El perol sideralAlfredo Martín-Górriz

Por una desmascotización de España

«Miles y miles de perros encerrados en pisos, enfermos desde jóvenes por esa situación de semi-cautividad, se humanizan e infantilizan por parte de propietarios»

El otro día me saltó un anuncio de alfombrillas para las puertas. Se podían personalizar. Arriba había una parte ancha, digamos de 5/6, para poner figuras de diversos perros y gatos con sus nombres, con un lema superior «bienvenido a la casa de...». Y abajo, en chiquitín y sin muñequitos, pues no cabrían, los nombres de los humanos seguidos de «... también viven aquí». Un ejemplo gráfico podría ser, bien grande y con dibujos, «bienvenidos a la casa de Tobi, Sultán y Micifuz», para concluir en pequeño «Rafael y María también viven aquí». Las personas quedaban así desplazadas de su propio hogar, como personajes secundarios que fueran consentidos por los animales protagonistas, a los que uno se imagina tomando café y jugando a la consola en el interior. Por esos mismos días, al bajar a la calle, observé a un perro de presa con un jersey. Esa masa de músculos de enorme cabeza, creado para despedazar a sus rivales, llevaba un... saquito. Y eso en Córdoba, donde no existe el frío, que es una cosa de la taiga y la tundra, como mucho hace biruji. Si hubieran llevado a ese perro a la arena para un combate, el maltrato habría sido menor. Un amigo de Facebook comentaba que vio algo parecido. En su caso, el perro llevaba una especie de pijama que llega hasta la grupa, lo que dejaba a la vista de forma más destacada los huevos, a los que calificó sin dudar de «colganderos». Al menos, le respondí, los dueños no le pintaron una carita sonriente con rotulador de colores en las pelotas. Todo llegará. Arte escrotal canino lo llamarán.

En uno de los libros más maravillosos que pueden regalar por Navidad, ‘Perros’, de Rien Poortvliet, el autor de ‘El libro de los gnomos’ habla sobre la historia de los bóxers, pointers o teckels que tuvo. También de los perros de su barrio y de multitud de anécdotas. Cada página es un óleo, con la historia contada mediante letra manuscrita. Una verdadera joya. Publicado en 1983, todavía mostraba a los perros ligados hasta cierto punto a tareas ancestrales, como la guarda, la caza o el ganado. Y viviendo fundamentalmente en zonas rurales. Han bastado unas décadas para desvincular del todo a estos animales de cualquier trabajo. Hoy hay más mascotas que niños en las ciudades, y cada esquina, papelera, farola o mobiliario urbano un retrete que deja el acerado descolorido y maloliente. La simbiosis tradicional entre el hombre y el perro ha dado a paso a una relación en la que el ser humano vuelca en el animal sus neuras, trastornos, miedos, carencias y estados de ánimo superficiales.

Así, el galgo que sueña con correr detrás de una liebre termina convertido en un asustadizo peluche, cualquier raza guardiana en sustituto de un novio, las pequeñas en imitaciones de hijos, y la mayoría en cualquier cosa bien lejana al sano vínculo que unión durante miles de años a ambas especies, en favor de una clara desnaturalización rayana en no pocas ocasiones en el desequilibrio emocional. Todo esto ha desembocado en una superpoblación que genera notables perjuicios e insalubridad en las ciudades. Miles y miles de perros encerrados en pisos, enfermos desde jóvenes por esa situación de semi-cautividad, se humanizan e infantilizan por parte de propietarios que bajan a ese mismo nivel, sin percatarse, o más bien sin querer percatarse, de que generan estados de maltrato animal. Como tantas cosas en la modernidad, el lazo se ha invertido, y aquel que enclaustra a un animal al que llega a llamar hijo, se autopercibe como su benefactor.

Resulta necesaria una desmascotización de España, aunque mucho me temo que vamos hacia el camino contrario, en el que dentro de nada concederán días de permiso por la muerte de un carlino, o tendremos de diputado a un pastor belga. Quizá esto último fuera deseable visto lo visto. Harían bien los que se califican a sí mismos de amantes de los animales en leer o releer a Rien Poortvliet, modo entrañable y divertidísimo de recuperar la cordura en esta cuestión, algo que se antoja quizá ya imposible. Y recordemos que la desmascotización... empieza por los dueños. Perdón, por los papás.

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