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29 de marzo de 2024

Hiroo Onoda Ferdinand Marcos

Hiroo Onoda presenta su sable de samurái ante el presidente filipino Ferdinand MarcosArchivo histórico

'El crepúsculo del mundo': donde se pierde el último disparo de la Segunda Guerra Mundial

Werner Herzog narra en su primera novela la historia del teniente Hiroo Onoda, el soldado japonés que continuó la Segunda Guerra Mundial en una isla hasta 1974

Los protagonistas de las películas de Werner Herzog son personajes quijotescos que persiguen metas imposibles y tratan de alcanzarlas aunque, por el camino, pierdan todo lo que tiene, excepto el honor.
En Aguirre, la cólera de Dios encontramos al conquistador español Lope de Aguirre enfrentado a la monarquía hispánica para alcanzar el mítico El Dorado. Fitzcarraldo narra la historia de un hombre de negocios afincado en Perú que tiene la loca idea de construir un tetro de la ópera en plena Amazonía. Para ello, no duda en transportar un barco de vapor por la cima de una montaña cubierta de selva para alcanzar el curso de un río que le llevará a su plantación de caucho que le permitirá financiar el proyecto.
La historia de Hiroo Onoda responde a esas características de obsesión con un ideal al que se es fiel hasta el final a pesar de las consecuencias. El crepúsculo del mundo, editado en España por Blackie Books, narra la historia de este teniente japonés a quien, en los últimos estertores de la Segunda Guerra Mundial, se le ordena una misión de guerrilla en una estratégica isla de Filipinas.
Werner Herzog libro

Blackie Books / 184 págs.

El crepúsculo del mundo

Werner Herzog

El ejército imperial está en pleno repliegue táctico y Onoda debe emprender una labor de sabotaje contra las tropas aliadas que, previsiblemente, desembarcarán para tomar la base militar japonesa instalada en la isla.
Al mando de un puñado de hombres, Onoda comienza su misión. Trata de destruir el aeropuerto y el puerto de la base militar, pero fracasa. Las tropas aliadas logran tomar ambas instalaciones.
Tras ese fracaso, la mayor parte de sus hombres se rinde al enemigo y Onoda se queda sólo con un subordinado que permanece fiel. Pero la fortuna favorece a los valientes, y pronto logran incorporar a otros dos soldados japoneses rezagados a su unidad guerrillera.
Mientras tanto, la Segunda Guerra Mundial sigue su curso, Estados Unidos lanza las bombas nucleares sobre Hirosima y Nagasaki, y Japón presenta su rendición incondicional. Onoda permanece ajeno a todos esos acontecimientos. Para él, la guerra continúa. Sin dejar de moverse por la isla, los cuatro guerrilleros emprenden misiones contra las tropas filipinas y contra los campesinos, a los que confunden con agentes enemigos disfrazados de civiles.
En las escaramuzas con los soldados filipinos caen dos de los guerrilleros. Otro termina entregándose al enemigo. Onoda se queda solo.
A veces detecta actividad militar en el mar, o en el cielo. Ve barcos que identifica como estadounidenses y aviones de combate cada vez más modernos que ya no usan hélices y vuelan a una altura imposible. Son las movilizaciones de las guerras de Corea y de Vietnam.
Para Onoda, esos extraños movimientos son la prueba de que la guerra continúa, sólo ha cambiado el escenario bélico.
Completamente solo en la selva del interior de la isla, Onoda se encierra en sí mismo. Su misión adquiere tintes místicos, se mimetiza en la naturaleza que le rodea, sus órdenes militares dan sentido a su vida.

Su única conexión con el mundo real es la espada samurái de sus antepasados. La desenvaina y la admira con devoción religiosa

«La batalla de Onoda está formada a partir de la unión de la Nada imaginaria y un sueño, pero la batalla de Onoda, engendrada de la Nada, es un acontecimiento grandioso, arrebatado a la eternidad». Su única conexión con el mundo real es la espada samurái que perteneció a sus antepasados y que forma parte de sus pertrechos. Periódicamente la limpia con aceite de coco para evitar que la humedad y el calor la oxiden, la desenvaina y la admira con devoción religiosa.
La guerra de Onoda termina en marzo de 1974, 29 años después del fin oficial de la Segunda Guerra Mundial. Su figura había alcanzado una dimensión mítica en Japón y Filipinas: el último soldado de la Segunda Guerra Mundial, un combatiente que no se había enterado de que la guerra ya había acabado hacía décadas.
Un aventurero japonés, admirador de la figura de Onoda, lo localiza y logra convencerle para que se rinda. Su única condición: que la orden se la transmita un oficial del ejército imperial.
En esta primera novela de Werner Herzog encontramos ecos de «El corazón en las tinieblas», de Joseph Conrad, y de las crónicas de Bernal Díaz del Castillo sobre la conquista de Nueva España. Ambas obras, de las que Herzog es un reconocido admirador, están plagadas de personajes como Onoda, Aguirre o Fitzcarraldo, quijotes cegados por sueños imposibles, sepultados bajo las montañas de la locura.
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