Ni expertos, ni gurús: solo padres
La familia ha convivido durante milenios con el límite, con la finitud y con los muchos errores que cometemos los padres, y no pasa nada. Los padres no somos ni profesionales, ni perfectos, ni tenemos que serlo
No hay realidad que pueda evitar las modas que campean en el mundo en el que vivimos, y la familia como realidad presente en todo tiempo y sociedad tampoco puede esquivarlas. Una de las tendencias más pujantes del momento actual tiene que ver con la «profesionalización»: todo tiende a profesionalizarse, y esta tendencia quiere entrometerse también en el ámbito familiar.
Vivimos en un mundo enormemente mercantilizado y los intercambios económicos demandan especialización y profesionales que los gestionen y los lideren. La influencia de lo económico se contagia a todo lo demás.
Los jóvenes dicen con admiración cuando alguien sobresale en alguna habilidad que es un «Pro». En el imaginario colectivo del momento se considera que ser profesional es un aval de seriedad, de rigor y de calidad, y en parte es cierto, pero cabe preguntarse si toda realidad puede ser profesionalizada o por el contrario es aconsejable y necesario que haya parcelas de la realidad que se mantengan libres del profesionalismo: una de las realidades que debe resistirse a esta insistencia es la familia.
En las generaciones de padres más jóvenes hay una tendencia bienintencionada a aplicar criterios profesionales a asuntos propios de la familia. Así, hemos sido testigos de planificaciones de las actividades extraescolares de los niños como si fueran las doce pruebas de Hércules o de procesos de selección de las niñeras de los niños como si fuera un concurso-oposición. Se fuerza la mano en la ayuda a los deberes y manualidades de los niños haciendo, por ejemplo, maquetas que podrían ser premiadas en un concurso de arquitectura.
Hemos sido testigos de planificaciones de las actividades extraescolares de los niños como si fueran las doce pruebas de Hércules
Esta excesiva planificación parece más propia de la organización empresarial que de la vida familiar, que no puede encapsularse en criterios de beneficio u optimización. Los niños no son un producto de un diseño cuidado, ni de una esmerada atención en sus distintas fases de desarrollo con el fin de que desarrollen y posean todas las cualidades posibles e imaginarias de unos padres concienzudos.
No, la familia para educar requiere simplemente, que no es poco, de sentido común, el propio de la humanidad. Lo humano no responde a criterios de planificación sino al afecto y a la dedicación que no admiten recetas, sino tiempo y amor. No se educa igual a cada hijo, lo natural es mejorar en aspectos que aprendimos de errores cometidos con el hijo anterior.
La familia parte de una decisión y obedece a una vocación conjunta de los padres, pero debemos ser conscientes de que la responsabilidad en la familia puede y debe convivir con errores, que no es posible hacerlo todo bien y que la prueba y el error, que acompañan a la humanidad desde el inicio, no debe ser sustituida por una planificación inigualable o por el conocimiento infinito de la Inteligencia Artificial.
La familia ha convivido durante milenios con el límite, con la finitud y con los muchos errores que cometemos los padres, y no pasa nada. Los padres no somos ni profesionales, ni perfectos, ni tenemos que serlo. Una familia «sensatamente imperfecta» como la que patrocina Gregorio Luri, es la receta que la humanidad ha seguido desde sus orígenes.
La familia, por muchos defectos que tenga, no es sustituible, porque lo humano se resiste a la lógica de la perfección más propia de objetos que de personas, que lo que necesitan y demandan sobre todas las cosas es tiempo y afecto, regado, eso sí, por una dosis adecuada de sentido común.
- Carmen Sánchez Maillo es secretaria académica del Instituto CEU de Estudios de la familia