
Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona
Entrevista
Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona: «Temo que algunos tienen en la cabeza acabar con la Constitución de 1978»
El que fuera ministro en los Gobiernos de Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo-Sotelo comparte con El Debate documentos de las objeciones a publicar un artículo en 1973 y sus notas sobre la Ley de Amnistía de 1977
Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona nació en el año que finalizó la Guerra Civil y ha llegado al primer cuarto del siglo XXI con las ideas muy claras y mucha ironía. De una generación «en vías de extinción», cree que «el diálogo y el consenso» es la mejor receta para estos tiempos. Perteneció a Tácito, un influyente grupo de la Transición, precursor del centrismo de UCD, del que fue su último secretario general. Lo suyo era el Derecho e intervino en la Ley de Amnistía de 1977, cuando era subsecretario de Justicia, y fue ministro adjunto y de Educación con Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo-Sotelo, para dejar la política en 1982.
A estas alturas, mientras lee sobre «la irreversibilidad del tiempo», ya le quedan muy pocas cajas llenas de notas y documentos que analizar de su trayectoria, que formarán parte del archivo de la Universidad de Navarra y se pueden leer en sus libros: Memorial de transiciones, Las transiciones de UCD (ambos en Galaxia Gutenberg), El grupo Tácito (CEU Ediciones) y una recopilación de artículos escritos a lo largo de más de sesenta años, De Derecho, Política y Democracia (1962-2024), editado por el Congreso de los Diputados.
–En el año que se celebra los cincuenta años de la muerte de Franco, ¿hubiera sido más apropiado festejar las elecciones democráticas del 15 de junio de 1977?
–La muerte de Franco, por más que digan lo que quieran, fue un acontecimiento que era una condición necesaria, pero no suficiente para que llegase la democracia en España. Las elecciones sí que fueron el elemento básico del cambio democrático y después la Constitución de 1978. Ambas hubieran sido fechas más acordes.–Ángel Herrera Oria, primer presidente de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, era partidario de «una tercera España»...Esa era una idea que también defendía el grupo Tácito, ¿cree que hoy es posible?
–Es deseable y difícil, porque la tercera España es situarse entre dos grupos de españoles que se oponen prácticamente en todo. Eso fue posible en la Transición. Ahora no estamos en eso, sino en lo que llamo la aplicación de la ley del embudo: lo que usted hace es gravísimo, y lo que yo hago no tiene mayor importancia o es un bulo. Eso no conduce a nada. Siempre he sido de estar en el centro. El centro es actuar con moderación, sin faltar al respeto a las personas, a su dignidad, discutir argumentos y saber que hay que ceder.
–Abelardo Algora, presidente de la ACdP, desde 1965, hizo un llamamiento a las nuevas generaciones y propugnó iniciar el diálogo con los jóvenes… Ese llamamiento hizo que naciera Tácito años más tarde.
–Efectivamente, Algora entendía que los antagonismos de la guerra debían ser superados. Sabía que había nuevas generaciones que ya no pensábamos lo mismo. Y lo planteó de una manera clara. Era un jurídico militar más conocido por sus afanes de pacificación, que por sus intervenciones en los tremendos consejos de guerra… En los años setenta es cuando se ve cada vez más claro que hay que crear unos caminos de reconciliación y de consenso entre los diversos líderes políticos. Y empieza con muchas líneas, concretamente el grupo Tácito, que nace en 1973.
El TC debería plantearse que hubiese una sentencia consensuada sobre la amnistía por la inmensa mayoría de los magistrados
–Fue ese 1973, cuando Algora invitó a cenar a 29 propagandistas en el Colegio Mayor de San Pablo para organizarse ante los cambios políticos conforme a los valores cristianos. Los Tácitos buscaban a través del diálogo hacer una Transición pacífica a la democracia…
–Eso es lo que hizo Abelardo Algora. Y estaban los que pertenecían a la ACdNP y otros que no estábamos en la Asociación y también creamos Tácito. El grupo escribía artículos semanales que salían los viernes en el diario Ya y después se fue extendiendo por muchísimos periódicos y creció su importancia. Teníamos que ser muy comedidos. Cuento en el libro que alguna vez se mandaba un artículo y se objetaba. En más de una ocasión, el director de Ya me escribió cartas diciendo que si no me importaba sacar tal o cual afirmación.
