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Aarde

En plena plaza de la Independencia se encuentra este espacio que busca la conexión con la naturaleza

Gastronomía

El restaurante que visitan tanto Aznar como Bellingham

​Maderas, fibras vegetales y tejidos artesanales convierten este espacio en un oasis africano en pleno bullicio madrileño

Llevan casados cerca de cinco décadas, pero eso no impide que José María Aznar y Ana Botella sigan saliendo a celebrar su vida como pareja. Madrid es testigo de sus encuentros, solos o en compañía de amigos o alguno de sus tres hijos, José María, Ana y Alonso, en alguna de las visitas de estos a la capital. Si en alguna ocasión ha sido Ultramarinos Quintín el epicentro de su reunión, ahora ha sido el turno de otro restaurante ubicado a pocos metros de este en la calle Jorge Juan.

Concretamente, hay que trasladarse a la plaza de la Independencia. Más conocida como la Puerta de Alcalá, por su famosa puerta a la que cantaba Ana Belén, se ha convertido en el nuevo place to be de la ciudad. Malvar, Ramses, El Patio de Leones, Bakan y Arahy hacen guardia alrededor del monumento junto al visitado por el expolítico y su mujer en su última cena: Aarde. Y no es el único rostro conocido en disfrutar de él. El pasado mes de febrero ya se pudo ver al futbolista del Real Madrid Jude Bellingham.

Ya su nombre –tierra, en afrikáans– da pistas sobre su filosofía e indica lo que vamos a encontrar al atravesar sus puertas. No es solo un lugar en el que saciar nuestro apetito, sino un espacio que celebra la conexión con los orígenes, los ingredientes naturales y el respeto por el ingrediente esencial. «La tierra susurra historias con una voz intensa pero que no todos se atreven a escuchar ni a indagar su lenguaje secreto», explican.

«En Aarde hablan con ella y nos invitan a hacerlo adentrándonos en los paisajes del continente africano, su fauna, flora e inabarcables culturas». Así lo demuestra, en primer lugar, su decoración. Maderas, fibras vegetales, tejidos artesanales y una iluminación suave convierten este espacio de 800 metros cuadrados en un oasis africano en pleno bullicio madrileño. Sus infinitos aromas y colores que conviven en armonía en espacios llenos de música donde jugar con los instintos más primarios.

La propuesta gastronómica también se aleja de lo convencional. No es una carta al uso de cocina africana, sino una reinterpretación moderna de los platos más famosos del continente. Esa fue la premisa con la que sus creadores, el brasileño Sandro Silva y la asturiana Marta Seco, al mando del conocido Grupo Paraguas con otros restaurantes como El Paraguas, Ten con Ten, el mencionado Ultramarinos Quintín, Amazónico o Numa Pompilio. Apostamos por el mundo verde y orgánico, ir al origen, con un guiño a África, explicaron en una entrevista en Expansión, donde también reconocieron que habían realizado un viaje por distintas tribus de África para conocer la esencia de su gastronomía.

En este sentido, ingredientes como los vegetales, los cereales y las especias son los grandes protagonistas. Platos como el carpaccio de remolachas, mizuma y albahaca, las hojas verdes aliñadas con especias etíopes y frutos rojos o el uramaki de atún picante con pepino holandés destacan en los entrantes. Mención aparte necesitan también la lasagna de Chingulugulu, una enorme seta de origen africano que el restaurante importa del sur de África, arroz salvaje de tipo jollof, popular en Nigeria y Ghana y que aquí se cocina con carabineros.

La carta, elaborada por Ángel Junca, se completa con una selección de pescados –donde reina la moqueca de corvina y gambas o la merluza de pincho a la brasa con verduras y ajadas– y de carnes, entre las que destacan el picantón feliz al piri-piri sudafricano o la costilla asada al Josper con puré de Yuca.

Disfrutar de uno de ellos como plato principal y compartir algún que otro entrante hará que el ticket medio por persona no pase de los 60 euros, un precio relativamente accesible dentro de la alta restauración madrileña. «Mi apuesta es que el cliente sea capaz de gestionar una carta democrática», apuntó Sandro Silva. «La idea es que los clientes prueben muchas cosas con una materia prima muy buena, de primera calidad y comprada a conciencia, sin que salga muy caro: compartir unos platos vegetales y, después, quien quiera puede pedir una degustación».

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