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19 de abril de 2024

Campesinos extremeños con el puño en alto. 1936

Campesinos extremeños con el puño en alto. 1936David Seymur / Wikimedia Commons

Giménez Fernández asumió la tarea reformista ante la incomprensión de los bandos políticos durante la II República

Giménez Fernández, ministro de Agricultura propuso un plan de expropiaciones y reparto posterior de tierras que iba en contra de los intereses de los grandes terratenientes que sustentaban la CEDA

Hay personas cuya actitud ética y la defensa de sus ideas abocaron a integrar la tercera España, la de los expulsados de las otras dos que, a la postre, los sometieron al ostracismo. Todavía hay una cuarta España de la que no se habla, la de aquellos que hubiesen tenido acogida en el poder, ganara quien ganara, porque hicieron de la adaptación y la renuncia a sostener el ideal una forma rentable de vida.
En el grupo de los repudiados por el poder estuvo Manuel Giménez Fernández, un demócrata cristiano clásico, catedrático en la excelente Facultad de Derecho de Sevilla y ministro durante la II República. Militante en los movimientos católicos de Sevilla, miembro de la ANCP y próximo a Herrera Oria. En octubre de 1935 fue nombrado ministro de Agricultura en el gobierno de Lerroux, dentro de la cuota que le correspondió a la CEDA, partido por el que fue elegido diputado por Badajoz. Ya había sido concejal en Sevilla y hombre que dotaba ideológicamente a parte de este partido porque, como opinaba él mismo, el problema de la CEDA estribaba en que no era un partido sino un movimiento plural contra el sectarismo republicano. La contraposición de ideas distintas dentro de la confederación de derechas, fue la causa de sus desavenencias y caída.
El ministro de Agricultura Manuel Giménez Fernández

El ministro de Agricultura Manuel Giménez FernándezEFE

Si seguimos a Javier Tusell y José Calvo en Giménez Fernández precursor de la democracia española (1990), Giménez Fernández quería hacer una reforma agraria menos radical que la propuesta por la izquierda en el primer bienio republicano, pero que procuraba el acceso a la tierra de pequeños propietarios. En los editoriales de El Debate hay muestras suficientes acerca de que la CEDA y los católicos españoles no se oponían a una reforma agraria. Pero la extensión y límites de la misma no conciliaba consenso. Una reforma que Giménez Fernández consideraba imprescindible para el Estado y la Nación española, pero sin sectarismos ni persecuciones. Y expresaba en el Congreso que «aunque muchos de los que hoy tienen mucho se queden con algo menos, todos lleguen a tener algo». Idea que coincidía con las encíclicas y lo que llamaba concepto canónico de propiedad. Giménez Fernández proponía un plan de expropiaciones y reparto posterior de tierras que iba en contra de los intereses de los grandes terratenientes que sustentaban la CEDA. No veían que generar riqueza en la población iba en beneficio de todos y que el campo no era la única manera de crear economía. Su idea era muy radical para el conservadurismo más intransigente, su reforma se explicaba en El Debate como encíclicas hechas leyes.

La composición variopinta de la CEDA hacía difícil mantener una postura sólida frente a la radicalización del Frente Popular

Su situación, sin apoyos internos y sin el apoyo de Gil-Robles, era débil y acabó dejando el Ministerio sin aprobar la reforma aunque sacara adelante la Ley de Yunteros y la de Protección a los pequeños labradores. Se quedó en la CEDA pero en una posición moderada e incómoda similar a la de Ángel Ossorio. Esto le llevó al distanciamiento personal y político con Gil-Robles. La composición variopinta de la CEDA hacía difícil mantener una postura sólida frente a la radicalización del Frente Popular. Fue excluido de los órganos de dirección y decisión del partido, marginado en la actividad parlamentaria. Mantuvo una disciplina formal pero, tras la Guerra Civil, nunca volvió a militar en los mismos grupos que Gil-Robles.
Giménez-Fernández fue siempre un demócrata que aceptó la República y pretendía un regeneracionismo moderado para oponerse a las posiciones revolucionarias a las que se escoró la izquierda. Eso no le impidió defender el acta de diputado de José Antonio Primo de Rivera por Cuenca cuando fue injustamente privado de ella. El fundador de Falange le contestó desde la cárcel Modelo el 4 de junio de 1936: «Mil gracias por su defensa elocuente, briosa… e inútil de mi acta. Una vez más el régimen parlamentario, en el que usted cree y yo no, ha consumado una tropelía», recogen Alfonso Braojos y Leandro Álvarez Rey en Epistolario político (Sevilla 2000).
Al iniciarse la Guerra Civil, en la situación inevitable de tomar partido, se adhirió al bando franquista pensando que se trataba de solo un pronunciamiento. Pero no lo hizo con el entusiasmo que esperaban. Estaba descansando en Chipiona, donde luego le asignaron residencia forzosa cuando estalló la Guerra. Su fama le hacía sospechoso y, como se temía, fueron a buscarle a su casa para darle el paseo; en julio los falangistas jerezanos de los que se libró al enseñarles la carta de José Antonio y ver que pedía rezar un padrenuestro antes de morir y en agosto los requetés. Tras estos intentos, el general Queipo de Llano lo puso bajo su protección e indicó al comandante de puesto de la Guardia Civil de Chipiona que respondía con su vida si le pasaba algo al ex ministro. No pudo, sin embargo, evitar la incautación de sus bienes, la intervención de sus cuentas bancarias y la remoción de su puesto de catedrático. Tuvo que subsistir como abogado y aprovechó para escribir buenos libros sobre su materia e historia indiana. Fue repuesto en la cátedra en 1943, pero con la obligación de abstenerse de actividades políticas. El ostracismo interior fue, no obstante, más benévolo que el exilio de Ossorio Gallardo.
Señala Leandro Álvarez Rey que en 1947 intentó un acercamiento a Gil-Robles y solo obtuvo como respuesta el rechazo, pero el acercamiento se produjo tras la vuelta a España del político salmantino en 1953. Pero no unieron sus dos corrientes demócrata cristianas. En la transición, con el auge de la UCD y el cambio de los tiempos, esta doctrina se disolvió en España dentro de partidos de más amplio espectro político. Y la presentación de una coalición demócrata cristiana en las elecciones de 1977 se saldó con un gran fracaso.
Giménez Fernández no fue uno de los conquistadores del poder al uso, sino un hombre que creyó que la política era la manera de levar a la práctica ideas tendentes al bien común, intentó como otros y desde la moderación evitar la Guerra Civil y se apartó elegantemente y con dignidad cuando los suyos le volvieron la espalda.
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