–Esos artículos se debatían hasta altas horas de la noche, era una especie de obra colectiva.
–Nos reuníamos los miércoles en San Pablo, en el CEU, pero después tuvimos una pequeña oficinita en la calle Santiago Bernabéu, enfrente del estadio. Se elegía un artículo sobre el que se iba a trabajar y se iba discutiendo. Al final, para bien y para mal, se incluían determinadas cosas para que todo el mundo quedase conforme. En el grupo Tácito inicial tuvo mucha importancia José Luis Álvarez, Gabriel Cañadas, Marcelino Oreja y, me citó, porque entre los cuatro escribimos la mayor parte de los artículos.

Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona durante la entrevista para El Debate
–Recuerda uno que se titulaba «Los sucesores», que lo levantaron por la noche después de una llamada telefónica…
–Con «Los sucesores» se montó mucho revuelo. El artículo lo redacté y con ojos actuales, se mantenía una tesis verdaderamente inocente, porque se decía que muerto Franco, el sucesor era el rey, un presidente de Gobierno con más competencias, y el pueblo español que recuperaría su soberanía. De pasada también se decía que el presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, debía presentar su dimisión. Eso no le gustó nada a Arias Navarro, que creía que estaba nombrado por cinco años y no se iba a mover. En vista de lo cual, llamaron al periódico Ya para que lo retirara. Lamentablemente ya estaba impreso y había empezado a salir. Entonces le dijeron al director que no tenía más remedio que pararlo. Lo hizo y se quejó. No solamente él, sino todos los periódicos diciendo que solo cuando se trataba de la comisión de un delito se podía levantar un artículo. Así que dijeron: «Entonces, ¿solo se puede hacer si se ha cometido un delito? ¡Pues se ha cometido un delito!». Y nos llevaron al juzgado de Orden Público.
–Fuisteis menos de veinte porque hubiera sido una reunión ilegal.
–En el libro El grupo Tácito está la copia. Fuimos dieciocho más el abogado que nos representaba, que también era de Tácito. Y cuando parecía que nos iban a procesar, Franco se murió, y el fiscal a los dos días retiró la acusación. Como se dice en el boxeo, nos salvó la campana.
–Después de nacer Tácito, la represión del Tribunal del Orden Público alcanzó su punto álgido… De hecho, el 26 de noviembre de 1974, en una reunión en la que participaban Joaquín Ruiz-Giménez, Felipe González, José María Gil Robles, Nicolás Redondo, Dionisio Ridruejo, entre otros, se detuvieron a catorce dirigentes de la oposición.
–A raíz de ahí, cuando era director técnico del Instituto de Estudios Administrativos, llamé a José Manuel Romay, compañero en el Consejo de Estado, expresando mi indignación y le dije que dimitía porque no se podía detener a aquellas personas que representaban las opciones políticas que queríamos que se consagrasen en el futuro. Y aunque no me diera el cese, no volví a pisar mi despacho.
–¿Se ha desdibujado el papel central que jugaron tanto el Rey como Adolfo Suárez o Felipe González con los años?
–Ahora más personas se dan cuenta de que lo que hizo Adolfo Suárez estuvo muy bien. Durante mucho tiempo, a Adolfo Suárez se le veía como el secretario general del Movimiento y eso influyó en su manera de actuar. Por ejemplo, sentía cierta aversión cuando era presidente del Gobierno a tener debates, porque siempre le sacaban que había sido falangista y había andado con la camisa azul y con el brazo en alto.
La obra de Suárez fue muy positiva y los socialistas de la época de Felipe y Guerra también desempeñaron un papel muy importante en muchos aspectos en relación con Europa. Se tuvieron que tragar, por así decirlo, con patatas, la negativa a entrar en la OTAN y hacer un referéndum de entrada. Ahora se da la circunstancia que los viejos centristas y los viejos socialistas estamos cada vez más de acuerdo que todo aquello funcionó bastante bien y como en el fondo había un consenso en lo esencial. Evidentemente Felipe y, sobre todo Guerra, nos daban caña, pero ellos sabían y nosotros sabíamos que había puntos en los que podíamos estar de acuerdo.
Feijóo no tiene mayoría. ¿Puede cambiar? Sí, puede cambiar, pero es muy difícil porque tiene que salirse de esa mayoría Sumar, y Sumar se traga los sapos que sea
–Y había ese consenso.
