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LA EDUCACIÓN EN LA ENCRUCIJADAFRANCISCO LÓPEZ RUPÉREZ

Por una pedagogía del esfuerzo en tiempos de inteligencia artificial

El uso sistemático de la IA puede amplificar la pereza metacognitiva

La aparición súbita de la inteligencia artificial (IA) generativa en el panorama internacional y su rapidísima evolución están transformando las bases no sólo del mundo productivo, sino, en general, de todas aquellas áreas relativas a las capacidades cognitivas superiores, propias hasta ahora del ser humano; entre ellas las que desarrollan los sistemas de educación y formación.

Por otra parte, existe la convicción profunda entre los analistas de la IA de que el Chat GPT –con el que la compañía Open AI saltó a la palestra hace menos de tres años– es, tan solo, un punto de partida que está evolucionando de forma acelerada, de modo que la IA de hoy ha de ser considerada como la peor de las versiones que, en el futuro, el ser humano tendrá a su disposición. En este contexto, y como ha advertido muy recientemente la OCDE, «Si la IA puede impartir instrucción o proporcionar retroalimentación de forma fiable (…) este desarrollo podría redefinir la forma de impartir la enseñanza, impulsando una transformación en la dinámica del aula, las interacciones profesor-alumno y la experiencia de aprendizaje en general».

En una columna anterior, abordamos la advertencia de que la IA podría interferir negativamente en el desarrollo de habilidades cognitivas avanzadas en jóvenes y adolescentes. Esta hipótesis, apoyada en evidencias empíricas recientes, merece ser tomada en consideración como objeto de reflexión.

Pero, junto con las habilidades cognitivas, procede extender este tipo de análisis al ámbito de lo no cognitivo, y, en particular, a lo relativo al esfuerzo y a la perseverancia; rasgos que constituyen un buen predictor del rendimiento académico, y que afectan claramente al desarrollo intelectual de los humanos.

Como ha advertido Ethan Mollick en su reciente ensayo 'Cointeligencia. Vivir y trabajar con la IA', ya hay pruebas empíricas procedentes del sector productivo de que el uso del ChatGPT «sirve principalmente como sustituto del esfuerzo humano, no como complemento de nuestras habilidades». La tentación de los adultos –por un exceso de confianza derivado de los resultados de la práctica– de «apretar el botón» de la IA y dar por bueno el producto resultante, sin analizar críticamente sus resultados, constituye un hecho probado; y la extensión de tal comportamiento a los alumnos en formación es, por su relativa inmadurez, mucho más que probable.

Dicha tentación se conoce como «pereza cognitiva», o tendencia típicamente humana de evitar el esfuerzo mental, y optar por respuestas simples y automáticas, en lugar de construir un pensamiento propio más profundo. Esta tendencia se explica por la «ley del mínimo esfuerzo mental», sugerida por Balle (2002), que postula que los individuos, cuando se enfrentan a una elección, tienden a seleccionar la opción que exige la menor cantidad de esfuerzo cognitivo, independientemente de si es la más efectiva o beneficiosa. Cuando la pereza afecta a las habilidades cognitivas avanzadas, o a los procesos cognitivos de orden superior, entonces se suele hablar de «pereza metacognitiva», la cual debilita el compromiso de los humanos con las tareas analíticas, la evaluación crítica, la resolución de problemas, la autorreflexión o la creatividad.

El uso sistemático de la IA puede amplificar la pereza metacognitiva. Y es que, aun cuando la IA mejora la productividad a corto plazo y ofrece soluciones rápidas, también fomenta la aceptación acrítica de la información que genera, sin cuestionar su validez ni buscar alternativas. En el caso de las personas en formación, ese riesgo es mucho mayor.

De acuerdo con lo anterior, se hace imprescindible, en tiempos de inteligencia artificial, invocar el papel decisivo de una pedagogía del esfuerzo, propiamente humana, en los planteamientos de la enseñanza, a fin de promover en los alumnos el desarrollo de hábitos que eviten esas formas de pereza. Se trataría de emplear la IA, pero sin comprometer el desarrollo de las habilidades cognitivas avanzadas en los estudiantes, tan necesarias para adaptarse a este nuevo contexto.

La herencia cultural del Confucionismo en países orientales transmite a sus alumnos, como un elemento ordinario de socialización, la convicción de que el esfuerzo y la perseverancia constituyen claves imprescindibles del éxito personal, así como una forma de contribuir al bienestar común. Ambos rasgos de conducta son considerados como obligaciones morales. Diferentes análisis secundarios sobre los datos de PISA han identificado ese factor cultural como una de las claves –probablemente la principal– que explicaría la ventaja de los países orientales, reiteradamente observada, en cuanto a los resultados de rendimiento escolar.

Habida cuenta de que en los países occidentes dicho elemento de socialización no está, en modo alguno, generalizado, es necesario recurrir a procedimientos de enseñanza que lo suplan de un modo efectivo. Tres estrategias prácticas, a modo de ejemplo, pueden ayudar a cultivar una confianza en el esfuerzo dentro del aula:

a) Establecer para todos los alumnos expectativas claras, elevadas pero alcanzables, y abundar en la idea de que el éxito no está determinado únicamente por nuestras habilidades innatas, sino también por el esfuerzo que dedicamos al logro de las metas que nos planteamos. Se trata de estimularles, además, para que comprueben que el esfuerzo sostenido produce los resultados deseados. b) Proporcionar comentarios constructivos de reconocimiento merecido, que subrayen la importancia del esfuerzo y la perseverancia en el desarrollo de los procesos, reconociendo no obstante que un error bien identificado forma parte sustantiva de los mecanismos personales de avance y de mejora. c) Crear un ambiente de apoyo a los aprendizajes, de los profesores hacia los alumnos y de estos entre sí, fomentando un sentido de comunidad –o de «inteligencia colectiva»– que ha demostrado empíricamente su eficacia.

En el actual contexto geoeconómico y geopolítico, en el que países orientales como China, a partir de sus avances acelerados en materia de industria y tecnología, están sentando las bases del futuro y ganando cada vez más protagonismo a escala global, la incorporación a las aulas de una revalorización del esfuerzo puede convertirse en un factor clave no sólo para el desarrollo personal de los alumnos, sino también para el progreso social. En este tiempo complejo e incierto, la IA aportará indudables oportunidades, pero generará también serias amenazas, a menos que seamos capaces de adaptarnos con inteligencia a este nuevo contexto a través de la educación.

Estudios empíricos realizados por la Cátedra de Políticas Educativas de la UCJC –actualmente en proceso de publicación– han demostrado el muy notable impacto de la perseverancia en el esfuerzo sobre las puntuaciones de PISA 2022 de España, y han sugerido vías para compensar las desigualdades en el rendimiento académico vinculadas al nivel socioeconómico y cultural de los alumnos, movilizando convenientemente dicha habilidad no cognitiva.

Procede invocar aquí una cita de Schneider y Stern, dos reputados psicólogos, cuando al presentar diez hallazgos empíricos fundamentales, desde la perspectiva cognitiva del aprendizaje, concluyen:

«Aprender puede y debe ser divertido, pero es el tipo de diversión que se siente al escalar una montaña, y no el que se experimenta al sentarse en la cima y disfrutar de la vista».

Francisco López Rupérez es director de la Cátedra de Políticas Educativas de la UCJC y expresidente del Consejo Escolar del Estado

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