Fundado en 1910
Barahona 1

Ángel Barahona, catedrático de Filosofía de la UFVJosema Visiers

Ángel Barahona, filósofo: «El divorcio, las guerras, las disensiones... todo parece fundamentado en el dinero»

Padre de cuatro hijos y abuelo de 12 nietos, el catedrático Ángel Barahona alerta de que «el ciclo de querer ser reconocido y la búsqueda incesante de la satisfacción personal a través de la acumulación material es lo que lleva a la insatisfacción permanente», que impacta en la familia

Ángel Barahona es catedrático de Teología en la Universidad Francisco de Vitoria. Discípulo de René Girard, ha dedicado años a investigar cómo las dinámicas humanas desembocan con demasiada frecuencia en conflictos y guerras.

En esta entrevista con La Antorcha –la revista gratuita que edita la Asociación Católica de Propagandistas– explora la compleja relación entre el ser humano, el dinero y la búsqueda de competencia y autoafirmación

– ¿Qué es el dinero antropológicamente hablando?

– Cuando uno se adentra en textos como la Epístola de Timoteo, se encuentra con una afirmación contundente: «El dinero es la causa de todos los males del mundo». Puede sonar absolutista, pero en esencia, cuando el ser humano ambiciona, codicia lo que posee el vecino –lo que en el décimo mandamiento se prohíbe–, se despierta una envidia mimética. El dinero se convierte, así, en una de las grandes fuerzas que motivan al hombre. Es la vía por la cual el ser humano manifiesta su poder y atrae la mirada de los demás, buscando esa aprobación que reafirma su existencia.

– ¿Qué extraemos de las tentaciones de Jesús en el desierto con respecto al dinero?

– Cuando Jesús dice «No solo de pan vive el hombre», el pan equivale al dinero. Esta primera tentación es la causa por la que los hombres han matado, exterminado y generado guerras, creyendo que solo de pan vive el hombre; es el marxismo en estado puro. Nuestra sociedad, con neveras llenas y ahorros, es la que más ansiolíticos consume, la que tiene una angustia vital bestial, la que se suicida, con alcoholismo y drogadicción desbocados. Todo ello es síntoma de creer que el pan, el dinero, es la solución.

Precisamente. Jesucristo enfatiza que lo que nos libera de caer en la tentación de luchar y guerrear por la conquista del pan no son las revoluciones, ni las guerras, ni los conflictos violentos, sino buscar la palabra de Dios. Las otras tentaciones, como la ciencia que promete salvarte o la fama, son expresiones del poder que deriva del dinero. Si yo puedo cambiar la historia o hacer milagros para ser aplaudido, eso es parte de la parafernalia de nuestra sociedad de consumo y capitalista. El dinero promete fama, poder, la capacidad de cambiar tu cuerpo, tu psicología, de «realizarte». El resultado es una sociedad de obesos, consumistas, adictos, que parecen pasarlo bien pero viven con un rictus de tristeza, miedo al otro, y por ello, nuestra sociedad es hiperviolenta.

– La secuencia riqueza-envidia-violencia ¿es inevitable?

– El dinero es la fórmula por la cual el hombre expresa su poder. Cuando alguien ostenta riqueza, busca atraer la mirada y el reconocimiento de los demás, generando envidia o la necesidad de ser como él. Esto es constitutivo de la antropología humana. Si nuestra valía proviene de la mirada del otro, entonces necesitamos exhibir nuestro ser, y esa reciprocidad de deseo y ratificación nos envuelve en un narcisismo constante. Este ciclo de querer ser reconocido y la búsqueda incesante de la satisfacción personal a través de la acumulación material es lo que lleva a la insatisfacción permanente y, por ende, al conflicto humano.

La pregunta clave es si «tener» da el «ser». Si es así, se impone la necesidad de acumular, lo que inevitablemente genera antagonismos, guerras, diatribas entre naciones y conflictos sociales.

– El exbanquero Mario Conde decía que ser rico es no pensar si puedes o no puedes hacer algo, sino simplemente hacerlo. ¿Cree que la riqueza puede anular la autoconciencia de ser criatura y hacernos sentir como dioses?

– Sin duda. Esta idolatría del dinero es la raíz del conflicto humano, la envidia mimética, el pecado original. Queremos ser como Dios, tenerlo todo, ser los creadores, otorgarnos el poder de hacer lo que queramos. Esto nos lleva a una insatisfacción perpetua. Psicológicamente, la dependencia del «tener» nos ciega y nos enloquece, haciéndonos perder de vista lo verdaderamente importante en las relaciones humanas. Por eso, la gente puede llegar a matar o venderse, porque el dinero parece ofrecer la posibilidad de vivir una vida intensa y sin límites.