–Hubo una vez y es una primicia, que nosotros al no tener mayoría absoluta, sino relativa, teníamos que contar con alguien más, generalmente con Convergencia, o sea con Jordi Pujol. Y cada vez que teníamos que negociar con ellos para sacar mayorías a los socialistas, había una petición: «Me tienes que dar esto».
–Como ahora.
–Sí, pero es que ahora ya no queda, ese es el problema. Lo llamaba la técnica de la alcachofa: Esta la alcachofa entera, y doy una hoja para que me votes y después otra hoja… Pero al final, ¡no quedan hojas! Entonces, teníamos que pasar por darle a los convergentes una concesión que no queríamos… Roca decía: «Nosotros no estamos aquí subastando nada. Pero claro…». Fuimos a hablar con Guerra y le dijimos cuál era la situación. Y Guerra, más o menos, nos dijo: «Vosotros sois unos impresentables. Pero vais a tener suerte, porque ese día de votación me parece que se van diez diputados nuestros a no sé dónde...». Y, efectivamente, se sacó diez diputados, se votó, perdió el PSOE la votación y no tuvimos que pagar. Había un entendimiento, y pese a que era muy sarcástico, cuando se llegaba a un acuerdo con Alfonso Guerra se cumplía.
–El grupo Tácito reaccionó al día siguiente del magnicidio de Carrero Blanco con un artículo titulado «Repulsa a la violencia», recogido en su último libro De Derecho, Política y Democracia…
–En casa de Marcelino Oreja nos reunimos y le indicamos a Gabriel Cañadas, que fue un diplomático que escribió la mayor parte de los artículos, dos ideas: Estamos en contra del atentado, que fue, como dicen los catalanes, muy bestia. Carrero iba a los jesuitas a misa casi todos los días. Entraba en la iglesia, yo lo he visto allí, y se ponía en la parte de delante a la derecha. Uno de los que estaban en el coche detrás de un policía, que después fue jefe de seguridad de Repsol, donde he estado muchos años, me contó que sonó una explosión y había desaparecido el coche. Y pensaban que el coche había continuado, y no es que hubiera pasado, es que apareció arriba del todo en un tejado.
La segunda idea: Quien tenga que suceder a Carrero debe ser una persona que enlace con una cierta apertura. Y una cosa curiosa, no teníamos ninguna afición porque se nombrase a Torcuato Fernández Miranda, porque estuvo parando las asociaciones políticas durante bastante tiempo. El que vino, Arias Navarro, no abrió mucho, pero algo intentó cuando hizo el discurso del 12 de febrero de 1974, que no redacté, sino buena parte Gabriel Cisneros.
–¿Qué artículo se escribiría hoy del sainete en el que tres ministros mantienen el bulo de la bomba lapa al presidente del Gobierno cuando se ha demostrado que fue una burda manipulación?
–No estoy bien enterado de eso, ni me parece serio. Lo que pasa es que tampoco puedo ignorar que lo están diciendo. Me parece lamentable. La situación actual no me gusta nada, porque no hay manera de ponerse de acuerdo en los hechos más elementales. ¿Es verdad que la Guardia Civil, la UCO, quería poner una bomba lapa? No es verdad. Pues, cállense. Y si es verdad, pues vayan contra él. Pero evidentemente no es verdad, porque la Guardia Civil, lamentablemente, lo que ha hecho es sufrir las bombas, no las pone.

Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona
–Si es como si hubiera resucitado el espíritu de Ruiz-Mateos en esta década.
–¡Que te pego leche!
–Sí, exacto. Con toda la corte de Aldama, Koldo, Leire…
–Es muy triste. Muy triste.
–Recordando sus palabras: «La clase política ha caído en lo más bajo de la credibilidad social».
–Efectivamente, es muy difícil enterarse de quién está diciendo la verdad. A una serie de instituciones las llamo de objetividad. Para saber cuántos parados hay y cuántos están en activo. Cómo van los apoyos políticos que tiene el presidente de Gobierno o el señor Núñez Feijóo. Y no se puede saber porque todo el mundo dice cosas distintas. No hay datos que se puedan saber que son ciertos y objetivos. Y la credibilidad está por los suelos.
