Entrevista a Pep Borrell
Pep Borrell: «Es más sexy decirle a tu mujer al oído 'Vete, que ya recojo yo', que decirle 'qué guapa estás'»
Lo llaman el influencer-cupido por la cantidad de parejas que se han conocido gracias a su Instagram, donde habla del amor, el matrimonio, el noviazgo... Todos los temas de los que habla para El Debate, durante la II Semana de la Familia organizada por las Universidades San Pablo CEU y Francisco de Vitoria
En poco más de dos años, Pep Borrell ha pasado de ser un odontólogo al que sólo conocían sus pacientes y su extensa familia, a llenar auditorios en España y en América. Y no para hablar de su especialidad profesional, sino de aquello que sabe... porque lo vive en su día a día: el matrimonio y el amor de pareja.
Su aval no es menor en este campo: 36 años casado, más siete de novios, con su esposa Merce. Y aunque huye de recetas y tips precocinados, el éxito de sus dos libros, Bailar en la cocina y Novios 100%, y sus más de 126.000 seguidores en Instagram, se deben, en buena medida, a su capacidad para hablar de las cosas más importantes para una pareja feliz, a partir de ejemplos sencillos.
Buena cuenta de ello dieron ayer el centenar de personas que asistieron a la ponencia con la que participó en la primera sesión de la II Semana de la Familia, que de forma conjunta han organizado el Instituto de Estudios de la Familia, de la Universidad CEU San Pablo, y el Instituto Desarrollo y Persona, de la Universidad Francisco de Vitoria. Eso sí, antes de hablar con ellos lo hizo en exclusiva para los lectores de El Debate.
–El éxito de sus intervenciones parece el síntoma de algo mayor. ¿Por qué genera tanto interés la forma de vivir un buen noviazgo y un buen matrimonio?
–Porque las personas estamos llamados a eso. Dios pensó en nosotros como hombre y mujer. Y cuando nos unimos en matrimonio, somos una sola carne. Hay pocas cosas que queden tan claras en la Biblia. Y si no eres religioso, también. Hay gente que dice que ya no hay parejas, pero yo, que voy mucho en tren, veo que la mayoría de los que viajan son parejas. A lo mejor son parejas de hecho, o novios, o acaban de empezar. Pero a cualquiera, si les preguntas qué es lo que quieren, todos dicen lo mismo: ¿Qué quiero? Que esto dure para siempre. Porque si no, no tiene ningún sentido estar juntos. Es decir, que la vida en pareja es algo fundamental en nuestra vida y no le damos la importancia que tiene.
–¿A qué se refiere?
–A que, durante mucho tiempo, lo hemos dado por hecho, como si saliera solo. Y ahora nos hemos empezado a dar cuenta de que no es una cosa fácil, así que hay que trabajarlo. No puede ser que pensemos que el tema del amor, del matrimonio o del noviazgo, sea pura lotería. No: hay que trabajárselo para que se pueda disfrutar.
–¿Y cuáles son las claves para trabajárselo?
–Lo más ordinario y sencillo de cada día. Siempre pensamos en el amor como que tenemos que hacer algo extraordinario, sobre todo si hay problemas. Por ejemplo, «ahora nos conviene un viaje». Pero si estás mal y te vas de viaje, estarás peor. «Ahora nos convendrían unas buenas vacaciones, o una cena romántica...». Y es evidente que estas cosas hay que hacerlas. Pero lo que de verdad hay que hacer es proponerse cosas muy pequeñas, de cada día, y cada día. El «Yo te quiero a ti para toda la vida» es «Yo te voy a querer hoy, desde que me levante hasta que me acueste, y mañana, otra vez».
El «Yo te quiero a ti para toda la vida» es «Yo te voy a querer hoy, desde que me levante hasta que me acueste, y mañana, otra vez»
–Ninguno tenemos una bola de cristal para saber cómo actuaremos en el futuro. ¿Cómo podemos, entonces, comprometernos de verdad?
