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29 de marzo de 2024

José Manuel Cansino

No es el banco de la silicona

El miedo a caminar a una corrida bancaria es inevitable, especialmente porque en el origen de la quiebra de Lehman Brothers y de SVB hay una causa común

Actualizada 18:42

Durante años el hispanohablante acostumbraba a traducir «Silicon Valley» como el valle de la silicona mostrando no solo el error de confundir la traducción correcta del silicio sino, sobre todo, desconocer la revolución tecnológica en torno a la aplicación de este mineral al desarrollo de la informática. Ya aprendimos la lección y ahora, entregados a las fronteras aparentemente insondables de la Inteligencia Artificial, se nos vuelve a aparecer este Valle estadounidense que da nombre al banco recién quebrado e intervenido por la Administración Federal de aquel país.
El miedo a caminar a una corrida bancaria –retirada masiva de depósitos– es inevitable, especialmente porque en el origen de la quiebra del banco Lehman Brothers el 15 de septiembre de 2008 y del Silicon Valley Bank (SVB) hay una causa común; la subida de los tipos de interés por la FED; el banco central de EE.UU. En los años previos a la crisis de 2008, la FED subió los tipos de interés para –entre otros objetivos– frenar la burbuja inmobiliaria. La consecuencia más grave fue la extensión de los impagos de la hipotecas de mala calidad o «subprime» que se habían concedido a compradores que ahora no podían devolver los préstamos. El resto lo había hecho la ingeniería financiera construyendo derivados financieros de estas deudas de dudoso cobro que, pese a su riesgo, habían sido respaldadas por las agencias (principalmente tres para todo el planeta) encargadas de ponerles «nota» a su calidad.
La fuerte vinculación entre la banca norteamericana y la británica a través de los grandes bancos ubicados en la denominada «city» londinense facilitó que -como un dominó alineado que se desploma- el pánico bancario cruzase el océano. Las lecciones aprendidas de aquella crisis que no se superó hasta 2015 fueron varias. Una de ellas, la que más nos interesa, fueron los denominados acuerdos de Basilea III que ahora regulan las prácticas de las entidades financieras de casi todas las entidades del mundo y que están orientadas a evitar nuevas situaciones de falta de liquidez y de insolvencia bancaria. En cumplimiento de ese acuerdo los bancos se someten periódicamente a exámenes de «stress» para ver si su cartera de inversiones (principalmente los préstamos que conceden) es suficientemente sana como para soportar diferentes niveles de recesión económicas.
Si esto fuese todo, las acciones de la administración presidida por Joe Biden garantizando hasta el último centavo de los depósitos en las cuentas del SVB deberían ser suficientes tanto para EE.UU. como para la mayor parte del mundo. Pero no es todo.
La pandemia de la COVID-19 mantuvo las políticas monetarias ultraexpansivas que, por ejemplo en Europa, se venían aplicando para sanear la banca y sacudirse la crisis financiera que empezó con la quiebra de Lehman Brothers. Parte de estas medidas consistieron en inyectar dinero a través del Eurosistema bancario -esencialmente el Banco Central Europeo- a través de las operaciones denominadas «targeted longer-term refinancing operations» (TLTRO), o lo que es lo mismo, préstamos a largo plazo a los bancos condicionados a que verdaderamente llegasen a las empresas y familias para reactivar la demanda. Estos préstamos se concedieron a las entidades financieras unos tipos de interés del -1 % durante unos años en los que la inflación estaba bajo mínimos. El propio Banco de España ha comprobado que la mayor parte de este dinero lo usaron los bancos para reforzar sus reservas y para conceder los préstamos para los que fueron diseñados.
La cuantía del dinero inyectado de esta forma por el BCE asciende a 1.257.951 millones de euros (febrero 2023) y aparece contabilizada en la rúbrica 5 (Préstamos en euros concedidos a entidades de crédito de la zona del euro en relación con operaciones de política monetaria). En términos relativos no es una magnitud menor pues representa el 16 % del activo total del BCE.
Vista esta magnitud, una cuestión que debe preocuparnos es cómo de expuestos están estos préstamos a las subidas de tipos de interés. Desconozco la respuesta pero sí parece que las pregonadas subidas de tipos de interés para embridar la inflación pierden vigor ante el riesgo de un retorno al estallido de 2008 incluso estando de por medio el flotador de las exigencias de Basilea III.
  • José Manuel Cansino es Catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla, profesor de San Telmo Business School y académico de la Universidad Autónoma de Chile / @jmcansino
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