército a la calle cuando la situación se había ya desbordado por completo. Semejante actuación trituró las posibilidades electorales de la derecha republicana, luego marginada, e hizo virtualmente imposible ya un Gobierno de concentración republicana capaz de conducir al régimen por la senda de las reformas progresivas pero respetuosas con los derechos de todos, única vía que habría, si no asegurado, sí incrementado la viabilidad del régimen.

La alianza excluyente de la izquierda republicana con los socialistas y los nacionalistas catalanes gobernó la República y obró siempre como si fuera suya en propiedad

–La emoción del pueblo de la que usted habla tras la victoria de la República, como la del pintor Zuloaga, que incluso vaticinó un nuevo mundo y anunció el fin de la grisura en su arte, despertó el pánico entre el clero que resultó justificado con la quema de conventos, aquí aparece Azaña con toda su oscuridad…

–En todo su sectarismo, diría yo. Fue la política de Azaña la que triunfó aquel día, y el diálogo y la moderación los derrotados. Aún podría haberse reconducido la situación, pero la ley electoral y la Constitución lo hicieron ya imposible. Lo que se entiende mal es la actitud de Alcalá-Zamora, que no pareció enterarse de nada en aquellas semanas y siguió confiando en un Gobierno que se le escapaba de las manos y en cuyo seno se iba conformando con claridad la alianza excluyente de la izquierda republicana con los socialistas y los nacionalistas catalanes, la alianza que gobernaría la República desde diciembre de 1931 y que obraría siempre como si fuera suya en propiedad.

Sí había demócratas en la España de los años treinta. Pero desde luego, Azaña y los suyos no figuraban entre ellos

–Este mismo diario, junto a ABC fueron cerrados temporalmente en el 31 por el Gobierno como responsables de los incendios y las muertes por su defensa de la Iglesia, por otro lado, protegida en el Estatuto del Gobierno. Esto no se entiende en un régimen que quiere ser democrático…

–Se ha dicho que la idea de la democracia de los años 30 no era igual a la actual. Pero no estoy de acuerdo. Sí había demócratas en la España de los años treinta, individuos como Gaziel, director de La Vanguardia, y partidos como los republicanos moderados de Lerroux, Maura y Alcalá-Zamora, o Melquíades Álvarez, o los intelectuales de la ASR, que creían en derechos para todos y alternancia legítima dentro del respeto a las reglas de juego. Pero desde luego, Azaña y los suyos no figuraban entre ellos.

Es difícil no ver en Sánchez un trasunto de Azaña. Nuestro presidente lo ha dicho con toda claridad: viene a levantar un muro y a dejar fuerza de él a quienes no compartimos sus ideas, esto es, a la mayoría de los españoles

–Ortega, tan próximo a los ideales de la República y de Azaña, se alejó de ella avisando del rumbo a lo sectario y no al interés nacional ¿la supuesta modernización de España se convirtió en un ajuste de cuentas hacia una parte muy importante de los españoles? Por cierto, un ajuste de cuentas que se parece al del Gobierno actual, mayormente por la Ley de Memoria Democrática…

–Fue exactamente eso, un ajuste de cuentas: los republicanos de izquierda venían a dar forma a una España nueva construida desde cero sobre las cenizas de la anterior, Pretendían, con razón, limitar la influencia de los militares, los obispos y los terratenientes, pero al hacerlo, no les importó dejar de lado a millones de españoles: católicos, pequeños propietarios agrarios, clases medias urbanas no radicalizadas, y a las fuerzas que los representaban. Es difícil no ver en Sánchez, en ese sentido, un trasunto de Azaña. Nuestro presidente lo ha dicho con toda claridad: viene a levantar un muro y a dejar fuerza de él a quienes no compartimos sus ideas, esto es, a la mayoría de los españoles. Las leyes de memoria, en este sentido, ayudan en la tarea, porque buscan excluir, incluso por la fuerza, a quienes no comparten su visión oficial del pasado reciente. Pero esto no es legítimo en una democracia de verdad, que debe amparar la libertad de opinión, sobre el presente y sobre el pasado, por detestable que puedan parecernos a la mayoría las opiniones de algunos.