–«La noche que murió el centro» tituló Cambio 16 cuando Adolfo Suárez fagocitó el centro, y dejó descolado al Partido Popular y al Centro Democrático, antes de las elecciones convocadas para junio de 1977.
–Él que tenía fuerza e imagen era Adolfo Suárez. Y, al final, lo que hizo fue absorber a los grupos y el centro acabó dentro del maremágnum de la Unión del Centro Democrático. Fui el último secretario general de la UCD y padecí la situación de terminación del centro. Pero fíjese, al final del centro se marchó Óscar Alzaga, Miguel Herrero… Todo el mundo se fue con Fraga o con Felipe, y el centro quedó en nada. Y el propio Suárez -matiza sonriendo- se marchó también y fundó el CDC.
Es muy difícil enterarse de quién está diciendo la verdad… No hay datos que se puedan saber que sean ciertos y objetivos. Y la credibilidad está por los suelos
–Recuerdo una frase que me dijo: «Nos quedamos los que apagan la luz».
–Efectivamente. Fue muy triste. Pero apagamos la luz porque quedamos muy pocos, y perdimos.
–España no ha sabido mantener los partidos de centro.
–No ha sabido. Los votantes centristas, que pese a todo son los que definen quién va a gobernar, dan la mayoría a la derecha o la izquierda, pues se iban con unos o con otros. Hubo un momento que, entre los votantes de Aznar, había votantes centristas, o en otras ocasiones, con Felipe, y también estuvieron en Ciudadanos. Ahora mismo hay dos posiciones: Los que dicen que Núñez Feijóo es muy blando, y tiene que dar más caña para que no suban los de Vox, pero Vox nunca va a estar en el centro. En el centro puedes sacar votos de los que están desengañados del Partido Socialista y con la línea de Pedro Sánchez.
–En otro de sus artículos, «Entre el péndulo y el embudo», escribe: «Cuando asomó la política del trágala y el ¡chúpate ésa! De unos grupos políticos frentes a otros, de la acreditada ley del embudo» … Se repite en estos instantes…
–Se aplica ahora y lamentablemente en el asunto de la amnistía, que acaba de salir una ponencia de la vicepresidenta, y da la sensación de que se quiere presentar como un trágala para los minoritarios. No está a la altura de nuestro Tribunal Constitucional y puede resultar letal. El trágala procede de tiempos muy anteriores en la época de los liberales y los absolutistas, y eran los liberales quienes decían a los absolutistas respecto de la Constitución: «Trágala o muere, tú servilón, tú que no quieres Constitución».
–He recordado que usted deseaba, en 2023, «una sentencia ejemplar, pronta, unánime y bien fundada». Y más bien, «rinde pleitesía a los independentistas para lograr la investidura del presidente del Gobierno».
–Sigo pensando lo mismo. En este momento procesal hay un conflicto porque a mucha gente le parece muy mal que se amnistíe a los que se sublevaron, se levantaron o votaron la independencia, y a otra le parece bien, porque creen que se van a pacificar. Si atiendo a lo que dicen, no me parece que estén en esa línea.
El Tribunal Constitucional debería plantearse que hubiese una sentencia consensuada por la inmensa mayoría de los magistrados. Si lo que va a salir es una sentencia favorable a la amnistía por seis a cuatro, es como si no existiese el Tribunal Constitucional. La amnistía no está consagrada en la Constitución. Y hay que buscar una posición que sea medianamente aceptable para los dos grupos como si fuera un cónclave. Para ganarse el sueldo, los magistrados deberían encerrarse y estarse el tiempo que fuese necesario para llegar a una sentencia, no digo cien por cien unánime, pero por lo menos mayoritaria.

Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona
–¿Es como si se hubiera rendido el Tribunal Constitucional al Ejecutivo?
–Sería muy lamentable. Todavía no ha ocurrido, pero la ponencia última es bastante bodrio y deberían estudiársela bien y cambiarla, porque me parece desenfocada y contradictoria. El desenfoque resulta de tomar como base de partida la idea de que todo lo que no está prohibido expresa o implícitamente en la Constitución puede ser permitido por la ley. Y se contradice al defender que la Ley de Amnistía no es ilegítima porque su fin es favorecer la reconciliación y conseguir que el conflicto se encauce por el diálogo; que es un «acto de generosidad del Estado». ¡Menuda contradicción!