–Como dice un sacerdote amigo mío, don José Fernández Castiella, en un libro que se titula El amor, la gran invención divina, el matrimonio no es un tema de tips, ni de consejos: es el firme convencimiento de amar a una persona con un amor que nos trasciende. Y después vienen todos los tips que quieras, pero de entrada, el matrimonio es: Yo estoy convencido de que te voy a amar. Y el problema principal, de toda la vida, ha sido el mismo: que una cosa es el amor como sentimiento, y otra es la voluntad de amar a una persona.
–¿Podría explicarlo mejor?
–Nosotros nos podemos comprometer a amar, pero no nos podemos comprometer a sentir. Porque amar depende de mí, y a veces sentiré y otras veces no sentiré. Y muchas veces el mensaje se queda aquí: en la atracción y el enamoramiento, que son sentimientos. Por eso todos tenemos amigos que nos dicen: «Mira, es que ya no siento, o ahora siento esto otro...». Pero, ¿no te estás dando cuenta de que estás echando al garete a toda una familia con cuatro hijos porque te has enamorado de la vecina, o te has enamorado de uno del trabajo? Y te dicen: «Sí, sí, pero es que no puedo, no puedo». Porque, además, estamos en una sociedad que ha dejado que la gente joven vaya creciendo sin ninguna limitación, y sin que nunca nadie en casa les haya dicho: esto no lo hagas, esto no te conviene, esto está mal, para esto espérate... Y cuando están en un momento de furor, no hay quien los pare, porque el sentimiento es muy potente. Y ahí ya no vale quedarnos en decir: una cosa es el sentimiento y otra cosa es la voluntad de amar.
–Y entonces, ¿Qué dice ante esos casos?
–Que cuando te trabajas el amor, el sentimiento vuelve. O sea, que no es sólo cuestión de tener voluntad de amar. A veces, la gente que no es católica nos dice: «Claro, los católicos no os separáis, porque como tenéis la obligación de mantener el matrimonio...». Y hombre, los católicos tenemos una cosa muy fuerte y muy buena, que es que sabemos que de una cosa mala, si la ofrecemos, sacamos una buena. Y eso ayuda muchísimo. Pero incluso si le quitas este carácter espiritual, cuando te trabajas voluntariamente el amor, el sentimiento vuelve.
Cuando te trabajas el amor, el sentimiento vuelve
–¿Cómo se trabaja el amor, entonces?
–Trabajarse el amor, casi siempre, quiere decir servicio, servicio, más servicio, oración los que somos católicos, silencio y no discutir, y más servicio. Si tú sirves a tu cónyuge, el sentimiento vuelve. Y ahí está la gracia: cuando tú te trabajas el amor, el sentimiento vuelve. Y así, el servicio no es un martirio, es disfrutar. Porque el matrimonio está pensado para disfrutar. Dios pensó en nosotros así, para que fuéramos felices.
–Si el matrimonio es tan bueno, ¿por qué vemos cada vez más rupturas?
–Porque cualquier cosa que merezca la pena, cuesta. Si tú quieres sacarte una carrera, cuesta; si quieres sacarte unas oposiciones, cuesta, si quieres estar más fuerte, cuesta; si quieres estar delgado, cuesta... Y el matrimonio, que no es que merezca la pena, es que merece la vida, también cuesta y hay que trabajárselo. Y después hay otra cosa importante: que la gente no se casa por culpa de los que estamos casados.
–¿Perdón?
–Claro: la gente no se casa por culpa de los que estamos casados. Yo estoy convencido de que nosotros mismos alejamos a la gente de casarse, porque hablamos mal del matrimonio, hacemos chistes de lo malo que es estar casado, porque en todas las series los matrimonios están como descafeinados y es más habitual ver separaciones o infidelidades que matrimonios que se quieran... Y cuando vemos en una serie o una película a un matrimonio que se quiere y que dura, siempre son unos pringaos; nuestros hijos ven que nos quejamos, que llegamos a casa hechos polvo y que somos muy simpáticos fuera de casa y muy bordes en casa... Y todas esas cosas, junto a todos los inputs que les dicen que ser single es lo mejor que hay, hacen que la gente joven diga: «Yo no quiero casarme ni de coña».
