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Keith Richards en las pantallas de uno de los conciertos de los Rolling Stones

Keith Richards en las pantallas de uno de los conciertos de los Rolling StonesSERGIO R.MORENO

¿Es la renuncia de Keith Richards a una nueva gira el «inesperado» fin de los Rolling Stones?

El mítico guitarrista ha comunicado a sus compañeros que, a los 82 años, no se encuentra en condiciones de afrontar un nuevo calendario de conciertos

La revista Variety y el tabloide británico The Sun anunciaron el miércoles que Keith Richards le había comunicado a sus compañeros en Los Rolling Stones que no se encontraba en disposición de afrontar cuatro meses de conciertos por el Reino Unido y Europa en grandes estadios.

La noticia tiene su importancia por la imprevisible renuncia de un incombustible, la abdicación de un rey que a los 82 años tampoco debería ser una sorpresa. Pero lo es. Incluso más que sorpresa, una especie de tristeza: el principio del fin de algo que muchos habían interiorizado como eterno.

En los años 80 una encuesta preguntó a los estadounidenses cuál era el acontecimiento deportivo más improbable y la respuesta ganadora fue la derrota del boxeador Mike Tyson. Por entonces, «el terror del Bronx» dictaba su ley en los cuadriláteros con apenas 20 años y en cuestión de segundos.

Nadie pensaba que «Iron Mike» pudiera ser vencido, la única duda era saber si su oponente iba a conseguir resistir el primer asalto. Pero el campeón de los pesos pesados más joven de la historia fue tumbado cuando menos se esperaba. Keith Richards es un Tyson de la música que lleva seis décadas subido a su particular cuadrilátero o más bien poliedro.

Incluso llegó a decir que la visible artritis en sus dedos había mejorado su forma de tocar. Nada es para siempre a pesar de que muchas veces lo parezca. No se sabe si es el fin, pero sí puede ser el principio del fin que ha tardado mucho tiempo en llegar, en asomarse.

Los Rolling Stones han desafiado a los tiempos con actuaciones impensables superados los ochenta años. Una longevidad artística única e incomparable. Sus «Satánicas Majestades» (apodo que viene de la variación irónica de la frase habitual de los pasaportes británicos: «Her Britannic Majesty...» («Su Majestad Británica») le han plantado cara a la vejez con una actitud envidiable y una salud aún más envidiable).

Solo la muerte del batería Charlie Watts golpeó la nave que siguió navegando sin él. Ahora el golpe es aún más serio (para la pervivencia de la banda) porque es el reconocimiento de la misma finitud, lo que nunca antes había sucedido. Nadie pensaba que el viejo Keith Richards fuera a caer el primero, pero ha caído, como el joven Tyson.

Ha dicho no y uno imagina la escena: Keith Richards diciéndole a Mick Jagger y a Ronnie Wood que ya no puede, y las caras de estos, entre la incredulidad y la pena y el recuerdo inmediato de toda la vida que se detiene cuando parecía que no iba a detenerse nunca. Sin Richards los Rolling Stones ya no pueden seguir rodando.

Hay que prepararse para el final entre los rumores que dicen, sin confirmación oficial, que Keith Richards se ha bajado de la gira eterna para hacerse definitivamente mortal. Ojalá haya un penúltimo baile como penúltima rebeldía para dejar el sabor intacto antes del adiós definitivo que ojalá fuese, dentro de muchos años, tan teatral como el de un anciano Michael Corleone desplomándose en su silla bajo el sol de Sicilia.

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