Sánchez pretende transformar la Constitución por la puerta de atrás y deslegitima a Feijoó, un nuevo Lerroux, por pactar con Abascal, un nuevo Gil-Robles

–¿Con qué políticos actuales o contemporáneos asociaría a Azaña, Maura, Alcalá-Zamora, Lerroux y Gil Robles?

–Hay similitudes evidentes, aunque no identidades completas. Sánchez juega el papel de Azaña como cabeza visible de un nuevo Frente Popular de izquierdas, izquierdas radicales y nacionalistas catalanes independentistas que pretenden transformar la Constitución por la puerta de atrás y deslegitiman a Feijoó, un nuevo Lerroux, por pactar con Abascal, un nuevo Gil-Robles. Maura y Alcalá-Zamora no los veo por ninguna parte, pero me gustaría que estuvieran. Si algo necesita la política española actual es moderación y diálogo, un partido de centro, una tercera España que se interponga entre los extremismos y los atempere.

Es triste ver cómo los viejos tics de las izquierdas de los años treinta han revivido en el PSOE de Sánchez

–¿Cree que la atávica no aceptación de la derrota en la izquierda viene de la derrota en las elecciones del 33?

–Es triste ver cómo los viejos tics de las izquierdas de los años treinta han revivido en el PSOE de Sánchez. La no aceptación de la derrota empezó ya en el PSOE cuando firmó el Pacto del Tinell en 2003, que fue mucho más que una acuerdo de gobierno en Cataluña, pues incluía una cláusula que excluía la posibilidad de cualquier pacto de gobierno o establecer acuerdos de legislatura con el PP, tanto en la Generalidad como en las instituciones de ámbito estatal, un verdadero acuerdo de exclusión de las derechas a cambio de la modificación de las reglas de juego del régimen del 78, que debía encarnarse en un nuevo estatuto catalán y el avance hacia la plurinacionalidad del Estado. Sobre esa base, el extremismo y la exclusión no han hecho más que avanzar.

La política del PSOE es la vieja política de agitar la camisa ensangrentada de la Guerra Civil y es una política muy peligrosa porque genera división y odios

–Un documento de los radicales socialistas madrileños apostaba por la conquista del poder de modo violento, no respetando el resultado de las elecciones, y por un Gobierno que gobernase «por Decretos el tiempo que fuera necesario…». Esto es lo mismo que hace Sánchez hoy, lo mismo en el sentido de la demonización de las derechas…

–Salvando las distancias. Yo creo que Sánchez es un aprendiz de brujo sin principios ni dignidad que pacta lo que sea con quien sea para mantenerse en el poder, menos con aquellos con los que, si el PSOE sigue siendo un partido español de centro-izquierda, debería pactar más: el centro-derecha nacional. Su política es la política del Frente Popular. Necesita la exclusión y la polarización para alimentarse y sobrevivir, y ello exige demonizar a la derecha. Es la vieja política de agitar la camisa ensangrentada de la Guerra Civil y es una política muy peligrosa porque genera división y odios.

Las políticas sectarias y divisivas de Azaña debilitaron mucho la República que él había principalmente creado

–¿Fue Azaña el creador de la República y también su destructor, o esto es un reduccionismo exagerado?

–Fue su principal creador. Su destructor, no, porque la República la destruyó un golpe de Estado militar y eso no debemos olvidarlo. Pero sus políticas sectarias y divisivas la debilitaron mucho y contribuyeron a dinamitar el centro y las posibilidades de construir una verdadera democracia.

–Concluye que solo la renuncia de la izquierda al sectarismo podría haber salvado la República, ¿Sigue viva hoy la secta republicana?

–Sigue vivo el sectarismo de la izquierda, que ha revivido claramente en la política sanchista, y alimenta, a su vez, un sectarismo de la derecha, encarnado en Vox, sobre todo. Y de ambos sectarismos no puede venir nada bueno. Solo la moderación, el diálogo y los consensos sobre asuntos esenciales aseguran la convivencia pacífica y permiten el avance de las naciones.

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