Sólo la paternidad salvará el mundo
Podemos afirmar con Benedicto: que el padre es un bien que construye a otros
Hay realidades humanas que te forjan, que te constituyen, que te arraigan de un modo esencial en el mundo, una de esas realidades, y de la que no se puede prescindir es la de tener un padre. Esta realidad se completa, se hace vigorosa y fructífera, si además ese padre quiere a la madre de sus hijos, se atreve a pasar la vida entera con ella, se perdonan, se necesitan y educan juntos. El feliz concurso de hombre y mujer juntos en la vida es una certeza antropológica de bien, que produce enormes beneficios de carácter vital y existencial. Esta certeza se fortalece siguiendo a Benedicto XVI cuando afirma: «Sólo si la vida se concibe como un bien, si se entiende que la misma tiene un sentido, un origen y un destino que el ser humano puede conocer, únicamente así, se deseará tener hijos y transmitirles las convicciones más rocosas».
Podemos afirmar con Benedicto: que el padre es un bien que construye a otros. Haciendo un símil arquitectónico para explicar cómo se construye la identidad del individuo, el padre es el forjador de los cimientos profundos y la madre es la que configura las estancias de la identidad personal, la que las aquilata y dispone los perfiles, siendo la fachada del edificio personal, el fruto conjunto de la crianza. Así, la casa que de algún modo somos cada ser humano, tiene que estar apuntalada por un trabajo afinado entre dos. Los cimientos no se sostienen y las estancias y fachadas no se terminan sin el trabajo conjunto y el apoyo mutuo, de muchos años y esfuerzos compartidos.
La realidad del padre es un bien que también construye al propio individuo, ser padre es una fase esencial del ser como hombre, y es que la paternidad (como la maternidad) no sólo es una realidad biológica, sino también una realidad interior, que necesariamente tiene una expresión corporal y cultural. De ser padre no se regresa. Ser padre supone abordar el reto de la autoridad, de ejercerla y de merecerla. Ser reconocido como padre con cada uno de los hijos que llegan, es una estación más del viaje misterioso de la vida. Los años de crianza de los hijos constituyen para cada hombre la oportunidad gozosa que el cauce natural de la vida ofrece para madurar, para solidificar las fortalezas y limar los defectos. Una vez que se es padre nunca se deja de ser mirado y para cada hombre aparece el reto vitalicio de poder devolver la mirada a cada hijo con el orgullo del amor cumplido.
La personalidad del hijo varón se forja por imitación ante la figura paterna. El hijo se nutre de los rasgos que ha percibido en su padre: valentía, fortaleza, caballerosidad… no soy una ingenua, sé que son cualidades que algunos quieren erradicar, y sin embargo las mujeres sabemos en nuestro fuero interno que esas virtudes no caducan nunca: ¡Queremos un hombre así a nuestro lado!
La influencia paterna también afecta constitutiva y esencialmente a las hijas. La feminidad se fragua precisamente por un juego de contraposiciones con la figura del padre sobre la estela del influjo materno. Los padres preparan el molde secreto que perfila el ideal de hombre que se busca para ser acompañada en la vida. Me atrevo a decir que cualquier hombre que una mujer se tome en serio, será inevitablemente expuesto al reflejo del padre que ha tenido.
Para que los hijos se desarrollen con normalidad es necesaria la presencia y la implicación de padre y madre, es decir que cada uno cumpla su misión. La mujer hace fecunda la paternidad y el varón hace fecunda la maternidad. El otro saca de ti el padre o madre que tú eres. Padre y madre son iguales y diferentes, pero ambos necesarios.
No cabe ocultar que vivimos un momento histórico que todo lo cuestiona, en el que la trama de la vida parece deshilacharse ante la pulsión ideológica que quiere, precisamente, superar y abolir lo propiamente humano. Asimismo, el frenesí tecnológico que nos asedia acelerando los procesos de deshumanización afecta a todo lo humano, y, por supuesto al varón y a su faceta de padre. La figura paterna se ha puesto en cuestión desde un sectarismo ideológico que no para de inventar fórmulas que culpabilizan al padre: el heteropatriarcado, los micromachismos y otras palabras policía que parecen salidas de una novela de Orwell. Y es que, en cierto modo, la figura del padre se ha convertido en nuevo chivo expiatorio de Occidente.
Como mujer percibo que, paradójicamente, en este momento de crisis, urge, quizá más que nunca, que emerja la figura paterna en la sociedad y en cada familia, como una necesidad evidente e insustituible, pues no podemos prescindir de uno de los tesoros de lo propiamente humano. La paternidad es un regalo precioso que me ha constituido como madre y como esposa. Sé con una certeza, intuida y vivida que hay miles, cientos de miles o millones de mujeres que jamás abdicarán del padre que les dio una parte esencial e innegable de lo que son, del padre que construyó el hogar en el que se criaron y que es ese bien, uno de los que da sentido y destino a su vida de mujer.