La gente no se casa por culpa de los que estamos casados. Estoy convencido de que alejamos a la gente de casarse porque hablamos mal del matrimonio, nuestros hijos sólo nos oyen quejarnos...
–¿Cómo definiría un matrimonio de éxito?
–Yo creo que el éxito del matrimonio es que tus hijos digan: «Yo quiero ser como mis padres». Eso es un éxito rotundo, rotundo. Y eso no aparece cuando tu hijo cumple 20 años. Eso se lo han tenido que mamar desde que nacieron. Y esos chavales lo maman desde que nacieron, viéndolo, no porque les pegues sermones. Recuerdo a una chica que me dijo un día: «El mejor recuerdo que tengo mis padres era cuando, por la noche, en casa, se cerraba la habitación de matrimonio y los oía que se partían de la risa». Esos padres no se ponían a reír para que la hija lo viera. Sus padres se ponían a reír porque se lo pasaban bien, o porque hablaban de sus cosas. Esa es la clave. Porque aunque hay días que queremos dar buen ejemplo, el ejemplo lo damos cada día.
–Uno de los de segmentos de población en el que más separaciones se producen es el de los matrimonios con 10 o 15 años de casados, que rondan los cuarenta y tantos, y con varios hijos más o menos crecidos. ¿Cómo se puede superar una crisis conyugal en esos momentos?
–Hombre, no es fácil, porque cada matrimonio es un mundo. Pero pienso que lo más importante es saber pedir ayuda mucho antes de que estés mal. Que no te dé vergüenza hablar de esto, a lo mejor con un matrimonio que esté un poco más adelantado que tú y con el que tengas confianza para preguntarle. Y si lo necesitas, ve a un terapeuta matrimonial. Esto cada vez será más necesario. Porque el motivo principal de que pasen estas cosas es porque, primero, estamos en un mundo en el que la vida se nos come: todo está carísimo, las necesidades vitales hacen que trabajes un montón de horas, estás poco rato en casa, cuando estás en casa, estás nervioso; le dedicamos más tiempo a los hijos que al matrimonio... Y aquí la clave es estar atento a las pequeñísimas cosas de cada día. Igual que haces al planificar tu trabajo, también puedes planificar tu matrimonio.
–Así que no es algo que sale solo...
–No, el matrimonio no es algo que sale solo. Y si, por la mañana, piensas: A ver, ¿qué quiere mi mujer?¿ Qué necesitas? ¿Hay que ir a buscar esto o lo otro? La cosa cambia mucho. El matrimonio es ante todo un tema de servicio. Yo en las charlas, suelo preguntarle a las mujeres que haya en la sala: ¿Qué es más sexy y atractivo: que tu marido se acerque y te diga al oído «Te quiero, te quiero, qué guapa estás», o que te diga «Vete a la cama, que ya recojo yo la cocina?». Y la respuesta es unánime, porque no hay color. Y además, hay otros dos consejos.
–Pues usted dirá...
–Uno, al meterte en la cama, pensar: «Hoy, ¿la he querido? Y si la he querido, ¿lo ha notado?». Porque esa es la pregunta fundamental. Y el otro, al entrar a casa, hay que ir a abrazarla. Y si tienes niños pequeños, los apartas a un lado hasta que no abraces a tu mujer o a tu marido delante de tus hijos. Y luego ya les abrazas a ellos. Porque yo, cuando me preguntan si hay que querer más a la mujer que a los hijos, no tengo ninguna duda. Me parece una pregunta tontísima, porque se les quiere diferente. Pero yo quiero infinitamente más a mi mujer que a mis hijos. Infinitamente más. Porque mis hijos son producto del amor entre mi mujer y yo. Y ese principio hay que tenerlo claro de forma radical.