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La ilustradora Ana Juan

La ilustradora Ana JuanLaura Martínez Lombardía

Entrevista con la ilustradora

Ana Juan: «El único refugio en una guerra son las manos de una madre»

La artista española que más portadas ha creado para la prestigiosa revista estadounidense The New Yorker ilustra su nuevo número con la invasión rusa de Ucrania

Premio Nacional de Ilustración en 2010, el salto internacional de Ana Juan (Valencia, 1961) y verdadera llave para su descubrimiento fue el inicio de sus colaboraciones con The New Yorker a mediados de los años noventa. Porque uno nunca es profeta en su tierra y a veces tiene que salir para ser reconocido dentro de sus fronteras. Desde entonces y hasta hoy, ha ilustrado textos y libros, ha colaborado con medios de comunicación, ha dibujado pósteres y campañas... y más de 40 portadas de la conocida revista americana, de la que acaba de realizar la última (y rompedora) portada.

'Motherland', que podríamos traducir como 'Madre patria', muestra a una madre abrazando a sus hijos. Detrás de ella, un soldado y una caravana de refugiados, y al fondo, un edificio en llamas. «Miré fotos contemporáneas, por supuesto, pero también imágenes de la Primera y Segunda Guerra Mundial para capturar la atmósfera: la actitud del soldado, la gente que escapa y las ruinas bombardeadas», explica la artista.

El contexto es tristemente actual. El 9 de marzo, las fuerzas rusas llevaron a cabo un ataque aéreo contra un hospital infantil y de maternidad en la ciudad portuaria ucraniana de Mariúpol. El ataque fue otro golpe contra la población civil de una ciudad devastada por un asedio de semanas, donde los residentes, bombardeados por aire y rodeados por tropas rusas, están atrapados y sin alimentos, agua y otros suministros esenciales. Hablamos con la artista Ana Juan sobre su portada y su forma de ilustrar el horror, pero también sobre el poder del arte para atravesar las mayores tragedias.

Portada de The New Yorker ilustrada por la española Ana Juan

Portada de The New Yorker ilustrada por la española Ana Juan

–¿Qué ha querido transmitir con esta portada?

–Hemos visto bombardeos, tanques, caricaturas de los políticos... Era el momento de hablar de los civiles. Cuando desde The New Yorker me propusieron enviar algunos bocetos, todo me parecía banal frente al horror de la guerra. Pero no podía quitarme de la cabeza a los civiles, a las madres, a esas mujeres que han tenido que huir con sus hijos y a todos los hombres que han tenido que quedarse y luchar, a todos esos niños que serán acunados por unas manos extrañas. Es un desgarro enorme.

–En primer plano vemos a una madre que abraza a sus hijos. Hay un gran protagonismo de las manos...

–Porque las manos de una madre son el único refugio en una guerra. Cuando no tenemos otro, siempre buscamos guarecernos en nuestra madre, incluso en el recuerdo. De hecho, el título de mi ilustración era 'Mother's Hands'.

–¿No quería hacer ese juego de palabras entre 'mother' y 'motherland', entre 'madre' y 'madre patria'?

–No era mi idea original, pero se puede entender así. La patria como madre en el sentido de la tierra, de la comunidad, del lugar que es protector para quien lo habita. Aunque tristemente sabemos que no siempre es así.

–¿Qué medio y qué materiales ha empleado?

–Fue algo muy rápido, porque me lo encargaron el miércoles, por la noche lo envié y el jueves lo retoqué con los cambios que me pidieron. He empleado los materiales que suelo usar: traté de mantener las cosas un poco ásperas y usé carboncillo y colores acrílicos para transmitir la sensación de estar en primera línea. Quería que fuera fresco, como un boceto o un apunte del natural. Porque es lo que está pasando: es la vida lo que hay detrás, no es una imagen de la que mantenerse a cierta distancia.

Quería que fuera como un boceto o un apunte del natural. Porque es la vida lo que hay detrás, no es una imagen de la que mantenerse a cierta distancia

–No es la primera portada que realiza para The New Yorker. En las 25 que ha ilustrado ha cubierto sucesos siempre terribles, desde el atentado contra Charlie Hebdo hasta el huracán Katrina en Nueva Orleans, el aniversario del atentado contra las Torres Gemelas o la Guerra de Irak. ¿Casa su estilo especialmente bien con el horror?

–No me he especializado en sucesos terribles; de hecho, yo no soy muy consciente de ello. Cuando trabajo intento hacerlo lo mejor posible, plasmar lo que quiero plasmar, pero no «busco» nada concreto porque en el arte, si buscas no encuentras. Hay que escuchar ese pulso que hay entre tu corazón y el dibujo que estás haciendo. Es imposible decir: «Ahora voy a plasmar dolor. Ahora voy a plasmar alegría». No funciona así. Por eso una fotografía recoge unas cosas y llega hasta un lugar, y una ilustración es otra cosa completamente diferente.

Algunas de las portadas de The New Yorker realizadas por Ana Juan

Algunas de las portadas de The New Yorker realizadas por Ana JuanMaría Serrano

–Frente a la oleada de informaciones, imágenes y vídeos, en una época en la que estamos viviendo una guerra a través de las redes sociales, ¿qué reflexión puede plantear el arte?

