Fundado en 1910

23 de abril de 2024

Estreno de 'Tristán e Isolda' en el Teatro Real

Estreno de 'Tristán e Isolda' en el Teatro RealJavier del Real | Teatro Real

Bychcov lleva al Real a la excelencia con un soberbio 'Tristán'

El director ruso Semyon Bychcov se erige en gran triunfador del Tristán e Isolda del Teatro Real, que mantuvo el tipo gracias sobre todo a la estupenda pareja formada por los protagonistas, Andreas Schager y Catherine Foster

En pleno otoño, el año pasado, el Teatro Real reabría sus puertas, recién remozado su escenario, con una puntillosa producción de Aida. Al final de la popular ópera de Verdi, los dos protagonistas principales, una pareja de jóvenes amantes fatalmente condenados a morir por haber desafiado las convenciones humanas, confían su suerte última a la posibilidad de reencontrarse tras esa muerte segura que les acecha en una instancia superior. Envueltos en el manto sublime de una música celestial, su protector les anima a creer que más allá de este valle de lágrimas podrán seguramente disfrutar, ya sin barreras, de su amor prohibido, lejos de las pesadas cadenas de odios, iniquidades, desencuentros, fanatismos y violencias que se oponen a su único deseo de emprender una vida en común. Su dicha no puede tener albergue en un mundo en el que la maldad campa a sus anchas, pero como siempre con este compositor, les aguarda como consuelo al que aferrarse la intuición de un porvenir mejor.
Iniciada la primavera, el teatro capitalino vuelve a llenar todas las funciones con una de las máximas creaciones de la música occidental, surgida de la pluma genial del gran rival del creador italiano (solo para quienes se complacen en agitar furiosas banderas, también en el Arte), el teutón Richard Wagner. Al tiempo que en Valencia se programan varias funciones representadas de esta obra cimera del romanticismo, el coliseo de la Plaza de Oriente ofrece desde ayer lo que aquí se promociona como versión «semi escenificada», una fórmula en auge que algunos aficionados acogen con gran alborozo pues concentra la escueta dramaturgia en unos cuantos movimientos, precisos y tasados, que no suelen vulnerar el espíritu ni la lógica de la letra original como en tantas de esas costosísimas producciones que se suelen ver hoy día a mayor gloria de unos directores escénicos que vulneran a conciencia el sentido mismo de las obras a las que deberían servir erigiéndose muchas veces en inopinados censores, cuando no educadores de torpes audiencias, a la búsqueda de nuevos, ocultos mensajes y significados que en la práctica suelen emborronar más que iluminar.
El director ruso Semyon Bychcov

El director ruso Semyon BychcovJavier del Real | Teatro Real

En esta suerte de delirio metafísico, o «poetización del intelecto» según Thomas Mann, que representa el Tristán, Wagner va incluso un paso más allá que Verdi. Sus dos amantes protagonistas, ajenos ya a toda norma, incluido el sagrado vínculo del matrimonio (ella, Isolda, está casada con el mejor amigo de su inmediato amante), logran entrever aún en vida ese paraíso que el compositor de Don Carlo ofrece siempre a sus torturados personajes como única salida para sus desventuras terrenas.

«Amada en el amado transformada»

Merced al filtro amoroso que ambos beben al final del primer acto, tras un decisivo encuentro que, como James Joyce prescribía al hablar de esta ópera, huele ya a sexo, se liberan de las ataduras para vivir juntos, durante casi todo el sublime segundo acto, entregados ambos a esa pasión arrolladora que, trascendiendo el inhibidor velo de la apariencia, los sitúa en ese lugar privilegiado donde el tiempo es ya espacio. El hogar ansiado en el que ambos amantes se convierten ya en un mismo ser, «amada en el amado transformada» en feliz expresión de San Juan de la Cruz. Y todo, por supuesto, bendecido por una música maravillosa que en palabras del autor español que más y mejor escribió sobre este músico, Ángel-Fernando Mayo, «guarda, como ninguna otra, la llave que nos abre la puerta de la noche insondable, el profundo misterio de nuestra más íntima y oculta naturaleza».
Desprovistos ya del manto protector de la noche, del velo de Maya, los amantes volverán a tener que vérselas con las consecuencias de sus actos y los reproches del noble rey Marke, traicionado en lo más hondo por las dos personas que más quería. Como los trágicos héroes verdianos, ambos deberán aguardar también al final, el desenlace del tercer acto que proporciona a Isolda una de las páginas más sublimes de toda la historia de la ópera, esa Liebestod de la que Catherine Foster ha ofrecido ahora una interpretación conmovedoras para, una vez fallecidos, despojados de ropajes humanos, ajenos por fin a las reglas e imposturas de este mundo, transfigurados, con «supremo deleite», terminar anegados «en el universo suspirante de la respiración del mundo»… La íntima armonía de las almas fundidas en una sola.
El Real ha hecho un gran esfuerzo para servir esta obra maestra como se merece, más allá de que como prescribía el propio compositor una interpretación perfecta de este título resultaría casi insoportable. Descontados esos mínimos, pero efectivos, movimientos actorales; de un uso torpe y poco variado del mayor de los recursos teatrales, la luz, ha basado en buena medida todo su empeño en el concurso, por una vez, de una batuta fuera de serie. Si este teatro aspira de verdad a jugar en las grandes ligas de la lírica, más allá del recuerdo de esos merecidos reconocimientos internacionales que le valieron el coraje de abrir sus puertas durante la pandemia, señalándole el camino a los demás, necesita contar, todas las veces que sea posible, con directores de la talla de Semyon Bychcov.
La orquesta durante la interpretación de 'Tristán e Isolda'