El dinero absolutizado impide el discernimiento y la generosidad, llevando a la muerte, como se ve en la historia de Nabal, el hombre rico que, cegado por su ambición, no pudo compartir sus bienes. La Biblia lo expresa claramente: «el que ama el dinero no puede amar a Dios». El amor a Dios implica generosidad, gratitud, y reconocer que somos hijos de Dios. El dinero, por el contrario, fomenta el egoísmo, el miedo al otro, la tensión y una ansiedad constante. Las guerras, los divorcios, las disensiones humanas... todo parece fundamentado en el dinero.

– ¿Por qué nos cuesta tanto a los seres humanos entrar en esta dinámica, cuando, en un sentido espiritual, la gracia divina nos ofrece todo sin condiciones?

– Por experiencia, sabemos que las relaciones verdaderamente gratificantes se basan en la gratuidad, en que el otro no espera nada de ti, solo tu presencia. La gratuidad va más allá; cuando uno se siente amado por haber recibido todo, está agradecido.

Como dice la Epístola de san Juan, solo podemos amar si hemos sido amados primero. El amor de Cristo, el amor de Dios, cuando llena nuestro ser, se desborda y lo llena todo. El problema es cuando no aceptamos esa gratuidad y queremos ser nosotros la fuente, el manantial de toda vida. Eso genera inseguridad e incertidumbre, por eso ahorramos y guardamos para nosotros, lo que va en detrimento de una relación de amor. La mirada del otro nos constituye y nos da el ser de forma gratuita. Si esa mirada está interesada, nos ponemos a la defensiva.

Como decía Clausewitz, cuando se activa ese «toma y daca», donde yo quiero lo que tú tienes y tú lo que yo, la espiral de violencia escala hasta desear la muerte del otro como obstáculo para nuestra propia realización. La geopolítica es una excusa; el fondo es un problema de ser, de prestigio, de codicia, el décimo mandamiento. Lo que mueve a Putin, Xi Jinping, Trump, o a nuestro vecino, es que el corazón del hombre es insaciable. Nunca se llena de sexo, dinero, afectos o reconocimiento social. El hombre siempre quiere escalar, afirmarse, y en ese proceso, se pierde de vista la ética y el respeto al otro, que es hermano.

– ¿Es necesaria una lógica superior a la del dinero para redimirnos?

– La historia de la humanidad, vista desde una perspectiva teológica, revela un constante enfrentamiento entre dos lógicas: la dialéctica heracliteana –la del materialismo, el capitalismo salvaje, el enriquecimiento a costa del otro– que busca la hegemonía y la sumisión del prójimo; y la lógica del amor joánico, el amor al enemigo, que es excesivo y que, según Benedicto XVI, conlleva un gran costo. La lógica del amor, desconocida por el mundo, se escandaliza ante ella, considerándola una locura. Pero para los creyentes es sabiduría, pues el testimonio de quienes la han vivido pasa de generación en generación.

Las transacciones y el intercambio de bienes se originan en el miedo al vecino. El dinero se asienta en ese miedo, en el deseo de ser como el otro, de ser reconocido por la ostentación del poder adquisitivo. Es la lógica dialéctica que conduce, no determinísticamente pero sí con una cierta necesidad, a la violencia. Si un objeto es indivisible, si es tuyo o mío, entonces hay conflicto, lo que se traslada a territorios y nacionalismos. La lógica del reparto mercantil, que es cálculo y reciprocidad, es la «dialéctica de locos» en la que hemos vivido. Por eso, Jesucristo habla del dinero como un dios: «Mammoná». Frente a él, solo cabe la lógica del amor al enemigo, el perdón, el reconocimiento del otro como un ser divino, hijo de Dios. Nuestra felicidad depende de la felicidad del otro. Esto nos da la posibilidad de construir este mundo como un reino de Dios.

– Entonces, ¿Puede el Señor arrancar nuestro «corazón de piedra»?

– Sí. La buena noticia es que esta tensión provocada por nuestro pecado original y la envidia mimética no es un determinismo inexorable. Siempre prevalece la libertad. Tenemos la opción de amar en lugar de odiar o competir. Esa es la ayuda de la gracia, que nos permite no caer en esa trampa determinista que ha caracterizado la historia humana. La historia de la humanidad está llena de santos, de gente que ha amado por encima de sí mismos, que ha renunciado a sus bienes para que otros los tuvieran, al darse cuenta de que todo viene de Dios. El Evangelio lo deja claro: «El que busca su vida la pierde y el que la entrega la encuentra». La caridad es exceso, no cálculo, no reciprocidad. Es Dios mismo, que es el modelo de lo que nos haría felices: no reservarse nada.

comentarios
tracking

Compartir

Herramientas