–El arte solamente plasmar el horror. En mi opinión, en este momento solo puede plasmar lo que decía Plauto: que el hombre es un lobo para el hombre, que somos nuestro peor enemigo, la raza más dañina para nosotros mismos. Las guerras, los genocidios, la esclavitud, el terrorismo... todo es causado por el hombre.

–Una vez leí que decía: «El ilustrador tiene que ir buscando los silencios que hay en los textos». Cuando ilustra un libro, ¿añade a los textos, los interpreta o se limita a reflejarlo?

–Es inevitable interpretarlos. Todos y cada uno de nosotros, cuando leemos, realizamos una interpretación, porque nuestra imaginación y la relación que establecemos con el texto es diferente para cada uno. Por eso hacer una representación literal del texto no tiene sentido: ¿para qué hacer una descripción cuando el texto ya la hace? Lo mejor es ir buscando los silencios, eso que el autor ha imaginado y no ha escrito. Ahí entra el arte del ilustrador para dar otra visión. Yo soy buscadora de silencios escondidos.

–¿Nunca compara propuestas con el autor?

–¡Nunca! De hecho, suelo preferir que estén muertos (risas). Cuando el autor está vivo es muy difícil, porque tiene una visión y una idea ya preconcebida de lo que quiere contar, y puede haber problemas. Yo no lo he sufrido mucho, porque me dedico más a los clásicos, pero siempre hay un momento en el que puede haber discrepancias. Por ejemplo, en Estados Unidos, los editores no te presentan al autor. Son dos trabajos distintos, dos etapas de la edición distintas. Hay algunos autores que no consientan verse interpretados...

Ana Juan en su estudio en Madrid

Ana Juan en su estudio en MadridCortesía de Ana Juan

–Usted ha vivido el auge de la disciplina de la ilustración tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. ¿A qué cree que se debe?

–Cuando empecé, de hecho, no existía la disciplina como materia en la facultad de Bellas Artes. A la hora de ponerse a trabajar, solo te quedaba la prensa o la ilustración infantil, poco más. Yo tenía el empeño de ilustrar libros, pero no existía... y ahora resulta que es lo más lógico. En este auge han influido muchas cosas: por un lado, que las editoriales pueden relanzar los clásicos simplemente incluyendo ilustraciones, y a muy bajo coste, porque están libres de derechos (y también muy de moda). Además, con las nuevas tecnologías las imágenes están muy presentes en nuestras vidas. También hay una generación que ha crecido con libros ilustrados y ahora, ya adultos, están acostumbrados a disfrutar de ellos. Sin embargo, en cuanto a los derechos del ilustrador, no hemos ganado nada.

–¿No ha habido evolución en ese sentido?

–Prácticamente nada. Yo ahora peleo mucho más, pero precisamente por el auge y la consideración de la disciplina, ahora lo que se cometen no son simple tropelías, sino flagrantes delitos. Y es verdad que fuera se paga un poco mejor que en España, pero en general es un trabajo muy mal remunerado.

–¿Qué opina de la tecnología aplicada a la ilustración? ¿Sigue trabajando con las manos o se ha pasado a la tablet?

–Me gusta sentir el papel y tocar los materiales; soy muy analógica. Pero no tengo nada en contra de las nuevas tecnologías. A mí por ejemplo me sirven en la etapa final de la creación: digitalizo mi trabajo y a veces trabajo luego sobre él. Son herramientas muy útiles sobre todo para guardar, almacenar y enviar las obras.

–¿Cree que en esta era audiovisual nos falta cultura visual, conocimientos para aprender a leer las imágenes?

–Nos falta cultura, en general. Nos falta conocer el pasado. Nos conformamos con lo que es inmediato, y no conocemos el trasfondo de las cosas. Para conocer nuestro presente tenemos que conocer nuestro pasado, y yo me incluyo en esta crítica. Tenemos grandes carencias que tratamos de compensar con lo inmediato y lo actual, pero el arte, como el amor o la amistad, requiere tiempo, requiere una reflexión, una contemplación.

–¿Cambia algo que a uno le concedan el Premio Nacional de Ilustración, como fue su caso en 2010?

–No. Se agradece, es verdad, sobre todo porque te lo dan tus compañeros y tiene una repercusión económica (hay premios que ni siquiera eso). Pero para mí el premio más importante es poder vivir de mi trabajo y seguir adelante. Tener ganas e ilusión por hacer cosas, y conservar algo de frescura e ingenuidad.

–¿Cómo se consigue no poner el piloto automático a la hora de recibir un encargo?

–Más que la monotonía, lo que hay que evitar son las zonas de confort cuando trabajas. Lo que hay que hacer es sentirse siempre como en una cuerda floja, saber que tienes que seguir adelante sin darte complacencias. Eso no quita para que uno de vez en cuando no vuelva a sí mismo, pero buscando ir un poquito más allá. Si no existe reto, emoción, todo eso se nota en los resultados.

–Tras todos estos años, ¿qué balance hace de su carrera?

–Soy muy crítica y estoy siempre insatisfecha con mi trabajo, aunque debería rebajar un poco mi nivel de exigencia y ser algo más indulgente conmigo misma. Pero nunca estoy contenta con lo que hago; en parte es algo bueno, porque así la búsqueda es infinita, pero me hago daño.

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