La orquesta durante la interpretación de 'Tristán e Isolda'Javier del Real | Teatro Real

El maestro ruso, que ya hace casi veinte años, en su primera incursión wagneriana en España, aquel tan lejano como recordado Lohengrin que dirigió en el Festival de Ópera de La Coruña a los mandos de la estupenda Orquesta de Castilla y León, captó toda la atención de críticos y aficionados por su extraordinaria afinidad con este autor, representa una de las primeras opciones para desvelar las esencias del mejor Wagner. Sus interpretaciones destilan esa sabiduría decantada a través de los años, una profundidad que se revela ya en sutiles detalles como el inicio mismo del preludio, imponiendo a la orquesta esa serenidad a partir de la cual va tejiendo, sin prisas, ese sinuoso tapiz pleno de colores sobre el que se insertarán sin agobios las voces. Hay directores que se precipitan al Tristán como quien se zambulle en el mar, sin pensárselo, para iniciar el nado como un frenesí sin más objetivo que llegar sanos y salvos a puerto al final de su larga travesía.
Bychcov no parece tener prisa por destapar el tarro de las esencias; mima el sonido como en otro tiempo sabía hacerlo, por ejemplo, el gran alquimista Maazel, demorándose en cada detalle. Al final del Liebestod, tras casi cinco horas de viaje a los confines de la noche, podía haber optado por dejar las cosas tal cual, y que los bravos rompieran el hechizo. No, él aún tiene tiempo de una última proeza, de dibujar en el aire una última esfumatura.

La búsqueda de la excelencia

De esas sutilezas se compone un genio que no es fruto de la casualidad. Al contrario de Furtwängler, que confiaba más en la inspiración del momento, Bychcov cree en la hoy tan denostada virtud de los ensayos: su entrega minuciosa, detallista, tiene recompensa cuando convierte un conjunto a menudo vulgar en otras manos, como la Sinfónica de Madrid, en una agrupación de primera fila. Si los mimbres son buenos, y aquí lo son (soberbio el corno inglés, por ejemplo, en el inicio del decisivo último acto), basta a veces quien sepa sacarles el máximo partido con esa autoridad que solo otorgan el conocimiento y la experiencia. Conmovedor resultó el abrazo final entre el maestro y el concertino de la orquesta, testimonio del trabajo bien hecho, de la entrega que cumple una de las esenciales aspiraciones (tan olvidadas a menudo) en la colaboración artística: la búsqueda sin tregua de la excelencia transformadora, donde no hay jamás lugar para mediocridades, apaños o medias tintas.
Hacerle justicia a obra tan reveladora, fruto de una de esas hondas crisis personales del autor que tan propicias resultaron para sus admiradas creaciones, debe contar además con los mejores cantantes disponibles; lo contrario da resultado casi siempre frustraciones innecesarias. O se tienen o mejor dejar pasarla. El Real ha tenido suerte porque incluso los asistentes al estreno han podido disfrutar de una de las mejores Isoldas actuales, Catherine Foster, que vino a sustituir a última hora a la inicialmente convocada, de mucho menor empaque.
Y además ha podido contar, este sí desde el inicio, a falta del mejor Tristán posible aún hoy, Stephen Gould, empeñado en Valencia, con otro de los más plausibles tenores wagnerianos del circuito internacional, el siempre lucido a través de su entrega y competencia Andreas Schager. Ambos compusieron una pareja muy estimable, él arrojado desde el inicio, llegando sin problemas a ese aniquilador monólogo del acto tercero, en el que tantos otros naufragan y del que emergió sólido como una roca, y expresivo, a pesar de alguna dureza puntual.
Catherine Foster y Andreas Schager dan vida a Isolda y Tristán en esta en el estreno del Teatro Real

Catherine Foster y Andreas Schager dan vida a Isolda y Tristán en esta en el estreno del Teatro RealJavier del Real | Teatro Real

Ya en el siglo pasado, Stravinsky afirmaba: «La esclavitud de Wagner se ha debilitado por razones tan distintas como la falta de Flagstads» (y aún añadía maliciosamente, «y la mengua del efecto narcótico de la música, debido a la circulación de drogas más fuertes»). Cierto, no disponemos ahora de una Kirsten Flagstad (aunque la también noruega Lise Lavidsen será en su momento una Isolda para la historia), ni siquiera tenemos ya al alcance a una Birgit Nilsson. Pero Catherine Foster acierta a transmitir todos los perfiles del personaje, los más fieros y los dulces, en una encarnación muy estimable que alcanzó su punto culminante en un Liebestod expresado sin apuros, delineado con delicadeza e incandescencia sin perder un ápice de belleza.
Bueno el rey Marke de Frank-Josef Selig, algo ya gastado su registro agudo pero con esa nobleza en el decir que confiere pleno sentido a sus breves pero sustanciales intervenciones. Y acertada la Gubanova, siempre intérprete aplicada y sólida aunque no arrebate, sobre todo en los adecuadamente enunciados «avisos». Thomas Johannes Mayer, con ese timbre algo áspero, confiere a Kurwenal la rudeza que no siempre casa bien con el personaje de fiel escudero. Entre el resto del reparto destacó el timonel de David Lagares, delicado y poético. En definitiva, una estupenda versión de una ópera en la que rara vez se alcanza ni siquiera una interpretación aceptable estos días. Bychcov, sobre todo, ha llevado al Real a la excelencia en esta ocasión.
Comentarios
tracking