El rodadero de los lobosJesús Cabrera

Aquel AVE

«Comprarle un cupón a un vendedor de la ONCE ya no tiene emoción alguna. Lo verdaderamente inquietante es, sin lugar a dudas, sacar un billete de tren»

Actualizada 04:30

Hubo un tiempo no muy lejano, queridos lectores, en el que se podía ir de Córdoba a Madrid, hacer la gestión que fuese y volver a casa para almozar. Algo rápido, cómodo y eficaz. Por la tarde podías comentar con toda naturalidad lo que habías hecho o visto en la capital sin que nadie se llamara a sorpresa. En aquel tiempo se podía, incluso, ajustar el viaje al minuto, con taxi o metro incluido, para no desperdiciar ni un instante en un fugaz viaje de ida y vuelta que se hacía en casi todas las ocasiones con las manos en los bolsillos o, acaso, una mochila no muy voluminosa con el ordenador portátil como único contenido. Eran los tiempos de aquellos largos abrigos de las azafatas, de las toallitas y de las generosas bandejas de caramelos blanditos.

Ahora que el tren está «en el mejor momento de su historia» no basta con sacar el billete desde la aplicación del teléfono móvil, sino que en el protocolo de cualquier viaje en alta velocidad hay que incluir también una visita a Decathlon para equiparse, ya que no hay en Córdoba tienda de Coronel Tapiocca, que hubiera sido lo propio.

La intendencia para un viaje de una hora y 40 minutos no puede dejar atrás la botella de agua, porque ni eso te da Renfe, ni el abanico ahora en verano o la mantita cuando refresque. Tampoco las zapatillas de ‘trekking’ por si el tren se para en medio del campo ni el sombrero panamá para mitigar la solanera de La Mancha.

Algunos expertos aconsejan también las barritas energeticas, que ocupan poco y llenan mucho, aunque allá donde te deje tirado Renfe acudirán los vecinos de las inmediaciones con bocadillos para dar a conocer la gastronomía local, ya que la empresa estatal, dependiente del Ministerio de Óscar Puente, no se estira ni para eso. Gurruminos.

Comprarle un cupón a un vendedor de la ONCE ya no tiene emoción alguna. Lo verdaderamente inquietante es, sin lugar a dudas, sacar un billete de tren. Este Gobierno de la nación ha añadido un plus de emoción al viaje de toda la vida que nos ha pillado desprevenidos. Haces tus planes de viaje y -‘voilà’- al regreso te toca dormir tirado en el vestíbulo de la estación, esos espacios interminables en los que cada vez hay menos asientos.

Esa incertidumbre cuando se va por el Vial Norte camino de la estación no la han tenido, ni mucho menos, los estudiantes cuando iban a examinarse de la EVAU. Qué va, ahora el riesgo está en hacer un viaje del que no saben ni cuándo vas a salir, ni si vas a regresar en el tiempo previsto, ni incluso si Los Morancos va a ir en tu mismo vagón para amenizar la desesperante espera.

Ese servicio ferroviario, antes orgullo y ahora vergüenza, que vive el peor momento de su historia más reciente, se va a encargar este verano de fastidiarle las vacaciones no sólo a los españoles sino también a quienes lleguen de fuera y tengan que hacer uso de este transporte. Se perderán trasbordos, citas, noches de hotel, alquileres que nunca se resarcen satisfactoriamente. Eso sí, tendremos que agradecerle al Gobierno haber vivido una experiencia única, digna del África más profunda.

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