–También escribió: «Todavía se guardan en la manga un referéndum de autodeterminación» que «no han podido sacar»…¿Es el siguiente paso si se aprueba la amnistía?
–Temo que algunas personas tienen en la cabeza acabar con la Constitución de 1978, pero no reformarla, sino hacer lo que se llama en términos técnicos una mutación constitucional. Que se haga un referéndum tiene una trampa, porque España es España, no es una tautología, es algo más. Si alguien se quiere separar, hay que preguntarles a todos y si sale que se separen, pues se reforma la Constitución.
Si se quiere cambiar algo tan esencial como es la unidad del país, hay que presentarlo de frente, no de tapadillo. Hay que disolver y con ese programa consultar a todos, no solo a los catalanes, porque no existe el derecho de autodeterminación en España.
¿Es verdad que la Guardia Civil, la UCO, quería poner una bomba lapa? No. Pues, cállense. La Guardia Civil lo que ha hecho es sufrir las bombas, no las pone
–Viendo los artículos del libro en distintos medios, ¿cuándo dejó de publicar en El País?
–El País llegó un momento en que se hizo muy partidario de Pedro Sánchez. Siempre he publicado en El País, y ha sido una un referente de la propia democracia, pero se convirtió en un periódico muy lanzado a defender lo que dijese Sánchez. A partir de ese momento, ya no colaboré... Ahora colaboró en El Debate, también en ABC y en El Mundo.
–¿Se fue justo cuando llegó a la dirección Pepa Bueno?
–Pepa Bueno conmigo se ha portado bien. Ahora la situación es que el propietario mayoritario de acciones del Grupo Prisa quiere mantener la línea tradicional de un periódico de izquierda o centro izquierda, y no un periódico que esté genuflexo delante de nadie. Cuando resulta que ni siquiera puede estar ahí Juan Luis Cebrián, que fue uno de los fundadores, es lamentable. Pero creo que está todavía por ver por dónde van a tirar.
–Hace siete años y unos días que se presentó una moción de censura por la corrupción para «recuperar la dignidad de las instituciones» y ahora los socios del Gobierno silban para otro lado con todo lo que se está sabiendo de corrupción, entre comillas, del partido del Gobierno.
–Hoy por hoy no hay un voto de censura constructivo. Es decir, Feijóo no tiene mayoría. ¿Puede cambiar? Sí, puede cambiar, pero es muy difícil porque tiene que salirse de esa mayoría Sumar, y Sumar se traga los sapos que sea.
–Sí, Yolanda Díaz ha manifestado que «hay Gobierno de coalición para rato».
–¡Para rato! Dice: «No me gusta tal cosa, no me gusta tal otra. Esto es contrario a nosotros. No podemos poner tanto dinero en Defensa... Pero no me voy a marchar».
–A usted le preparó Landelino Lavilla las oposiciones al Cuerpo de Letrados del Consejo de Estado, ¿le echa de menos?
–Le echo mucho de menos. Creo que el Consejo de Estado ha tenido una pérdida grande con la ausencia de Landelino Lavilla. Era muy amigo mío, quizá de los más, yo de él y él de mí. Landelino era una persona que, si viviera, le hubiera dado una salida satisfactoria a la amnistía. Él tenía una gran cabeza jurídica y podía construir una solución que respetase los principios generales.
–Otro de sus artículos publicados, «Pasar a la Historia», es una de las preguntas que parece que más le preocupa a Pedro Sánchez, ¿cómo cree que pasará a la historia?
–Hay dos posibilidades, una es más improbable que otra. Una posibilidad sería que la situación de Cataluña se aplacase y al final tuviera razón Pedro Sánchez, aunque creo que las probabilidades de que eso sea así son pequeñas. Y otra es un desastre y no ha servido de nada prosternarse una y otra vez delante de los independentistas, porque no van a ceder en su punto de vista. No tengo la sensación de que vaya a ser un éxito, pero el tiempo lo dirá. No sé si me dará a mí tiempo de verlo, pero ya se verá. Si lo que se consigue es que desaparezca la Constitución del 78, que desaparezca la monarquía, que se separe una parte del país, es una catástrofe.
Puedes descargar el pdf desde aquí: Borrador manuscrito de JAO de la amnistía de 1977 AGUN-300-77-4 (11)